2.23. ¡Tralalá!
- José Carlos Mariátegui
1La alharaca se acentúa. No se desmaya. No se amortece. No se tranquiliza. Ayer salimos a la calle con la seguridad de que no nos tropezaríamos con un nuevo manifiesto. Apenas si esperábamos encontrarnos con los delegados del partido civil y con los delegados del partido liberal que, sobre el tablero de las ubicaciones, están haciendo la felicidad de la patria. Pero nos sorprendió una postura tremenda. Una postura marcial. Una postura belicosa.
Las gentes estaban regocijadas como si les hubiese tocado la suerte.
Nosotros las interrogamos. Y ellas nos respondieron:
—¡Se han reunido los constitucionales!
—¿En la casa de San Ildefonso?
—En la casa de San Ildefonso.
—¿Y han nombrado sus delegados electorales?
—¡No han nombrado nada! ¡Han tenido una actitud heroica!
—¿Una actitud heroica?
—¡Estupenda! ¡Han aprobado las declaraciones del general Cáceres contra la prórroga del presupuesto!
—¿Las declaraciones publicadas por El Tiempo?
—¡Las mismas!
Nos dimos a buscar a los constitucionales. Y los hallamos en grupos, arrogantes, valientes y gallardos. Tenían ademanes de hombres grandes. Y tenían aposturas de héroes.
Y supimos, contado por ellos, el acuerdo del partido constitucional.
El partido constitucional está en atrenzo de apóstrofe contra la dictadura. Ha empuñado el libro de la Constitución con una mano y se lo ha apretado contra el corazón. Y ha desenvainado la espada de La Breña, que es una espada que infunde miedo.
Ayer tuvo una sesión memorable.
Bajo la presidencia del general Cáceres, de la Constitución del Estado y de la espada de La Breña, se reunieron treinta y un constitucionales. Y veintiocho aprobaron la moción de solidaridad con las palabras del general Cáceres.
Hubo solo tres votos en contra. El del señor Criado y Tejada. El del señor Nicanor Carmona. Y el del señor José Antonio Aramburú. El voto del señor Criado y Tejada, impetuoso, desenfadado, entusiasta. Los votos del señor Carmona y del señor Aramburú, cohibidos, reticentes, silenciosos. Yesque el señor Criado y Tejada les tiene amor imponderable a los gobiernos que le hacen desdenes al Congreso. Su nombre, escrito perdurablemente al margen de los artículos penales del Código de Justicia Militar, quedará también escrito para siempre, junto a los nombres del señor Billinghurst y del señor Pardo.
Toda la ciudad se puso a dar de gritos. El señor Pardo no le haría caso porque creería que la ciudad estaba aclamando a Gaona, a su empresario, a su representante o a su mozo de estoques. Pero la ciudad se agitaba diciendo:
—¡El partido constitucional está contra el gobierno! ¡Y cuatro generales han votado hoy contra la dictadura fiscal! ¡Y en el ejército solo hay ocho generales! ¡Es el ejército el que protesta ahora!
Y se entablaba una porfía:
—¡Son los constitucionales!
—¡Es el ejército!
—¡Son los constitucionales!
—¡Es el ejército!
Y el señor Balbuena, que pasaba por allí en victoria, buscaba una transacción conciliadora:
—¡Son los constitucionales del ejército!
Las gentes estaban regocijadas como si les hubiese tocado la suerte.
Nosotros las interrogamos. Y ellas nos respondieron:
—¡Se han reunido los constitucionales!
—¿En la casa de San Ildefonso?
—En la casa de San Ildefonso.
—¿Y han nombrado sus delegados electorales?
—¡No han nombrado nada! ¡Han tenido una actitud heroica!
—¿Una actitud heroica?
—¡Estupenda! ¡Han aprobado las declaraciones del general Cáceres contra la prórroga del presupuesto!
—¿Las declaraciones publicadas por El Tiempo?
—¡Las mismas!
Nos dimos a buscar a los constitucionales. Y los hallamos en grupos, arrogantes, valientes y gallardos. Tenían ademanes de hombres grandes. Y tenían aposturas de héroes.
Y supimos, contado por ellos, el acuerdo del partido constitucional.
El partido constitucional está en atrenzo de apóstrofe contra la dictadura. Ha empuñado el libro de la Constitución con una mano y se lo ha apretado contra el corazón. Y ha desenvainado la espada de La Breña, que es una espada que infunde miedo.
Ayer tuvo una sesión memorable.
Bajo la presidencia del general Cáceres, de la Constitución del Estado y de la espada de La Breña, se reunieron treinta y un constitucionales. Y veintiocho aprobaron la moción de solidaridad con las palabras del general Cáceres.
Hubo solo tres votos en contra. El del señor Criado y Tejada. El del señor Nicanor Carmona. Y el del señor José Antonio Aramburú. El voto del señor Criado y Tejada, impetuoso, desenfadado, entusiasta. Los votos del señor Carmona y del señor Aramburú, cohibidos, reticentes, silenciosos. Yesque el señor Criado y Tejada les tiene amor imponderable a los gobiernos que le hacen desdenes al Congreso. Su nombre, escrito perdurablemente al margen de los artículos penales del Código de Justicia Militar, quedará también escrito para siempre, junto a los nombres del señor Billinghurst y del señor Pardo.
Toda la ciudad se puso a dar de gritos. El señor Pardo no le haría caso porque creería que la ciudad estaba aclamando a Gaona, a su empresario, a su representante o a su mozo de estoques. Pero la ciudad se agitaba diciendo:
—¡El partido constitucional está contra el gobierno! ¡Y cuatro generales han votado hoy contra la dictadura fiscal! ¡Y en el ejército solo hay ocho generales! ¡Es el ejército el que protesta ahora!
Y se entablaba una porfía:
—¡Son los constitucionales!
—¡Es el ejército!
—¡Son los constitucionales!
—¡Es el ejército!
Y el señor Balbuena, que pasaba por allí en victoria, buscaba una transacción conciliadora:
—¡Son los constitucionales del ejército!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de diciembre de 1916. ↩︎