4.20.. Sueños pesados

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todavía estamos sintiendo que el carnaval ha sido trágico para nosotros.
         Las gentes parecen obstinadas en hacérnoslo comprender así en sus voces, en sus murmuraciones, en sus presagios y en sus chismes.
         Y nosotros que, a consecuencia del agua de “caño” vertida en el carnaval estamos sufriendo un constipado muy desagradable, a consecuencia de las grimas ajenas estamos a punto de volvernos neurasténicos.
         Pero las mismas gentes no son culpables de sus desazones, porque el culpable de todas las inquietudes es el propio gobierno. El propio gobierno que está más nervioso que nunca, más agitado que nunca, más intranquilo que nunca.
         Mientras todo Lima jugaba o padecía en obsequio al carnaval, mientras hacía su paseo por las calles metropolitanas el Dios Momo criollo que bailaba con la música del “son de los diablos”, mientras metían a la tina con malicias y alevosías a las chicas bonitas, mientras reventaban los globazos y mientras subían y bajaban las sorpresivas y traicioneras “talegas” de harina, mientras el criollismo imponía una democracia gritona y regocijada, el gobierno desarmaba las máquinas de las naves de la escuadra y tomaba sigilosas precauciones contra una rebelión inminente.
         Y aquí mismo en Lima se extremaba la vigilancia sin que la ciudad lo sintiera por el bullicio y la locura del carnaval.
         Nadie sale de la sorpresa aún:
         ―¿Es verdad que hemos estado jugando carnavales sobre un volcán en erupción?
         ―¡Verdad!
         ―¿Y no hemos sabido sentirlo?
         ―¡No hemos sabido!
         ―¿Iba a sublevarse la escuadra?
         ―¡Así se dice!
         Y la ciudad tiembla de miedo como si acabara de salir de un peligro muy grande y como si pensara que el peligro no ha terminado hasta ahora.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de febrero de 1917. ↩︎