5.11. Viaje sonoro - Cuestión de plata
- José Carlos Mariátegui
Viaje sonoro1
Viene el señor Ricardo Bentín. Viene súbitamente. Viene en momento trascendental.
Un gran hervor de comentarios ha habido en la ciudad y se ha buscado, a través de todas las conjeturas y a través de todas las posibilidades, un móvil oculto para el viaje del primer vicepresidente.
Aquí y allá nos han abordado las gentes:
―¿Saben ustedes que viene el señor Ricardo Bentín?
―Sí.
―¿Saben ustedes que el señor Bentín es el primer vicepresidente de la República?
―Por supuesto.
―¡Búsquenle entonces origen a su venida!
Y en este punto las gentes nos han dejado mordidos por la curiosidad o embargados por la estupefacción.
La ciudad ha emparado la noticia de este viaje y se ha puesto a darle vueltas entre las manos segura de que tiene gravedad. No cree que es una noticia inocente. No se convence de que es una noticia vulgar. No comprende que es una noticia de crónica social. La suspicacia metropolitana es infinita.
Ha agitado el comentario callejero una sola conjetura.
Y se ha insinuado así que el suceso tiene importancia:
―¡El señor Ricardo Bentín viene sorpresivamente!
―Es que ha sido llamado.
―¿Por quién ha sido llamado?
―¡Allí está lo importante!
En este punto ha habido pausas discretas y tras las pausas discretas preguntas ansiosas.
Y luego se ha producido la aseveración:
―¡Ha sido llamado por el señor Pardo!
―¿Por el señor Pardo?
―Sí. Para que se encargue del Gobierno.
―¿Definitivamente?
―No. Solo por tres meses. Mientras el señor Pardo descansa. Mientras el señor Pardo se tonifica. Mientras el señor Pardo convalece de tanta amargura.
Y han tomado también otras afirmaciones.
―El señor Pardo no quiere estar en el gobierno durante lo que resta del proceso electoral.
―El señor Pardo quiere llevar a los tribunales a sus acusadores.
―El señor Pardo siente que la Presidencia de la República es muy fastidiosa.
Nosotros nos hemos quedado atónitos ante tanta suposición y tanta sospecha. Seguros de que el señor Bentín viene sin llamada. Resueltos a rechazar el chisme volandero. Persuadidos de que no hay razón para que un sincronismo cualquiera determine agitaciones y ansiedades, nos hemos puesto bruscos cuando las gentes han insistido en atajarnos para que compartiéramos sus veleterías imaginativas.
Y ahora mismo hemos hecho sentir nuestra impresión a un amigo que nos visita habitualmente y que nos ha dicho con la entonación teatral.
―¡Viene Bentín!
Nosotros soliviantados le hemos respondido ácidamente:
―¡Bueno! ¡Y qué!
Un gran hervor de comentarios ha habido en la ciudad y se ha buscado, a través de todas las conjeturas y a través de todas las posibilidades, un móvil oculto para el viaje del primer vicepresidente.
Aquí y allá nos han abordado las gentes:
―¿Saben ustedes que viene el señor Ricardo Bentín?
―Sí.
―¿Saben ustedes que el señor Bentín es el primer vicepresidente de la República?
―Por supuesto.
―¡Búsquenle entonces origen a su venida!
Y en este punto las gentes nos han dejado mordidos por la curiosidad o embargados por la estupefacción.
La ciudad ha emparado la noticia de este viaje y se ha puesto a darle vueltas entre las manos segura de que tiene gravedad. No cree que es una noticia inocente. No se convence de que es una noticia vulgar. No comprende que es una noticia de crónica social. La suspicacia metropolitana es infinita.
Ha agitado el comentario callejero una sola conjetura.
Y se ha insinuado así que el suceso tiene importancia:
―¡El señor Ricardo Bentín viene sorpresivamente!
―Es que ha sido llamado.
―¿Por quién ha sido llamado?
―¡Allí está lo importante!
En este punto ha habido pausas discretas y tras las pausas discretas preguntas ansiosas.
Y luego se ha producido la aseveración:
―¡Ha sido llamado por el señor Pardo!
―¿Por el señor Pardo?
―Sí. Para que se encargue del Gobierno.
―¿Definitivamente?
―No. Solo por tres meses. Mientras el señor Pardo descansa. Mientras el señor Pardo se tonifica. Mientras el señor Pardo convalece de tanta amargura.
Y han tomado también otras afirmaciones.
―El señor Pardo no quiere estar en el gobierno durante lo que resta del proceso electoral.
―El señor Pardo quiere llevar a los tribunales a sus acusadores.
―El señor Pardo siente que la Presidencia de la República es muy fastidiosa.
Nosotros nos hemos quedado atónitos ante tanta suposición y tanta sospecha. Seguros de que el señor Bentín viene sin llamada. Resueltos a rechazar el chisme volandero. Persuadidos de que no hay razón para que un sincronismo cualquiera determine agitaciones y ansiedades, nos hemos puesto bruscos cuando las gentes han insistido en atajarnos para que compartiéramos sus veleterías imaginativas.
Y ahora mismo hemos hecho sentir nuestra impresión a un amigo que nos visita habitualmente y que nos ha dicho con la entonación teatral.
―¡Viene Bentín!
Nosotros soliviantados le hemos respondido ácidamente:
―¡Bueno! ¡Y qué!
Cuestión de plata
No hay problemas políticos. Solo hay problemas económicos. Hasta estas inquietudes nacionales que asustan al gobierno y turban a los ciudadanos piden, no una solución política, sino una solución económica.
Y por eso el hombre de la situación es ahora el señor García y Lastres. Ni el señor Riva Agüero asido a la presidencia del Consejo de ministros, ni el general Puente asido al Ministerio de Guerra, pueden servirle al señor Pardo tan eficazmente como el señor García y Lastres.
El señor García y Lastres es el único hombre de la administración que no se ha alarmado con el desbarajuste político, es el único hombre de la administración que no ha perdido la ecuanimidad, es el único hombre de la administración que no se ha dejado confundir por los sucesos.
Sereno, impávido, prudente, ha apelado ya a un recurso lleno de sabiduría. No será también un recurso lleno de lógica. Pero no importa. Es un recurso del régimen y es sobre todo un recurso del señor García y Lastres.
En espera del voto legislativo que debía ordenar el reintegro se estaba depositando las rebajas de los sueldos públicos. El gobierno no se creía con facultad para distribuirlo y acabar con el hambre de los servidores del estado. Mas hoy, piensa que la situación le concede la facultad. Ya no aguarda nada. Restablecerá la escala de sueldos. Y la administración pública, el ejército y la marina sentirán un contento muy grande.
El señor Pardo andaba intranquilo y desagradado. Requería desagravios. Buscaba defensores. Pedía ditirambos.
Y el general Puente le hacía sentir toda su fuerza en el homenaje del ejército y de la marina.
Pero el señor García y Lastres le ha dicho al señor Pardo, confundiendo al poderío del ministro de guerra:
―Yo tengo la solución de estas inquietudes.
El señor Pardo lo ha interrogado con un ademán anhelante y fatigado.
Y el señor García y Lastres ha agregado:
―Todo es cuestión de plata. Todo lo compone la plata. Todo lo puede la plata.
Así ha sido como hemos llegado a esta solución económica del problema político.
Vuelve la calma al gobierno a costa de un poco de dinero. Pasan las desazones. Concluyen las alarmas. Se esfuman los malestares.
El gobierno está a estas horas en Palacio sonando el dinero guardado como suenan los chicos sus alcancías.
Y confía en vencer todas las protestas y en comprar todas las lealtades.
La plata manda.
Y por eso el hombre de la situación es ahora el señor García y Lastres. Ni el señor Riva Agüero asido a la presidencia del Consejo de ministros, ni el general Puente asido al Ministerio de Guerra, pueden servirle al señor Pardo tan eficazmente como el señor García y Lastres.
El señor García y Lastres es el único hombre de la administración que no se ha alarmado con el desbarajuste político, es el único hombre de la administración que no ha perdido la ecuanimidad, es el único hombre de la administración que no se ha dejado confundir por los sucesos.
Sereno, impávido, prudente, ha apelado ya a un recurso lleno de sabiduría. No será también un recurso lleno de lógica. Pero no importa. Es un recurso del régimen y es sobre todo un recurso del señor García y Lastres.
En espera del voto legislativo que debía ordenar el reintegro se estaba depositando las rebajas de los sueldos públicos. El gobierno no se creía con facultad para distribuirlo y acabar con el hambre de los servidores del estado. Mas hoy, piensa que la situación le concede la facultad. Ya no aguarda nada. Restablecerá la escala de sueldos. Y la administración pública, el ejército y la marina sentirán un contento muy grande.
El señor Pardo andaba intranquilo y desagradado. Requería desagravios. Buscaba defensores. Pedía ditirambos.
Y el general Puente le hacía sentir toda su fuerza en el homenaje del ejército y de la marina.
Pero el señor García y Lastres le ha dicho al señor Pardo, confundiendo al poderío del ministro de guerra:
―Yo tengo la solución de estas inquietudes.
El señor Pardo lo ha interrogado con un ademán anhelante y fatigado.
Y el señor García y Lastres ha agregado:
―Todo es cuestión de plata. Todo lo compone la plata. Todo lo puede la plata.
Así ha sido como hemos llegado a esta solución económica del problema político.
Vuelve la calma al gobierno a costa de un poco de dinero. Pasan las desazones. Concluyen las alarmas. Se esfuman los malestares.
El gobierno está a estas horas en Palacio sonando el dinero guardado como suenan los chicos sus alcancías.
Y confía en vencer todas las protestas y en comprar todas las lealtades.
La plata manda.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de marzo de 1917. ↩︎