2.6. Correo emocionante - Cónclave chico

  • José Carlos Mariátegui

Correo emocionante1  

         Los periodistas no somos en este momento periodistas. Somos postas. Somos mensajeros. Somos correos. Llevamos y traemos cartas. Y las llevamos y las traemos sin timbre fiscal. Uno de estos días el señor Zapata nos va a someter a juicio militar.
         Los grandes hombres del Perú se están escribiendo y se están contestando en las columnas de los diarios.
         Carta del señor Ulloa al señor Manzanilla. Carta del señor Manzanilla al señor Ulloa. Nueva carta del señor Ulloa al señor Manzanilla. Carta del señor Salazar Oyarzábal.
         Vamos a tener la sensación de que nos pasamos las horas corriendo entre la casa del señor Ulloa, la casa del señor Manzanilla y la casa del señor Salazar y Oyarzábal.
         Todos los recados son para el señor Manzanilla. Y el señor Manzanilla se defiende de todos los recados con las dos manos. Y se esconde detrás de sus libros, detrás de sus expedientes y detrás de su sonrisa.
         Ayer encontramos a todas las gentes en la ciudad indignadas y soliviantadas.
         Pensamos que ya había salido el decreto de la prórroga del presupuesto y las gentes se habían molestado mucho. O que se había convocado al Congreso Extraordinario y las gentes se habían molestado también.
         Las gentes nos cogieron de las mangas de la americana y nos preguntaron:
         —¿Ustedes siguen siendo admiradores del señor Manzanilla? ¿Ustedes siguen siendo amigos del señor Manzanilla?
         Nos hemos inclinado hasta el suelo:
         —¡Muy admiradores! ¡Muy amigos!
         Las gentes nos han gritado entonces y nos han metido por los ojos la carta del señor Manzanilla:
         —¡Pero no han leído ustedes esta carta!¡No saben ustedes lo que representa! ¡No ven ustedes que el señor Manzanilla se escapa! ¡No ven ustedes que el señor Manzanilla se esconde! ¿Les parece a ustedes bien que un maestro tan grande no sepa cuadrarse, no sepa erguirse, no sepa pararse firme? ¿Les parece a ustedes bien que se achique y que se meta debajo de la cama?
         Y entonces nosotros hemos respondido:
         —¡Claro que no!
         Y le hemos dicho un minuto después a un amigo nuestro:
         —¿Ha leído usted la carta del señor Manzanilla? ¿Le parece a usted bien que el maestro se achique y que se meta debajo de la cama? ¡Un error! ¡Una fuga!
         Pero este amigo nuestro se ha sonreído y nos ha sosegado:
         —Cálmense ustedes. No lean ustedes la carta. Lean su interlínea. Allí dice el señor Manzanilla lo que no quiere decirles a los periodistas. Allí le hace reproches al gobierno.
         Nosotros hemos cogido el periódico y hemos leído la carta para ver la interlínea.
         Y hemos llamado por teléfono al señor Manzanilla para hacerle un reportaje.
         El señor Manzanilla nos ha invitado a que lo visitáramos en su estudio. Nos ha parecido que nos llamaba con las dos manos:
         —¡Vengan ustedes a mi estudio! ¡Vengan ahora mismo! ¡La visita de ustedes me llena de alegría y de placer!
         Y en su estudio el señor Manzanilla nos ha dicho sonriendo ante el reportaje:
         –Mi carta está muy pensada. No le quitaré ni le agregaré una palabra.
         —¿Y la interlínea?
         —No hay interlínea alguna. Yo no sé escribir con interlínea. Me falta sutileza. Me falta ingenio. Me falta intención.
         —¿Y la idea de la reforma constitucional?
         —Es una antigua idea mía. No es una idea oportunista. Es una idea principista. Y créanme ustedes que no me ocupo de política. Me ocupo de la Universidad. Me ocupo de mi clientela. Estoy haciendo un libro. Miren las pruebas. ¡En cuanto esté impreso les mandaré un ejemplar!
         Hemos salido a la calle para que las gentes nos dijeran:
         —Ya ha replicado el señor Ulloa.
         Ingenuamente hemos exclamado:
         —¡Tan pronto!

Cónclave chico  

         Ayer no hubo cónclave en Palacio. No hubo cónclave de los leaders civilistas. Pero hubo cónclave de la minoría. Toda la minoría se reunió en un ágape. Y el señor Secada fue anfitrión, leader y niño engreído de la fiesta.
         La ciudad no quiso creer que la reunión de la minoría hubiese sido una reunión inocente. No quiso creer que la fiesta hubiese sido una fiesta.
         Hubo profusos comentarios:
         —¡La minoría se ha conchabado! ¡La minoría se ha conjurado!
         —¡No es cierto! ¡La minoría ha tenido un almuerzo!
         –¡Imposible! ¿Otro almuerzo? ¿Todavía dura el cumpleaños del señor Secada?
         —No. Ahora el señor Secada agasaja a la minoría.
         —¡Disfraces! ¡Ha sido una reunión política!
         —¡Suspicacia!
         —¡Verdad! ¡La minoría ha tomado un acuerdo sensacional!
         —¿Le va a escribir otra carta al señor Manzanilla?
         —Tal vez.
         —¿Entonces el señor Manzanilla va a pasarse la vida contestando cartas políticas? ¡Él que está tan ocupado! ¡Él que tiene tanta clientela! ¡Él que tiene tantas defensas!
         Todas las gentes han seguido obstinadas en que la reunión de la minoría ha sido una reunión sensacional. Forjan versiones. Imaginan acuerdos. Inventan debates.
         Y tejen extravagantes deducciones:
         —La minoría se ha reunido en la Huerta Lima. La Huerta Lima está en Otero. Otero está junto a la pampa del Medio Mundo. En la Pampa del Medio Mundo se realizan los duelos a pistola y los duelos a sable. En la Pampa del Medio Mundo se hacen ejercicios de tiro. La Pampa del Medio Mundo está en las faldas del cerro de San Cristóbal. En el cerro de San Cristóbal está la Telefunken.
         Un largo proceso de suspicacias que intenta desentrañar no sabemos qué imaginarios simbolismos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de diciembre de 1916. ↩︎