3.10.. Solidaridad - El brío ajeno

  • José Carlos Mariátegui

Solidaridad1  

         ¿Quién dice que el partido constitucional no está unido? Aquí se encuentra el mismo partido constitucional para desmentirlo. Los constitucionales están mancomunados como nunca. Y se exhiben todos cogidos de las manos para decirle al país que todos piensan, sienten y accionan como un solo hombre.
         El partido constitucional es actualmente el partido de las solidaridades. Habla el general Cáceres. Y todo el partido constitucional se pone de pie, con la mano sobre la cruz de la espada, y declara que lo que ha hablado el general Cáceres es como si lo hubiera hablado él. Habla el señor Osores. Y todo el partido constitucional vuelve a ponerse de pie para aplaudirlo y para ratificarlo.
         Vamos a pedir a gritos que hable el señor Hildebrando Fuentes para que su partido le dé también un voto de aplauso y otro voto de solidaridad.
         Y que hable el general Eléspuru. Y que hable el general Pizarro. Y que hable el general Canevaro. Y que hable el contralmirante Carbajal. Y que hable el coronel Bedoya. Y que hable el señor Criado y Tejada.
         Todos los constitucionales están listos para mancomunarse con el pensamiento y con sus palabras. Especialmente con el pensamiento y con las palabras del general Canevaro. ¡A ver un periodista que vaya a reportearlo a nuestro nombre!
         Únicamente dos constitucionales no se solidarizan con nadie. Ni con el general Cáceres siquiera. Son el señor Nicanor Carmona y el señor José Antonio Aramburú. El señor Carmona y el señor Aramburú no quieren que el partido haga declaraciones de ninguna especie. Los dos son candidatos y los dos son personas discretas.
         Y esta aprobación de la actitud del señor Osores por el partido constitucional, con el general Cáceres a la cabeza y con la gloria de La Breña en el estandarte, es trascendental.
         Las gentes han venido a decírnoslo y hacérnoslo entender.
         Nos han preguntado:
         –¿El partido constitucional se ha solidarizado con la actitud del señor Osores?
         —Sí.
         —¿Y cuál ha sido la actitud del señor Osores?
         —¡La sabida! ¡La única! ¡La universal!
         —¿La de la conferencia con el señor Pardo?
         —¡Por supuesto!
         —¡Entonces es una solidaridad tremenda, emocionante, asombrosa! ¡Abran bien los ojos! ¡Todo lo que fue a decirle el señor Osores al señor Pardo es como si hubiera ido a decírselo el partido constitucional!
         Y nos han dejado pensativos. Verdad: todo lo que fue a decirle el señor Osores al señor Pardo es como si hubiera ido a decírselo el partido de las posturas marciales y heroicas.
         Los constitucionales sienten suyo todo lo que ha hecho el señor Osores. Sienten que el señor Osores los ha encarnado a todos. Sienten que es con ellos con quien ha conversado el señor Pardo.
         Luego es al partido constitucional a quien el señor Pardo ha llamado a su lado. Luego es el partido constitucional a quien el señor Pardo ha preguntado lo que está haciendo en Chosica. Luego es el partido constitucional a quien el señor Pardo ha engreído y ha mimado durante una hora. Luego es el partido constitucional a quien el señor Pardo ha preguntado si conspira.
         Esto es lo sensacional.
         Y, lo más sensacional todavía, es que luego es el partido constitucional el que le ha contestado al señor Pardo que todavía no conspira.

El brío ajeno  

         Tenemos de la mano al señor Secada. Hace un momento el señor Secada nos ha tenido de las orejas. Había venido a visitarnos para decirnos muchas cosas. Y para decirnos sobre todo que los escritores de este tiempo no somos tan valientes como los del tiempo pasado.
         Nos ha gritado:
         —¡Ustedes, los jóvenes!
         Y nosotros, por no quedarnos chicos, le hemos gritado también:
         —¡Ustedes, los viejos!
Pero el señor Secada nos ha rectificado enseguida:
         —¡Los viejos no! ¡Nosotros, los hombres!
         Conciliadoramente, le hemos concedido:
         —Bueno. ¡Ustedes los hombres, los hombres maduros!
         —¡Los grandes hombres! ¡Los grandes hombres!
         El señor Secada nos ha soltado entonces las orejas. Se había cansado de tenernos sujetos de ellas. Nos había indultado.
         Y desde ese momento lo tenemos de la mano.
         Así estamos ahora: el señor Secada a la derecha; nosotros a la izquierda. El señor Secada interrogándonos; nosotros respondiéndole. El señor Secada accionando con una sola mano; nosotros oprimiéndole la que le tenemos presa para que no nos tunda con ella.
         El señor Secada nos aconseja. Nos estimula. Nos ajocha. Nos guapea. Y comienza por gritarnos como si nosotros fuéramos el gobierno y él estuviera en la Cámara de Diputados. Hay momentos en que tenemos que recordarle que nosotros no somos de la mayoría ni hemos llegado aún a un ministerio ni a una plenipotencia.
         ¡Caramba!
         Pero el señor Secada es en el fondo muy bueno. Tan bueno que nos quiere, nos enseña el camino y nos guía con la palabra para que no tropecemos:
         —¡Por allí no! ¡Por aquí sí! ¡De frente! ¡Con la cabeza erguida! ¡Adelante! ¡Quién los ataja! ¡Duro con él!
         Y solo cuando nosotros, que somos muy chicos y muy débiles, nos fatigamos un instante y hacemos alto y lanzamos un bostezo, el señor Secada se indigna, protesta y corre hacia nosotros para comenzar amonestándonos y para terminar acorriéndonos.
         Somos dueños del honor de que el señor Secada nos lea todos los días. Es un honor muy grande. Y somos dueños del honor más grande todavía de que el señor Secada nos celebre y nos aplauda cuando cree que tenemos ironía, ímpetu, vena y acierto.
         Mas cuando no tenemos gracia y sí tibieza y desgano, temblamos y nos alarmamos. El señor Secada deja la secretaría de la municipalidad corriendo y se viene en nuestra busca con las “Voces” en la mano. Y se nos pone delante para asustarnos:
         —¿Ustedes son o no son jóvenes? ¿Ustedes son o no son fuertes? ¿Ustedes son o no son activos? ¡Bueno! ¡Yo quiero verlos jóvenes, fuertes y vibrantes siempre!
         Nosotros tratamos de apaciguarlo.
         Y el señor Secada se desborda luego:
         —¡No! ¡Si es que ustedes no son como los escritores de mi tierra! ¡Si parece que ustedes estuvieran dormidos! ¡Si parece que ustedes no tuvieran ojos! ¿Por qué no aprenden a tirar al blanco? ¿Por qué no se compran una espada?
         Y da uno y dos y tres puñetazos sobre la mesa para demostrarnos que él tiene todavía muchos bríos, aunque no es tan joven como nosotros.
         Ahora, cogido de la mano, le escuchamos. Le escuchamos con placer. Teniéndole sujeta la mano no nos da miedo.
         Y la gran verbosidad del señor Secada es sustanciosa, fluida, ágil, rotunda. Nos gusta saborearla. Especialmente en este tiempo en que no tenemos parlamento y en que no tenemos discursos.
         Dios es muy justo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de enero de 1917. ↩︎