2.22. En la primera fila

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Venimos de ver “La ciudad alegre y confiada”. Y estamos de filosofía y patriotismo hasta los bordes. Rebosamos de máximas, de aforismos y de meditaciones. Llevamos un drama entero en el espíritu.
         La dictadura fiscal, como un día dijimos, tiene decoración de drama. Nosotros la habríamos querido de opereta. Las gentes malintencionadas la habrían querido de tragedia.
         Cada día de la dictadura fiscal ha tenido un drama en el cartel de doña María Guerrero. “El destino manda”. “La propia estimación”. “Locura de amor”. Y cada uno de estos dramas nos ha inducido a un pensamiento distinto. “El destino manda” nos ha hecho pensar en el señor Riva Agüero. “La propia estimación” nos ha hecho pensar en el señor Pardo. Y “Locura de amor” nos ha hecho pensar en el señor Manuel Bernardino Pérez.
         “La ciudad alegre y confiada” nos ha hecho pensar en muchas cosas. No es raro que una comedia del señor Jacinto Benavente haga pensar a las gentes. Y han espoleado y ahondado nuestros pensamientos los comentarios del foyer.
         Nos han preguntado:
         —¿Qué les parece a ustedes “La ciudad alegre y confiada”?
         Y nosotros hemos respondido:
         —Interesante.
         Y nos han tornado a preguntar:
         —¿Y qué le parece al señor Pardo?
         Y hemos torneado a responder:
         —Interesante también.
         Y, como las gentes son tan impertinentes, han seguido interrogándonos qué le parecería “La ciudad alegre y confiada” al señor Riva Agüero, al señor La Jara y Ureta, al señor Heráclides Pérez. El señor Heráclides Pérez es hombre célebre desde hace dos semanas. Y al señor Concha y al señor Belaunde. Nosotros no hemos podido absolver su curiosidad satisfactoriamente.
         La decoración del drama que nos está dando marco en estas horas ampara dos figuras que hacen mutis. Dos figuras tristes. Dos figuras llorosas. Se van como se irían en un drama de Villaespesa. Y se llaman el señor Riva Agüero y el señor La Jara y Ureta. El señor Riva Agüero se va porque le ha dado miedo el público. El señor La Jara y Ureta se va porque se va el señor Riva Agüero. Los dos tienen los ojos llenos de lágrimas. El señor Riva Agüero se adelanta. Y el señor La Jara y Ureta se atrasa tanto que no parece, sino que tuviera muchas ganas de quedarse. La escena es consternadora. Todas las gentes han sacado los pañuelos.
         Así vivimos. Con un drama en el teatro. Con otro drama en las calles. Y con otro drama en el espíritu. Para todos hemos adquirido un asiento de primera fila. Para todos absolutamente.
         Esperamos, como al santo advenimiento, un minuto de alegría. Y tenemos solamente dos esperanzas.
         Una grande: la Pascua de Navidad, el Niño Jesús y la Nochebuena. Otra mediana: Gaona.
         Las dos pueden servir en el Perú para consuelo y olvido de las penas nacionales, en medio de tanto drama, de tanta comedia y de tanto alboroto.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de diciembre de 1916. ↩︎