6.2. Alegría

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El ministro de guerra está convencido de que la onda trágica ha pasado ya. Tiene cara de fiesta. Y bebe en una misma copa con sus amigos del ejército.
         Antes de ayer hubo para él ágape y brindis. Jefes y oficiales conspicuos quisieron ofrecerle una sorpresa. O una emboscada, como dijo él para dar en el comentario una prueba de su competencia militar.
         Y corrió por la ciudad un solo comentario:
         —El general Puente y los jefes del ejército están de fiesta en La Pólvora. Nosotros alarmados salimos a la puerta a preguntar:
         —¿En La Pólvora?
         Y nos respondían:
         —Sí, en La Pólvora.
         Igual que esta de ahora, ha habido muchas encerronas militares en la historia del Perú. Unas veces han buscado la soledad de Limatambo. Otras veces han buscado la soledad de Amancaes. Hoy buscan la soledad de La Pólvora. Una soledad agresiva e intranquilizante.
         Toda la ciudad abre la boca y dice con nosotros:
         —¿Para qué se va el general Puente a La Pólvora?
         Y repite más tarde inútilmente:
         —¿Para qué?
         No hay quien responda. El general Puente y sus amigos se sonríen. Sienten la necesidad de que el país los vea cogidos de las manos y solidarizados. Y esto es todo.
         Se ve al general Puente contento e iluminado. Se ve al señor Pardo envejecido y magro. Y se asombra uno de que por el alma del general Puente no hayan pasado las mismas sombras que por el alma del señor Pardo.
         El general Puente está hoy tan indiferente y tan sosegado como ayer. Nada le inquieta. Nada le turba. Puede decir un brindis y vaciar una copa en cualquier instante en que sus amigos le hagan una emboscada para almorzar con él.
         Y no le importa que las gentes se alarmen al escuchar tanto ruido de sables en ágapes que parecen conspiraciones.
         Los hombres del gobierno salen a las calles para hablar así:
         —¿No ven ustedes al ejército? ¡Está rodeando al general Puente! ¡Está solidarizado con él!
         Y el general Puente dice lo mismo con los ojos desde el automóvil que lo lleva de un cuartel a Palacio:
         —¿No ven ustedes al ejército? ¡Está rodeándome! ¡Está solidarizado conmigo!
         Uno quiere persuadirse de que es cierto y se calla.
         Viene al espíritu generosamente el anhelo de sentir que la paz y la felicidad vuelven a reinar en la tierra. Llama a la puerta el requerimiento del optimismo. Se abre paso rotundamente la convicción de que se debe expulsar desazones y temores.
         Pero todo es inútil.
         Y nada nos convence de que es cierto que ha tornado a nosotros la alegría, aunque lo afirmen una libación y un almuerzo criollos y marciales.
         El corazón sigue oprimido y obstinado.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de abril de 1917. ↩︎