4.8. El balneario y el camino

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hemos ido a La Punta en un carro eléctrico y hemos vuelto en otro. Y hemos sentido inmediatamente que La Punta no es la misma y que hasta la carretera de Lima al Callao tampoco es la misma. Han cambiado desde que el señor Pardo veranea en La Punta.
         Todo esto del veraneo del señor Pardo en la Villa Gaby, en Miraflores o en Chucuito, nos interesa mucho y nos obsesiona a veces, no por manía pueril, sino porque el mismo señor Pardo parece que así lo quisiera. Se toma a su alrededor tantas precauciones, corre tanto su automóvil, lo guardan tanto sus gendarmes, se dice tanto que La Punta no es su única residencia de verano, que hay que acabar creyendo que el señor Pardo desea inquietar a todas las gentes como los héroes de las películas misteriosas.
         La Punta tiene su aspecto cotidiano. Nada visible dice una transformación. Pero en el ambiente se siente que La Punta no es la misma, que vive un minuto trascendental, que su historia está en un trance ceremonioso.
         Hemos ido a los baños y hemos exclamado:
         —¡Cuánta gente!
         Y nos han dicho al vernos cara forastera:
         —¡Aquí se baña el presidente de la República!
         Nosotros hemos interrogado con ingenuidad:
         —¿Y también el señor Alberto Secada?
         Y nos han contestado con sorpresa y malacrianza:
         —¡También Secada!
         No hemos podido ver bañarse al señor Pardo. Hemos ido a La Punta muy tarde. A la hora en que se bañan las señoritas coquetas. Y solo hemos sabido que el señor Pardo se baña sin originalidad. No sabe nadar y “hace el muerto”. Esto nos ha inquietado. Un presidente de la República no debía jamás “hacer el muerto”. Y menos el señor Pardo.
         Y hemos sabido que el señor Pardo se baña bajo la mirada vigilante del prefecto del Callao. El prefecto del Callao, que es muy hábil, se ingenia siempre la manera de coincidir con el señor Pardo en el baño. Algunas veces un minuto de retardo obliga al prefecto del Callao a desvestirse presurosamente y a echarse al agua con precipitación.
         Así está La Punta.
         Y la carretera de Lima al Callao ha cambiado no solo en su ambiente como La Punta. Ha cambiado también en su aspecto cotidiano. Solícitamente se ha terraplenado en ella una pista para automóviles. Ha comenzado a rodeársele de los mismos mimos de que está rodeada la avenida de Miraflores.
         Y hemos visto además en la carretera de Lima al Callao muchos gendarmes. Gendarmes acá. Gendarmes allá. Gendarmes acullá.
         Hemos preguntado en el carro eléctrico:
         —¿Está haciendo maniobras la gendarmería? ¿O es este el camino de Cajatambo?
         Y nos han respondido entre muchas sonrisas, porque no se han persuadido de la sinceridad de nuestra interrogación:
         —¡Va a pasar por aquí el automóvil del señor Pardo!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de febrero de 1917. ↩︎