6.10.. Capilla fúnebre

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Otra vez nuestro ánimo se siente compungido y enfermo. El país sigue trágico. Fuera de él se están matando los hombres. Dentro de él estamos aún velando un cadáver.
         Tenemos sueño, pero no podemos dormirnos. El país es una capilla. Tenemos ganas de gritar y tampoco podemos hacerlo. Es indispensable que no hagamos bulla y que vivamos en silencio.
         Un cadáver ilustre está aquí, junto a nosotros, entre nosotros, rodeado de cirios y de flores, loado en panegíricos, cantado en elegías, exaltado en oraciones. Y por muy grandes esfuerzos que hagamos para sentirnos contentos, un luto solemne que está en el ambiente y que está en los corazones nos oprime, nos sojuzga, nos arredra.
         Hacemos una vigilia triste. Amanecemos. Y este tránsito de un crepúsculo a otro nos parece angustioso e interminable.
         Hoy iremos al panteón. Veremos abrirse una fosa para guardar este cadáver venerando que ha llegado de Cotabambas, de un cementerio oscuro y lejano, de una serranía sórdida y traicionera, de una tumba rural y sombría. Veremos luego poner una lápida sobre esta fosa. Y veremos semblantes afligidos y ademanes melancólicos.
         Hay una esperanza que sonríe en muchas almas y que es una esperanza optimista. En el panteón de Bellavista va a sepultarse hoy con el cadáver todo el período cruento que hemos vivido. Concluye definitivamente esta tragedia. Y nosotros queremos que esta esperanza sea también nuestra. Queremos que se haga convicción y certidumbre en nuestra conciencia. Pero después de creer que va a terminar el último acto de la tragedia, nos asalta el temor de que falte un epílogo. Y nosotros le tenemos una aprensión terrible a los epílogos.
         La ciudad vive sin explicarse cómo esta onda mala no ha pasado todavía. Hace mucho tiempo que estamos aguardándolo. Mas cuando ya hemos creído que la onda mala pasaba, han venido voces del sur:
         —Hay un ataúd en viaje a Lima.
         Nos hemos sobrecogido.
         Primero ha pasado sobre nosotros la melancolía del jueves y del viernes santo. Luego esta semana ha traído para todos otro jueves y otro viernes santo. El duelo no quiere irse del país. Se aferra a él. Casi somos a esta hora una república exornada con crespones.
         Traen estas horas de silencio el recuerdo de que acabamos de atravesar un período truculento y de que estamos todavía en un período dramático. Hay voces que tratan de aturdir las conciencias. Pero son muy débiles. Tan débiles que las conciencias siguen escuchando acusaciones, anatemas, apóstrofes.
         Para nosotros esta madrugada es obsesionante y penosa.
         Tenemos a ratos la obsesión de que la ciudad está dormida. Enseguida la sensación se renueva. Indudablemente la ciudad está insomne. Acaso está viendo sombras.
         Finalmente, para oprimirnos más, aún se adueña de nuestros espíritus la visión de la Semana Santa.
         Y nos convencemos que todos los peruanos nos hallamos alrededor de una tumba abierta que nos está enseñando el cadáver llagado del Hijo del Hombre.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de abril de 1917. ↩︎