5.3. Sin novedad
- José Carlos Mariátegui
1No ocurre nada.
Se diría que súbitamente se han acabado para el país los acontecimientos, que más, mucho más que al país, le hacen falta a los periodistas.
Ya han pasado los carnavales. Ya ha pasado el escándalo de la escuadra. Ya ha pasado el descubrimiento de una sublevación espeluznante. Ya ha pasado la renuncia mendaz del general Puente. Ya ha pasado el cumpleaños del señor Pardo. Ya ha pasado el principio de la cuaresma. Ya ha pasado la resurrección del teatro incaico. Ya ha pasado todo lo que podía pasar en el Perú.
Tenemos a ratos una obsesión. La obsesión de que se ha parado el calendario y de que ya no va a ocurrir cosa alguna. Y nos ponemos locos y desesperados porque somos periodistas.
Pero hay un ánima generosa que nos calma y que nos dice:
―¡Todavía faltan muchos acontecimientos! ¡Falta la reunión de las asambleas de mayores contribuyentes! ¡Faltan las elecciones! ¡Faltan los fallos de la Corte Suprema! ¡Faltan bastantes cosas! Y luego falta todo lo imprevisto que siempre es muy grande.
Y esto nos exonera un poco de obsesiones y malestares y nos restituye a la seguridad de que el tiempo sigue corriendo.
Porque la obsesión más espantosa que podría abrumarnos sería la de que el tiempo va a detenerse sorpresivamente para nosotros, solo para que nos quedemos indefinidamente con la cuaresma, con las desazones electorales, con las inquietudes de la escuadra, con el gobierno del señor Pardo y con las vacaciones de los estudiantes.
Reportados y tranquilizados, tenemos que sentirnos en espera de lo por venir. Y como es muy aburrido esperar en un sitio y con los brazos cruzados, esperamos hechos unos vagabundos.
Aquí nos aguarda un helado. Allá nos aguarda una mentira. Acullá nos aguarda un chiste. Mas en ninguna parte nos aguarda una sorpresa. Apenas si nos encontramos con el señor Torres Balcázar que se mueve y se abanica con majestad y con aureola de candidato popular.
Y para hacernos sentir más todavía que lo emocionante ha pasado, surgen en una esquina el comandante Valdivieso y el comandante Monge.
Las gentes los escrutan y los palpan para asegurarse de que son los mismos y de que el general Puente no los ha cambiado ni los ha transustanciado en el fuerte de Santa Catalina.
Y se preguntan a pesar de que saben muy bien que son ellos:
―¿Esos que están allí son el comandante Valdivieso y el comandante Monge?
Y se preguntan más tarde:
―¿Y de dónde vienen ahora?
Un transeúnte contesta:
―Vienen del Ministerio de Guerra.
Ellos dejan la esquina.
Y nosotros nos quedamos parados.
El señor Manzanilla pasa en victoria y nos hace un saludo muy amable y muy risueño. El señor Pardo pasa en automóvil y no nos mira. El señor Balbuena pasa a pie y se detiene para abrazarnos.
Mas nosotros seguimos sin una sorpresa, sin una sola.
Y cuando tornamos a esta imprenta pensamos que es la hora de escribir que ‘no hay novedad’, como en los comunicados de la guerra, y pensamos que es indispensable que el país se conflagre, se agite y se conmueva mañana mismo.
Y pensamos luego que mañana es un día tremendo.
Se diría que súbitamente se han acabado para el país los acontecimientos, que más, mucho más que al país, le hacen falta a los periodistas.
Ya han pasado los carnavales. Ya ha pasado el escándalo de la escuadra. Ya ha pasado el descubrimiento de una sublevación espeluznante. Ya ha pasado la renuncia mendaz del general Puente. Ya ha pasado el cumpleaños del señor Pardo. Ya ha pasado el principio de la cuaresma. Ya ha pasado la resurrección del teatro incaico. Ya ha pasado todo lo que podía pasar en el Perú.
Tenemos a ratos una obsesión. La obsesión de que se ha parado el calendario y de que ya no va a ocurrir cosa alguna. Y nos ponemos locos y desesperados porque somos periodistas.
Pero hay un ánima generosa que nos calma y que nos dice:
―¡Todavía faltan muchos acontecimientos! ¡Falta la reunión de las asambleas de mayores contribuyentes! ¡Faltan las elecciones! ¡Faltan los fallos de la Corte Suprema! ¡Faltan bastantes cosas! Y luego falta todo lo imprevisto que siempre es muy grande.
Y esto nos exonera un poco de obsesiones y malestares y nos restituye a la seguridad de que el tiempo sigue corriendo.
Porque la obsesión más espantosa que podría abrumarnos sería la de que el tiempo va a detenerse sorpresivamente para nosotros, solo para que nos quedemos indefinidamente con la cuaresma, con las desazones electorales, con las inquietudes de la escuadra, con el gobierno del señor Pardo y con las vacaciones de los estudiantes.
Reportados y tranquilizados, tenemos que sentirnos en espera de lo por venir. Y como es muy aburrido esperar en un sitio y con los brazos cruzados, esperamos hechos unos vagabundos.
Aquí nos aguarda un helado. Allá nos aguarda una mentira. Acullá nos aguarda un chiste. Mas en ninguna parte nos aguarda una sorpresa. Apenas si nos encontramos con el señor Torres Balcázar que se mueve y se abanica con majestad y con aureola de candidato popular.
Y para hacernos sentir más todavía que lo emocionante ha pasado, surgen en una esquina el comandante Valdivieso y el comandante Monge.
Las gentes los escrutan y los palpan para asegurarse de que son los mismos y de que el general Puente no los ha cambiado ni los ha transustanciado en el fuerte de Santa Catalina.
Y se preguntan a pesar de que saben muy bien que son ellos:
―¿Esos que están allí son el comandante Valdivieso y el comandante Monge?
Y se preguntan más tarde:
―¿Y de dónde vienen ahora?
Un transeúnte contesta:
―Vienen del Ministerio de Guerra.
Ellos dejan la esquina.
Y nosotros nos quedamos parados.
El señor Manzanilla pasa en victoria y nos hace un saludo muy amable y muy risueño. El señor Pardo pasa en automóvil y no nos mira. El señor Balbuena pasa a pie y se detiene para abrazarnos.
Mas nosotros seguimos sin una sorpresa, sin una sola.
Y cuando tornamos a esta imprenta pensamos que es la hora de escribir que ‘no hay novedad’, como en los comunicados de la guerra, y pensamos que es indispensable que el país se conflagre, se agite y se conmueva mañana mismo.
Y pensamos luego que mañana es un día tremendo.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de marzo de 1917. ↩︎