6.3. Hacia el recogimiento

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Calle la murmuración. Arrepiéntanse los pecadores. Hágase ayunos. Cúmplase la abstinencia. Evítense las malas tentaciones. Y cálmense las intrigas, los bullicios y todo lo que no sea cosa buena ni piadosa.
         La semana santa ha entrado en nosotros para apaciguarnos, para curarnos, para convertirnos. Ha puesto en nuestras manos ávidas el pan de dulce almendrado. Y ha puesto en nuestras frentes la señal de la santa cruz.
         La política se esconde. Se espiritualiza. Se transfigura. El doctor Manuel Bernardino Pérez no vuelve a hablar deshonestidades en la cátedra universitaria. El señor Secada dirige una mirada de conciliación a la Universidad Católica. El señor Manuel Jesús Urbina se confiesa tal vez con el obispo de Ayacucho en la serranía distante.
         Caminamos hacia el recogimiento, hacia la unción, hacia la penitencia. El sermón de tres horas nos aguarda con la solemne glosa de las siete palabras. Y hasta parece que los ruidos callejeros se atenúan.
         Grita uno en las calles:
         —¡Ese gabinete! ¡Ese Riva Agüero! ¡Ese gobierno! Otro replica sagazmente:
         —¡No es hora de hacer bulla! Ha comenzado la Semana Santa.
         Los hombres del gobierno sienten que la Semana Santa les ha llegado como un auxilio y se confían en las manos de la Divina Providencia para que los saque bien de toda empresa.
         La ciudad se torna cristiana y se da al silencio y a la contemplación. Pasado mañana habrá llegado la hora de que se ponga de rodillas ante el Cordero de Dios. Hoy todo es en sus labios sabor de contrición y sabor de bizcocho.
         Y hasta la política, transustanciada, tiene en estos días una manifestación representativa. Nace una o nacen dos candidaturas católicas a las diputaciones. Van a ser una o dos candidaturas de la Semana Santa y de la cuaresma.
         Místicamente la ciudad pronuncia los nombres de los candidatos. Y dice unas veces:
         —¡El señor Pérez Palacios!
         Y dice otras veces:
         —¡El señor Pérez Palacios y el doctor Arenas Loayza!
         Porque puede ser que los católicos lancen un candidato y puede ser que lancen dos. Comprenden que el instante los favorece. Saben que al amparo de la atrición y del recogimiento metropolitanos su palabra política tiene que ser palabra de fe para todos los hombres buenos y piadosos.
         El momento es religioso. Tenemos Universidad Católica. Candidaturas católicas. Partido católico. Diario católico. Juventud católica. Apostolado católico.
         El señor Secada va a tener que ser exorcizado una de estas mañanas. Acaso nosotros sus amigos amorosísimos haremos asperges sobre su cabeza pecadora.
         La candidatura del señor Pérez Palacios, que fue una candidatura de los campos, se va a transformar en una candidatura de la Santa Madre Iglesia.
         No parece, sino que Lima quisiera elegir al señor Pérez Palacios su diputado a todo trance. Se lo pide en un momento con la invocación de todos sus árboles, en otro momento con la convocación de todas sus oraciones. Si el señor Pérez Palacios no quiere ser candidato rural ni candidato católico, resultará cualquiera de estos días candidato nacional.
         A eso vamos.
         Probablemente, Lima cree que el señor Pérez Palacios tiene al mismo tiempo virtuosa nobleza de hombre del campo y abnegado empeño de caballero cruzado. Lo declara simultáneamente apto para labrar la tierra y para reconquistar Jerusalén. Y lo invoca con todos sus títulos.
         Caminando hacia el recogimiento, pensamos nosotros dulcemente que estas candidaturas de la cuaresma se signan en la frente, en la boca y en el pecho y empiezan a hablarnos así:
         —Amantísimos hermanos, etc…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de abril de 1917. ↩︎