2.7. Lasitud
- José Carlos Mariátegui
1Hemos ido a mirar el calendario de don Juan Ríos para ver qué día es. Y el calendario de don Juan Ríos nos ha dicho que hoy es 6 de diciembre. Y que la luna está otra vez en cuarto creciente.
Nos hemos quedado pasmados.
–¡Cómo! ¿Ya es el 6 de diciembre? ¿Ya va a acabarse el año? ¿Ya va a llegar la Pascua? ¿Ya van a prenderse los castillos de fuegos artificiales?
Los candidatos a las diputaciones de Lima nos han añadido:
–¡Ya están cerca las elecciones políticas!
Nosotros hemos seguido con los ojos puestos en el calendario.
–¿Y por qué no ha salido todavía el decreto de la prórroga de presupuesto?
Nos hemos sentado para descansar.
Estamos muy fatigados.
Hace más de cuarenta días que estamos gritando en el desierto. Hace más de cuarenta días que estamos alzando las manos al cielo. Hace más de cuarenta días que estamos predicando la prudencia, la templanza y el amor de Dios.
Y ya tenemos seca la lengua, áspera la garganta, exhaustos los labios, pálido el semblante y flácidos los músculos.
Cuarenta días no más estuvo Jesús en el Desierto. Y le tentó el demonio.
Cuarenta días duró el diluvio universal. Y apareció el día cuarenta y uno la paloma con el olivo en el pico.
A nosotros nos ha tentado el diablo, pero no nos ha traído ninguna paloma una rama de olivo.
Los cuarenta días que nosotros venimos sufriendo se parecen a los cuarenta años de la peregrinación de los hebreos.
Ya no hay reportajes. Ya no hay cartas. Ya nadie habla. Ya nadie escribe. El señor Ulloa se ha gastado solito todos los conceptos y toda la tinta que había en Lima. Y nos ha arruinado. Ha dicho él tanto que ya nosotros no sabemos casi qué vamos a seguir diciendo.
Las gentes han amanecido alborotadas con un montón de cartas y un montón de reportajes entre las manos.
Y han salido a la calle para preguntar a gritos:
—¿Qué va a decir ahora el señor Manzanilla?
Y se han agrupado a las puertas de su casa para pedirle:
—¡Que salga! ¡Que hable!
Pero el señor Manzanilla se ha callado. Se ha puesto el índice en la boca. Y nos ha dicho a nosotros aparte:
—¡Por Dios! ¿Qué quiere la gente? Nosotros le hemos contestado:
—¡Que hable usted! ¡Que replique usted al señor Ulloa! ¡Que replique usted al señor Salazar y Oyarzábal!
Y el señor Manzanilla se ha cruzado de brazos:
—¡Pero si yo estoy muy ocupado! ¡Si yo no puedo hacer más cartas! ¡Si yo no tengo tiempo para escribir artículos! ¡Si yo soy abogado!
Y nosotros le hemos interrumpido entonces:
—¿Y cómo el señor Ulloa ha escrito nuevamente? ¿Y cómo el señor Ulloa tiene tiempo?
Para que el señor Manzanilla nos respondiese:
—¡El señor Ulloa es periodista!
Nos hemos quedado pasmados.
–¡Cómo! ¿Ya es el 6 de diciembre? ¿Ya va a acabarse el año? ¿Ya va a llegar la Pascua? ¿Ya van a prenderse los castillos de fuegos artificiales?
Los candidatos a las diputaciones de Lima nos han añadido:
–¡Ya están cerca las elecciones políticas!
Nosotros hemos seguido con los ojos puestos en el calendario.
–¿Y por qué no ha salido todavía el decreto de la prórroga de presupuesto?
Nos hemos sentado para descansar.
Estamos muy fatigados.
Hace más de cuarenta días que estamos gritando en el desierto. Hace más de cuarenta días que estamos alzando las manos al cielo. Hace más de cuarenta días que estamos predicando la prudencia, la templanza y el amor de Dios.
Y ya tenemos seca la lengua, áspera la garganta, exhaustos los labios, pálido el semblante y flácidos los músculos.
Cuarenta días no más estuvo Jesús en el Desierto. Y le tentó el demonio.
Cuarenta días duró el diluvio universal. Y apareció el día cuarenta y uno la paloma con el olivo en el pico.
A nosotros nos ha tentado el diablo, pero no nos ha traído ninguna paloma una rama de olivo.
Los cuarenta días que nosotros venimos sufriendo se parecen a los cuarenta años de la peregrinación de los hebreos.
Ya no hay reportajes. Ya no hay cartas. Ya nadie habla. Ya nadie escribe. El señor Ulloa se ha gastado solito todos los conceptos y toda la tinta que había en Lima. Y nos ha arruinado. Ha dicho él tanto que ya nosotros no sabemos casi qué vamos a seguir diciendo.
Las gentes han amanecido alborotadas con un montón de cartas y un montón de reportajes entre las manos.
Y han salido a la calle para preguntar a gritos:
—¿Qué va a decir ahora el señor Manzanilla?
Y se han agrupado a las puertas de su casa para pedirle:
—¡Que salga! ¡Que hable!
Pero el señor Manzanilla se ha callado. Se ha puesto el índice en la boca. Y nos ha dicho a nosotros aparte:
—¡Por Dios! ¿Qué quiere la gente? Nosotros le hemos contestado:
—¡Que hable usted! ¡Que replique usted al señor Ulloa! ¡Que replique usted al señor Salazar y Oyarzábal!
Y el señor Manzanilla se ha cruzado de brazos:
—¡Pero si yo estoy muy ocupado! ¡Si yo no puedo hacer más cartas! ¡Si yo no tengo tiempo para escribir artículos! ¡Si yo soy abogado!
Y nosotros le hemos interrumpido entonces:
—¿Y cómo el señor Ulloa ha escrito nuevamente? ¿Y cómo el señor Ulloa tiene tiempo?
Para que el señor Manzanilla nos respondiese:
—¡El señor Ulloa es periodista!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de diciembre de 1916. ↩︎