6.15. La ciudad se agita
- José Carlos Mariátegui
1Ya ha comenzado a agitarse seriamente la ciudad. Todo se despereza y se distiende. El son del mitin y de la jornada cívica empieza a vibrar en la ciudad. Y hasta hay un síntoma que estremece y asusta: una bomba de dinamita.
Súbitamente, todos hemos sentido una sacudida. La dinamita es siempre una cosa inquietante. Nada importa que sea una lata de betún con cincuenta gramos de dinamita la que se ponga en un umbral aviesamente. Es una bomba y es dinamita y basta.
Esta palabra ha sobrado para llenar de estupores e intranquilidades a las gentes:
—¡Dinamita!
Más tarde la palabra se ha hecho una frase:
—¡Una bomba de dinamita!
Todos hemos salido a la calle y nos hemos parado en medio de la calzada para preguntar lo que ocurría:
—¿Ha reventado esa bomba de dinamita? Y nos han dicho:
—No ha reventado. Era muy chica.
Y hemos preguntado luego:
—¿Estaba destinada acaso al señor Rafael Villanueva?
Y nos han dicho:
—No. Estaba destinada a la Compañía Peruana de Vapores.
Esto nos ha alarmado. Pensábamos nosotros que el humorismo criollo tenía dedicados todos sus petardos al señor Rafael Villanueva. El señor Villanueva posee entre nosotros fisonomía de Romanones o de Montero Ríos. Vive en consecuencia expuesto a que los hombres malos de la tierra, que son probablemente muchos, le quieran volar. Solo que como aquí los hombres malos no son sino bromistas no podrían querer volarlo, sino asustarlo no más.
Pero esta dinamita de antes de ayer no ha sido dedicada al señor Villanueva, sino a la Compañía Peruana de Vapores.
Hemos reflexionado un rato y nos hemos reído enseguida:
—No puede ser. Un atentado de esta clase no puede ser un atentado serio.
Nos ha preguntado la ciudad:
—¿Por qué? Se ha encontrado dinamita. Cincuenta gramos únicamente. ¡Pero dinamita al fin!
Hemos insistido:
—¡No puede ser! Si creyéramos que en el Perú comienza a hacerse justicia con dinamita, ¿se imaginan ustedes que los primeros cincuenta gramos estarían destinados a la Compañía Peruana de Vapores?
El argumento ha sido inteligente y decisivo. Las gentes lo han recibido con sonrisa y alegría. Se han alborozado a costa de nuestro buen humor.
Pero nosotros, a solas, hemos convenido en una cosa: la dinamita es un síntoma alarmante. La dinamita dentro de una lata esférica o cúbica es más alarmante todavía. Y cuando a la dinamita y a la lata se une el pabilo, la colisión de esos tres graves elementos es superlativamente alarmante.
Es que la ciudad se agita. Sus pulsaciones se aceleran. La fiebre es inminente. Por una parte, hay una bomba de dinamita y por otra parte hay ambiente de bulla malandrinesca. Se conflagran los electores. Los candidatos cierran los puños. Comenzamos a vivir intensamente. Y vamos en automóvil y apresuradamente a una fecha terrible.
Súbitamente, todos hemos sentido una sacudida. La dinamita es siempre una cosa inquietante. Nada importa que sea una lata de betún con cincuenta gramos de dinamita la que se ponga en un umbral aviesamente. Es una bomba y es dinamita y basta.
Esta palabra ha sobrado para llenar de estupores e intranquilidades a las gentes:
—¡Dinamita!
Más tarde la palabra se ha hecho una frase:
—¡Una bomba de dinamita!
Todos hemos salido a la calle y nos hemos parado en medio de la calzada para preguntar lo que ocurría:
—¿Ha reventado esa bomba de dinamita? Y nos han dicho:
—No ha reventado. Era muy chica.
Y hemos preguntado luego:
—¿Estaba destinada acaso al señor Rafael Villanueva?
Y nos han dicho:
—No. Estaba destinada a la Compañía Peruana de Vapores.
Esto nos ha alarmado. Pensábamos nosotros que el humorismo criollo tenía dedicados todos sus petardos al señor Rafael Villanueva. El señor Villanueva posee entre nosotros fisonomía de Romanones o de Montero Ríos. Vive en consecuencia expuesto a que los hombres malos de la tierra, que son probablemente muchos, le quieran volar. Solo que como aquí los hombres malos no son sino bromistas no podrían querer volarlo, sino asustarlo no más.
Pero esta dinamita de antes de ayer no ha sido dedicada al señor Villanueva, sino a la Compañía Peruana de Vapores.
Hemos reflexionado un rato y nos hemos reído enseguida:
—No puede ser. Un atentado de esta clase no puede ser un atentado serio.
Nos ha preguntado la ciudad:
—¿Por qué? Se ha encontrado dinamita. Cincuenta gramos únicamente. ¡Pero dinamita al fin!
Hemos insistido:
—¡No puede ser! Si creyéramos que en el Perú comienza a hacerse justicia con dinamita, ¿se imaginan ustedes que los primeros cincuenta gramos estarían destinados a la Compañía Peruana de Vapores?
El argumento ha sido inteligente y decisivo. Las gentes lo han recibido con sonrisa y alegría. Se han alborozado a costa de nuestro buen humor.
Pero nosotros, a solas, hemos convenido en una cosa: la dinamita es un síntoma alarmante. La dinamita dentro de una lata esférica o cúbica es más alarmante todavía. Y cuando a la dinamita y a la lata se une el pabilo, la colisión de esos tres graves elementos es superlativamente alarmante.
Es que la ciudad se agita. Sus pulsaciones se aceleran. La fiebre es inminente. Por una parte, hay una bomba de dinamita y por otra parte hay ambiente de bulla malandrinesca. Se conflagran los electores. Los candidatos cierran los puños. Comenzamos a vivir intensamente. Y vamos en automóvil y apresuradamente a una fecha terrible.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de abril de 1917. ↩︎