2.4. Días de fiestas

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ayer fue un día de fiestas. Fiesta del señor Prado y Ugarteche. Fiesta del señor Secada. Fiesta aquí. Fiesta allá.
         Tórtola Valencia hizo fiesta grande de las carreras.
         Se reía y hacía aspavientos con las manos y con la sombrilla.
         Las gentes la seguían, la rodeaban, la admiraban y la comentaban:
         —¡Le ha jugado a Springfield! ¡Le ha jugado a Springfield!
         Y nosotros nos empeñábamos en preguntarle si le parecía bien o si le parecía mal la prórroga del presupuesto y en hacerle un reportaje sensacional.
         Pero todas las gentes se oponían.
         Y, persuadidos de que en las carreras no íbamos a conseguir un reportaje político, dejábamos las carreras y nos restituíamos a la ciudad.
         La ciudad nos ponía al frente del señor Secada y de sus compañeros de la cámara de diputados que acababan de almorzar a la criolla.
         Mientras le apretábamos las manos al señor Secada, todos sus compañeros nos rodeaban y nos hablaban a la vez.
         Y nosotros le oíamos al señor Balbuena:
         —¡Ha triunfado una vez más el nacionalismo! ¡Todo ha sido criollo! ¡Ha estado el señor Gamarra!
         Nos despedimos.
         El señor Secada y sus amigos seguían su camino.
         Y el señor Químper nos llamaba para partir con nosotros una murmuración como si fuera un confite:
         —¿Ven ustedes al señor Balbuena?
         —¡Sí lo vemos!
         —¿Y cómo lo ven ustedes?
         —¡Muy contento!
         —¿Y saben ustedes por qué está muy contento?
         —El señor Balbuena está contento siempre.
         –¡Pero hoy está más contento que nunca! ¡Y es que está seguro de haber conquistado un voto! ¡El del señor Secada!
         —¡Y tiene razón!
         —¡No, señores! ¡Balbuena se engaña! ¡El señor Secada no podrá votar por él! ¡El señor Secada está inscrito en el Callao!
         Y el señor Químper nos dejaba llenos de risa.
         Seguíamos caminando.
         Nos metíamos en la casa del señor Javier Prado y Ugarteche. Le decíamos nuestro saludo. Le deseábamos un cumpleaños feliz.
         Todos los hombres grandes de la ciudad estaban en la casa del señor Prado y Ugarteche. Todos lo celebraban. Todos lo enaltecían. Todos lo mimaban.
         Era este un besamanos imponderable.
         El señor Prado y Ugarteche estaba enseñoreado en el espíritu metropolitano.
         Hasta nosotros, perdidos entre el torbellino de los visitantes, nos sentíamos infinitamente cortesanos, infinitamente galantes, infinitamente rendidos, en obsequio del señor Prado y Ugarteche.
         Y repentinamente la residencia del señor Prado y Ugarteche tuvo una visita oficial. La visita de un edecán del señor Pardo, que le llevaba el recado de la simpatía y del recuerdo presidenciales.
         Las gentes lo miraban la cara al edecán. Lo miraban el uniforme. Lo miraban los entorchados. Lo miraban la espada.
         Y el japonés Ysigala, jefe del servicio del señor Prado, salía tres veces a decirle al edecán presidencial que su señor no estaba.
         Pero el edecán se obstinaba y el señor Jorge Prado tenía que recibir el recado del edecán obstinado.
         Y apenas volvía las espaldas se empeñaban en una apuesta:
         –¡Voy a que el Sr. Prado y Ugarteche no visitará al señor Pardo para agradecerle la cortesía!
         –¡Voy a que visitará al señor Pardo! Y la controversia se generalizaba.
         Luego en las calles la encontrábamos vagando alocadamente. Y nos daban una noticia:
         –También en el gobierno se ha hecho sport. El señor Riva Agüero ha dicho que el señor Prado irá a Palacio. Y el señor Valera ha dicho que no irá. Y entre los dos hay una apuesta. ¡Una apuesta sensacional!
         Nosotros, que no tenemos por qué meternos en nada, nos tapamos los oídos con las manos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de diciembre de 1916. ↩︎