3.1. Nochebuena - El primer día

  • José Carlos Mariátegui

Nochebuena1  

         A estas horas la ciudad se encuentra llena de alharaca y alegría. Los fuegos artificiales regocijan a las gentes grandes y a las gentes chicas. Y vibra, canta, se agita y se conflagra un alborozo ingenuo y sonoro.
         Suena un cohetazo. Y nos parece que es un requerimiento de la ciudad y de la nochebuena para que nos incorporemos a su algazara. Suena una matraca. Suena un pito. Suena una bocina. La nochebuena nos sigue llamando con sus voces persuasivas.
         Pero nosotros no vamos a la nochebuena. Nos quedamos en esta imprenta y ante esta máquina de escribir. Abandonamos la cabeza sobre las dos manos.
         Tenemos que hacerle un interrogatorio a la conciencia.
         Evocamos la otra nochebuena. La nochebuena del 31 de diciembre de 1915. Para nosotros la vida del Perú se divide en dos etapas anuales. Una comienza en la nochebuena del 27 de julio. La otra comienza en la nochebuena del 31 de diciembre. Sentimos la impresión de que el Perú ha comenzado a vivir en una nochebuena. Y querríamos que la historia lo esclareciese.
         ¿Cómo nos halló la otra nochebuena?
         Lo mismo que esta. También estábamos en una imprenta y ante una máquina de escribir. También nos llamaban los cohetazos de los fuegos artificiales. También nos tentaba el alboroto callejero.
         Igual que ahora era presidente el señor Pardo. Pero era presidente de otra manera. Su gobierno era todavía un gobierno nacional. Nacional a pesar de ser civilista. Nacional a pesar de ser el señor Pardo. Nacional de todos modos. Como el tranvía a La Herradura. Como la compañía de vapores.
         Aún no era posible afirmar en rotundo:
         —¡Este señor Pardo es el mismo de 1904!
         Porque había muchas voces enérgicas, tremendas, asfixiantes, que respondían en coro:
         —¡No es el mismo! ¡Es otro! ¡Basta verle la cara! ¡Basta oírle la voz!
         Y los que somos a veces un poco escépticos y un poco incrédulos movíamos la cabeza, pero nos callábamos.
         Los demás seguían gritando:
         —¡Hay legalidad! ¡Hay garantías! ¡Hay plata! ¡Hay superávit! ¡Hay holgura! ¡Hay júbilo! ¡Hay champaña! ¡Qué felicidad!
         Nosotros abríamos la boca ante la proclamación de tantas abundancias y nos conformábamos con la abundancia del champaña. Y hasta nos parecía que la champaña que nos servían en nuestras copas venía de Palacio purificado y glorificado por la bendición del señor Pardo. Y preguntábamos humildemente antes de acercarnos la copa a los labios:
         —¿Hace falta persignarse?
         Esta nochebuena no es como la otra. Todo nos lo está diciendo a voces. La estancia, el escritorio, la máquina de escribir, los mapas de pared. Esta nochebuena es distinta.
         Ya nadie se extraña de que se afirme:
         —¡Este señor Pardo es el mismo de 1904!
         Ya no hay quien contradiga. Y si hay quien contradiga, es para contradecir de esta manera:
         —¡Es peor que el de 1904!
         Ya no hay quien hable de la legalidad, de las garantías, de la holgura, del júbilo y de otras cosas símiles. Apenas si hay quien hable de la plata. Y apenas si hay quien hable de la champaña. Y la champaña ya no sabe a bendición del señor Pardo. Sabe a champaña y a nochebuena no más.
         Pero la ciudad está como siempre muy regocijada porque se ha ido un año y porque ha llegado otro. Y dice su regocijo con el estrépito de sus cohetes, de sus matracas, de sus pitos, de sus bocinas, de sus bandas de música y de sus fuegos artificiales. Los fuegos artificiales están traduciendo en estos momentos el sentimiento nacional. Más tarde lo traducirá el menú criollo de la cena. Y dentro de unas horas más el besamanos.
         Y como la ciudad está de nochebuena y nos llama con las voces de la pirotecnia pintoresca y de la multitud trashumante, nosotros queremos sentirnos jubilosos y restituirnos a su bullicio y a su fiesta.
         Vamos a sumarnos al alborozo de todos.
         Porque es indispensable que escribamos:
         —¡La ciudad ha estado alegre! ¡La ciudad ha estado feliz!

El primer día  

         La dictadura fiscal está entre nosotros desde hace muchos días. Pero solo hoy empieza su señorío. Hoy es el primer día de la prórroga del presupuesto. Desde hoy no hay pauta, norma ni cartabón para los gastos fiscales. Desde hoy el presupuesto de la república está en la voluntad del señor Pardo.
         Hace muchos días que la dictadura salió a las calles sonoramente. Hace muchos días que asustó y asombró a las gentes. Hace muchos días que se quitó el embozo y se metió de noche en las imprentas. Pero solo hoy toma posesión de su cargo. Solo hoy entra oficialmente en Palacio. Solo hoy comienza a mandarnos.
         Y hoy es día de año nuevo, día de genuflexiones, día de cumplidos y día de trajes flamantes.
         Anoche hubo “castillos” y hoy habrá besamanos.
         Y el señor Pardo habrá conseguido que entre los “castillos”, los toros y el besamanos, las gentes se olviden de que ha principiado el año de la dictadura fiscal.
         Ya no hay presupuesto. Se acabó ayer. Ya no hay ley para los ingresos fiscales. Y los egresos serán todos los que el señor Pardo necesite para que haya superávit y para presentarse ante el Congreso con el cuerno de la abundancia en la mano.
         El clamor de las gentes contra la dictadura no se ha callado aún. Le ha sojuzgado por un minuto el clamor del año nuevo. Pero sigue vibrando y vibrará hoy más que ayer y mañana más que hoy.
         Las protestas continuarán haciendo una torre. Y sobre la última, que ha sido la del señor Escardó y Salazar, vicepresidente de la Cámara de Diputados, se pondrán sucesivamente otra, otra, otra y otra más, hasta que lleguen al cielo y Dios nos haga justicia. Queremos aproximarnos a la justicia divina por una escala de manifiestos y de censuras.
         Aún se saborea en el comentario público la protesta del señor Escardó y Salazar. Y se dice que el señor Escardó y Salazar, tan chico, tan delgado y tan frágil, sabe ser cuando quiere un gigante.
         Y el comentario público quiere decir lo mismo de otros hombres chicos, delgados y frágiles de aspecto. Del señor Prado y Ugarteche, por ejemplo. Pero el señor Prado y Ugarteche está enfermo y está frente a graves trastornos civilistas.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de enero de 1917. ↩︎