5.19. Camino llano
- José Carlos Mariátegui
1Las soluciones económicas siguen acabando con los problemas políticos. Tenemos ahora en la cabeza del gobierno no a un político sino a un financista. Las cuentas arreglan lo que no pueden arreglar otras cosas.
Un gran concepto ha trepado al cerebro del régimen: la plata todo poderosa, definitiva, eficaz.
Y hace ya rato que este régimen, que se ha oído llamar el régimen de la bolsa cerrada, gasta sin tasa para conseguir la serenidad pública y la calma gubernativa.
Un día la plata ha servido para estipendiar aplausos y, antes que aplausos, invectivas. Mediante un renglón eufemista en el presupuesto se ha comprado altisonantes ditirambos y altisonantes apóstrofes. Un billete ha podido significar una frase.
Otro día la plata ha servido para restituir a la intendencia de policía los servicios de los profesionales del espionaje. Mediante otro renglón eufemista en el presupuesto se ha comprado delatores. Un billete ha podido significar una acusación irresponsable.
Otro día la plata ha servido para nuevos alquileres igualmente representativos y trascendentales.
Y el régimen se ha sentido con la conciencia tranquila y con el ánimo regocijado.
Ha exagerado la majestad de su paso por las calles porque ha estado seguro de que en cualquier sitio podía encender la ovación. Pasaba la plata. Pasaba el presupuesto.
Unas gentes ingenuas han venido a esta imprenta a preguntarnos:
—¿Pero este gobierno no es el mismo gobierno austero que iba a quejarse de miseria en las Cámaras?
Nosotros nos hemos sonreído ante la inocencia de estas pobres gentes ingenuas y les hemos respondido:
—Sí.
Y ellas han seguido interrogándonos y nosotros respondiéndoles monosilábicamente.
—¿Pero este gobierno no es el mismo que quería matar de hambre a los empleados públicos?
—Sí.
—¿Pero este gobierno no es el mismo que negaba el aumento de los haberes y que inducía a los futuristas a una postura desgraciada?
—Sí.
Las gentes ingenuas se han hecho cruces y nos han dejado.
No se les alcanza que hoy le haya podido parecer bueno al gobierno el aumento de los sueldos que le pareció malo ayer no más. Ni que hoy haya podido parecer bueno el aumento a los militares en tanto que, como ayer, le ha seguido pareciendo malo el aumento a los civiles. Ni que hoy le haya podido parecer que tiene la facultad de suprimir las rebajas cuando ayer le pareció que carecía de ella.
Todavía hay en esta tierra hombres candorosos que se quedan con la boca abierta ante las incongruencias, ante las contradicciones, ante los renuncios.
Todavía.
Y es seguramente que no saben que la plata ha servido para tranquilizar al régimen sobre una lealtad que anhela con todo el corazón, y que no saben tampoco que los puñados de monedas valen ahora para allanar un camino.
Un gran concepto ha trepado al cerebro del régimen: la plata todo poderosa, definitiva, eficaz.
Y hace ya rato que este régimen, que se ha oído llamar el régimen de la bolsa cerrada, gasta sin tasa para conseguir la serenidad pública y la calma gubernativa.
Un día la plata ha servido para estipendiar aplausos y, antes que aplausos, invectivas. Mediante un renglón eufemista en el presupuesto se ha comprado altisonantes ditirambos y altisonantes apóstrofes. Un billete ha podido significar una frase.
Otro día la plata ha servido para restituir a la intendencia de policía los servicios de los profesionales del espionaje. Mediante otro renglón eufemista en el presupuesto se ha comprado delatores. Un billete ha podido significar una acusación irresponsable.
Otro día la plata ha servido para nuevos alquileres igualmente representativos y trascendentales.
Y el régimen se ha sentido con la conciencia tranquila y con el ánimo regocijado.
Ha exagerado la majestad de su paso por las calles porque ha estado seguro de que en cualquier sitio podía encender la ovación. Pasaba la plata. Pasaba el presupuesto.
Unas gentes ingenuas han venido a esta imprenta a preguntarnos:
—¿Pero este gobierno no es el mismo gobierno austero que iba a quejarse de miseria en las Cámaras?
Nosotros nos hemos sonreído ante la inocencia de estas pobres gentes ingenuas y les hemos respondido:
—Sí.
Y ellas han seguido interrogándonos y nosotros respondiéndoles monosilábicamente.
—¿Pero este gobierno no es el mismo que quería matar de hambre a los empleados públicos?
—Sí.
—¿Pero este gobierno no es el mismo que negaba el aumento de los haberes y que inducía a los futuristas a una postura desgraciada?
—Sí.
Las gentes ingenuas se han hecho cruces y nos han dejado.
No se les alcanza que hoy le haya podido parecer bueno al gobierno el aumento de los sueldos que le pareció malo ayer no más. Ni que hoy haya podido parecer bueno el aumento a los militares en tanto que, como ayer, le ha seguido pareciendo malo el aumento a los civiles. Ni que hoy le haya podido parecer que tiene la facultad de suprimir las rebajas cuando ayer le pareció que carecía de ella.
Todavía hay en esta tierra hombres candorosos que se quedan con la boca abierta ante las incongruencias, ante las contradicciones, ante los renuncios.
Todavía.
Y es seguramente que no saben que la plata ha servido para tranquilizar al régimen sobre una lealtad que anhela con todo el corazón, y que no saben tampoco que los puñados de monedas valen ahora para allanar un camino.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de marzo de 1917. ↩︎