3.29. Mensaje tremendo
- José Carlos Mariátegui
1Ya tenemos un héroe. No se ha cuadrado en Lima. Se ha cuadrado en el Sur. Hacía ya algún tiempo que nosotros estábamos mirando al sur. Sentíamos que de él venía una onda que nos estremecía a todos.
Y este héroe que es el doctor Urquieta no ha proclamado ninguna restauración del imperio del Tahuantinsuyo. Ha proclamado únicamente un deber político, un deber doctrinario, un deber principista. Él, invitado por nosotros, nos lo ha dicho en un telegrama sensacional.
Los hombres del gobierno se han alborotado espantosamente. Habían ubicado al doctor Urquieta en la senaduría de Arequipa. Esperaban que el doctor Urquieta encontrase preferible la senaduría de Arequipa a la diputación de Moquegua. Así tenía que ser. Así, así y así.
—¡Quería ser diputado! ¡Y lo hacemos senador! ¡Es un ascenso! —decían los hombres del gobierno.
Y la ciudad repetía maquinalmente:
—¡Un ascenso! ¡Un ascenso!
Pero nosotros, que somos muy suspicaces a veces, movíamos la cabeza y decíamos que el doctor Urquieta que escribió El Ariete, que sufrió persecuciones, que conoció el exilio y que fundó el partido liberal del sur, no podía aceptar que se le obligase a un desaire al pueblo moqueguano.
—¡Ustedes qué saben!
Nosotros nos callábamos. Y nos subíamos a la azotea para mirar con nuestro largavista al sur y para ver si podíamos avistar al doctor Urquieta.
Un día nos decidimos a requerir la palabra del doctor Urquieta y le mandamos un mensaje.
Y el doctor Urquieta nos ha contestado en el tremendo mensaje que ha estremecido a la ciudad y que ha agitado a los hombres del gobierno.
Nos hemos echado a las calles para gritar:
—¡Este es el mismo doctor Urquieta que escribió El Ariete! ¡Este es el mismo doctor Urquieta que sufrió persecuciones! ¡Este es el mismo doctor Urquieta que conoció el exilio! ¡Este es el mismo doctor Urquieta que fundó el partido liberal del sur!
Nos hemos desgañitado.
Y nos hemos regalado releyendo muchas veces el mensaje del doctor Urquieta y reconociéndolo suyo, muy suyo, admirablemente suyo.
El doctor Urquieta no quiere transigir con el encasillado. Querría transigir porque ya se está poniendo viejo y está sintiendo grandes ternuras. Y porque ama la armonía nacional y la paz y la concordia entre los príncipes peruanos. Pero oye la voz del pueblo de Moquegua que clama contra los señores Barrios y los llama a gritos gamonales, y rápidamente se da cuenta de que no puede dejar solos a los moqueguanos. Y declara que, entre la diputación de Moquegua, con sus luchas y con sus azares, y la senaduría de Arequipa, con sus consagraciones y sus blanduras, prefiere la diputación de Moquegua.
Nosotros nos hemos pasado todo un día gritando:
—¡Este es el doctor Urquieta!
Y los hombres del gobierno nos han gritado rencorosos:
—¡Ustedes lo han tentado!
Y nos han comparado con Lucifer en el Paraíso.
Y este héroe que es el doctor Urquieta no ha proclamado ninguna restauración del imperio del Tahuantinsuyo. Ha proclamado únicamente un deber político, un deber doctrinario, un deber principista. Él, invitado por nosotros, nos lo ha dicho en un telegrama sensacional.
Los hombres del gobierno se han alborotado espantosamente. Habían ubicado al doctor Urquieta en la senaduría de Arequipa. Esperaban que el doctor Urquieta encontrase preferible la senaduría de Arequipa a la diputación de Moquegua. Así tenía que ser. Así, así y así.
—¡Quería ser diputado! ¡Y lo hacemos senador! ¡Es un ascenso! —decían los hombres del gobierno.
Y la ciudad repetía maquinalmente:
—¡Un ascenso! ¡Un ascenso!
Pero nosotros, que somos muy suspicaces a veces, movíamos la cabeza y decíamos que el doctor Urquieta que escribió El Ariete, que sufrió persecuciones, que conoció el exilio y que fundó el partido liberal del sur, no podía aceptar que se le obligase a un desaire al pueblo moqueguano.
—¡Ustedes qué saben!
Nosotros nos callábamos. Y nos subíamos a la azotea para mirar con nuestro largavista al sur y para ver si podíamos avistar al doctor Urquieta.
Un día nos decidimos a requerir la palabra del doctor Urquieta y le mandamos un mensaje.
Y el doctor Urquieta nos ha contestado en el tremendo mensaje que ha estremecido a la ciudad y que ha agitado a los hombres del gobierno.
Nos hemos echado a las calles para gritar:
—¡Este es el mismo doctor Urquieta que escribió El Ariete! ¡Este es el mismo doctor Urquieta que sufrió persecuciones! ¡Este es el mismo doctor Urquieta que conoció el exilio! ¡Este es el mismo doctor Urquieta que fundó el partido liberal del sur!
Nos hemos desgañitado.
Y nos hemos regalado releyendo muchas veces el mensaje del doctor Urquieta y reconociéndolo suyo, muy suyo, admirablemente suyo.
El doctor Urquieta no quiere transigir con el encasillado. Querría transigir porque ya se está poniendo viejo y está sintiendo grandes ternuras. Y porque ama la armonía nacional y la paz y la concordia entre los príncipes peruanos. Pero oye la voz del pueblo de Moquegua que clama contra los señores Barrios y los llama a gritos gamonales, y rápidamente se da cuenta de que no puede dejar solos a los moqueguanos. Y declara que, entre la diputación de Moquegua, con sus luchas y con sus azares, y la senaduría de Arequipa, con sus consagraciones y sus blanduras, prefiere la diputación de Moquegua.
Nosotros nos hemos pasado todo un día gritando:
—¡Este es el doctor Urquieta!
Y los hombres del gobierno nos han gritado rencorosos:
—¡Ustedes lo han tentado!
Y nos han comparado con Lucifer en el Paraíso.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de enero de 1917. ↩︎