6.11. Llaman a la puerta
- José Carlos Mariátegui
1Nos están echando la puerta abajo.
Pensábamos que íbamos a vivir tranquilos y que la guerra no iba a entrar en nosotros. Sabíamos que el gobierno del señor Pardo endulzaba nuestra neutralidad con una sonrisa a los Estados Unidos. Creíamos que el ángel de la paz, el arco iris y la paloma con una rama de olivo en el pico constituían la heráldica de nuestro momento.
Mas ocurre que esta guerra sacude al mundo entero, y como sacude al mundo entero llama también a nuestra puerta.
Nuestra apatía criolla se alarma. Estamos muy lejos de la guerra. Vivimos a orillas del Océano Pacífico. No tenemos escuadras y ejércitos que enviar a la contienda. Tales son las convicciones acendradas de los peruanos. Y allí, dentro de su casa de la calle de Lártiga, está el señor José de la Riva Agüero, rosadito como un ice cream soda, para traducirlas o interpretarlas.
Hombres idealistas salen a las calles y nos hablan de solidaridad, de ideal, de democracia.
Pero nos encogemos de hombros y decimos:
—¡Locos!
Luego nuestra alborozada eutrapelia se divierte honestamente y hace chirigotas:
—¡A ver! ¿Qué buques vamos a mandar a la guerra?
—Todos. El “Grau”, el “Bolognesi”, el “Chalaco”, el “Lima”, el “Rodríguez”.
—¿Y los sumergibles?
—Los sumergibles no sirven.
—¿Y mandamos también el Regimiento Escolta?
—Justo.
—¿Y mandamos al general Puente?
—Por supuesto.
—¿Y mandamos al general Canevaro?
—No; al general Canevaro lo haremos aquí ministro de guerra.
Es necesario que riamos. Todos los hombres pueden matarse y todos los ideales pueden conflagrarse, que a nosotros nos tienen sin cuidado unos y otros. Nosotros somos neutrales. Nosotros estamos muy lejos de Europa. Nosotros no somos pupilos de nadie.
El doctor Cornejo, con frase, sabiduría y gesto de apóstol, dice también:
—Debemos solidarizarnos con los Estados Unidos. Ningún país tiene el derecho de ser neutral frente a esta guerra. La neutralidad es una aberración. Más aún, es una traición a los destinos del continente.
Las gentes no se atreven a decir que el doctor Cornejo es un loco.
Hablan también el doctor Porras, el doctor Deustua, el doctor García Irigoyen, el doctor Federico Elguera.
Las gentes no se aventuran a contrariarlos, pero se encogen de hombros.
Únicamente, los hombres idealistas aplauden y dicen que todas las naciones deben declararle la guerra a Alemania.
Sigilosamente renuevan las gentes sus bromas. No contradicen. No refutan. No replican. Hacen chistes. Preguntan cuántos hombres vamos a poner en pie de guerra. Preguntan si Alemania nos hará caso. Preguntan si pondremos la bandera peruana sobre la casa Oechsle.
Y es que ante todo defendemos nuestro derecho a la felicidad. Hemos vivido asistiendo a la guerra como a un espectáculo de circo. Vemos a los beligerantes como gladiadores. Nos divertimos. Tiene que parecernos muy ingrato que nos quieran aventar al picadero.
Nos sentimos indiferentes, absolutamente indiferentes, a este gran momento histórico.
Y nuestro gobierno, completamente digno de nosotros, pide que lo dejen tranquilo.
Pensábamos que íbamos a vivir tranquilos y que la guerra no iba a entrar en nosotros. Sabíamos que el gobierno del señor Pardo endulzaba nuestra neutralidad con una sonrisa a los Estados Unidos. Creíamos que el ángel de la paz, el arco iris y la paloma con una rama de olivo en el pico constituían la heráldica de nuestro momento.
Mas ocurre que esta guerra sacude al mundo entero, y como sacude al mundo entero llama también a nuestra puerta.
Nuestra apatía criolla se alarma. Estamos muy lejos de la guerra. Vivimos a orillas del Océano Pacífico. No tenemos escuadras y ejércitos que enviar a la contienda. Tales son las convicciones acendradas de los peruanos. Y allí, dentro de su casa de la calle de Lártiga, está el señor José de la Riva Agüero, rosadito como un ice cream soda, para traducirlas o interpretarlas.
Hombres idealistas salen a las calles y nos hablan de solidaridad, de ideal, de democracia.
Pero nos encogemos de hombros y decimos:
—¡Locos!
Luego nuestra alborozada eutrapelia se divierte honestamente y hace chirigotas:
—¡A ver! ¿Qué buques vamos a mandar a la guerra?
—Todos. El “Grau”, el “Bolognesi”, el “Chalaco”, el “Lima”, el “Rodríguez”.
—¿Y los sumergibles?
—Los sumergibles no sirven.
—¿Y mandamos también el Regimiento Escolta?
—Justo.
—¿Y mandamos al general Puente?
—Por supuesto.
—¿Y mandamos al general Canevaro?
—No; al general Canevaro lo haremos aquí ministro de guerra.
Es necesario que riamos. Todos los hombres pueden matarse y todos los ideales pueden conflagrarse, que a nosotros nos tienen sin cuidado unos y otros. Nosotros somos neutrales. Nosotros estamos muy lejos de Europa. Nosotros no somos pupilos de nadie.
El doctor Cornejo, con frase, sabiduría y gesto de apóstol, dice también:
—Debemos solidarizarnos con los Estados Unidos. Ningún país tiene el derecho de ser neutral frente a esta guerra. La neutralidad es una aberración. Más aún, es una traición a los destinos del continente.
Las gentes no se atreven a decir que el doctor Cornejo es un loco.
Hablan también el doctor Porras, el doctor Deustua, el doctor García Irigoyen, el doctor Federico Elguera.
Las gentes no se aventuran a contrariarlos, pero se encogen de hombros.
Únicamente, los hombres idealistas aplauden y dicen que todas las naciones deben declararle la guerra a Alemania.
Sigilosamente renuevan las gentes sus bromas. No contradicen. No refutan. No replican. Hacen chistes. Preguntan cuántos hombres vamos a poner en pie de guerra. Preguntan si Alemania nos hará caso. Preguntan si pondremos la bandera peruana sobre la casa Oechsle.
Y es que ante todo defendemos nuestro derecho a la felicidad. Hemos vivido asistiendo a la guerra como a un espectáculo de circo. Vemos a los beligerantes como gladiadores. Nos divertimos. Tiene que parecernos muy ingrato que nos quieran aventar al picadero.
Nos sentimos indiferentes, absolutamente indiferentes, a este gran momento histórico.
Y nuestro gobierno, completamente digno de nosotros, pide que lo dejen tranquilo.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de abril de 1917. ↩︎