4.21. El ariete

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todavía es un paladín muy valiente y muy grande el doctor Mariano Lino Urquieta, jefe del partido liberal del Sur.
         Ha renunciado a la diputación por Moquegua y ha aceptado la senaduría por Arequipa.
         Y se ha armonizado su voluntad con la voluntad del comité bipartito de las ubicaciones, que es también la voluntad del señor Pardo.
         Pero todavía es un paladín muy valiente y muy grande del ideal de la libertad, del derecho, de la democracia y de la justicia.
         Hace pocos días pensó el doctor Urquieta que no podía abandonar a sus paisanos de Moquegua en la lucha contra el feudalismo de los señores Barrios y que entre la diputación esquiva de Moquegua y la senaduría amable de Arequipa su deber lo encadenaba a la primera.
         Y el doctor Urquieta nos habló por teléfono lleno de majestad, de heroísmo, de bizarría y de grandeza en la entonación.
         Nosotros, que somos muy rendidos admiradores del doctor Urquieta, tuvimos que gritar:
         ―¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!
         Y los liberales de Lima se prendieron del telégrafo para hablarle al doctor Urquieta y para decirle lo contrario.
         Más tarde nos miraron, sonrientes y satisfechos.
         Ahora se sabe que el doctor Urquieta no continúa creyendo indispensable seguir al lado de sus paisanos de Moquegua y que encuentra, en cambio, preciso ponerse a la cabeza de sus amigos de Arequipa.
         Y no es que el doctor Urquieta haya transigido con las ubicaciones. Ni es que el doctor Urquieta desee complacer al gobierno. Ni es que el doctor Urquieta se adapte a los quereres de su partido. No es que el doctor Urquieta se arrepienta de su actitud viril y valiente y se arredre ante la inminencia de una lucha encarnizada y terrible contra los señores Barrios, que son tan patriarcales, tan gloriosos y tan fuertes en su provincia, contra los amigos de los señores Barrios que son casi todos los hombres de Moquegua y contra las autoridades y los agentes del gobierno del señor Pardo.
         Es solo que la Arequipa conservadora aspira a la misma senaduría que las ubicaciones le han asignado al doctor Urquieta y que el doctor Urquieta tiene la obligación santa y doctrinaria de impedirlo a la cabeza de la Arequipa liberal.
         El paladín ateo, el paladín anticlerical, el paladín de El Ariete siente la necesidad de tornar a ser caudillo de ideas y multitudes y empuña la bandera que le ofrecen sus amigos de Lima.
         Todos sus amigos de Lima le han gritado:
         ―¡Urquieta! ¡Urquieta! ¡Allí están nuestros tradicionales adversarios, los conservadores! ¡Allí están para quitarnos la diputación y la senaduría de Arequipa! ¡Sin usted estamos perdidos! ¡Urquieta! ¡Urquieta!
         Y el doctor Urquieta tiene que escuchar la voz de los principios amenazados por el conservadorismo y por el clericalismo y tiene que creerles a sus amigos de Lima con toda la diáfana buena fe de su alma impoluta.
         Acepta por eso la senaduría de Arequipa.
         Y renuncia por eso a la diputación de Moquegua. Pero no es que obedezca a las ubicaciones.
         Obedece a los principios magnos, a los principios intangibles, a los principios sacros.
         Así es como nos gustan a nosotros los hombres.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de febrero de 1917. ↩︎