2.14. Al partir de un confite - Sobresalientes

  • José Carlos Mariátegui

Al partir de un confite1  

         Ayer pasó el señor Pardo por Lima entre una nube de polvo muy grande. Venía de Miraflores. Iba a La Punta. Un automóvil rápido y confortable lo traía y lo llevaba.
         Nosotros lo esperábamos para verlo entrar a Palacio y hacerle una genuflexión. No podemos hacerle un reportaje.
         Con toda la velocidad de su motor de bencina, el señor Pardo llegó a La Punta. Lo acompañaban el general Puente y el coronel Martínez. Y lo aguardaba la repartición de premios.
         Tras la repartición el señor Pardo tornaba a Lima. El viaje en auto lo había alborozado y rejuvenecido. El señor Pardo debía hacerse deportista. Y debía pasarse las horas corriendo en automóvil por las alamedas.
         En el Palacio de Gobierno esperaba al señor Pardo el señor Juan Durand. Hubo entre ambos conferencia sigilosa y reservada. El régimen, la constitución, el presupuesto, el partido liberal, las ubicaciones.
         Esto para mí. Esto otro para ti. Esto para ti. Esto otro para mí. Mano a mano. Toma y daca.
         La ciudad empezó a decirnos a la sordina:
         —¡El partido liberal está en Palacio!
         Y nosotros empezamos a hacernos los sorprendidos:
         —¡Cómo! ¿Ahora que el doctor Durand está en Buenos Aires?
         Para que la ciudad nos confirmase:
         —¡Ahora!
         Había gentes que se paraban frente a los balcones de Palacio y se empinaban:
         —¿Y por dónde ha entrado el partido liberal a Palacio?
         —Por la puerta de honor.
         —¿Y cómo lo ha recibido el señor Pardo?
         —El señor Pardo lo ha encontrado dentro.
         Los políticos nos enseñaban los dientes, llenos de risa.
         Y en todas las calles las gentes gritaban y gritaban:
         —¡El partido liberal está en Palacio! ¡El partido liberal está con el señor Pardo!
         Los liberales se ponían muy alegres y asentían:
         —¡Verdad! ¡Verdad!
         Y nos hacían huesillo y bien hecho como los chicos.
         Solo el señor Lanatta, el señor Silva Santisteban y el señor Gianolli se callaban y se ponían aparte.

Sobresalientes  

         Ahora que los periodistas llevan en los labios el cuestionario de un reportaje y persiguen a los políticos reacios, sin eficacia y sin fortuna, dos políticos se han ofrecido resignada y rendidamente al interrogatorio sobre la Constitución.
         Nosotros que lo sabíamos y que lo esperábamos fuimos a la Universidad de San Marcos a asistir a este interrogatorio.
         El señor Luis Felipe Villarán y el señor Carlos Borda, los dos alumnos grandes de la Universidad, iban a dar examen de derecho constitucional.
         Y aquí todos estamos ávidos de que se hable, con autoridad, con facundia y con lógica, del derecho constitucional, en estas horas en que la prórroga del presupuesto está colgada de un hilo sobre nuestras cabezas.
         El jurado de derecho constitucional fue presidido para el señor Villarán por el doctor Rufino V. García. Y fue formado, además, por el doctor Mario Sosa y por el doctor Luis Felipe de las Casas. Un jurado ilustre.
         El señor Villarán esperó el interrogatorio con ecuanimidad risueña.
         Y el doctor García lo inició así:
         —Imagínese que usted es Bolívar.
         El señor Villarán se llenó de majestad. Se sintió prócer, se sintió héroe, se sintió libertador, se sintió genio. Pensó rápidamente en que dentro de algunos años una estatua como la de la Inquisición perpetuaría su memoria.
         Y el doctor García insinuó:
         —Colóquese usted en lugar de Bolívar. Y ahora díganos usted cómo habría hecho la Constitución del Perú.
         El señor Villarán, transfigurado y transubstanciado, expuso entonces sus ideas sobre la Constitución que habría venido al Perú a raíz de su independencia. Y defendió el régimen parlamentario, lo defendió con vehemencia, con ardor, con entusiasmo.
         Un discurso elocuente que reclamaba un taquígrafo.
         Y después del discurso el doctor Villarán dejó de ser Bolívar. Volvió a ser alumno universitario y subgerente de la Recaudadora. Nos pareció que salía de un estado de hipnotismo. Felicitado y elogiado, les dijo risueñamente a los examinadores y a los condiscípulos:
         –¡Yo no me ocupo más de la Constitución! ¡Yo me ocupo solo de la Recaudadora!
         Y siguió el examen del señor Borda. Sustituyó al doctor García en la presidencia del jurado, el doctor Manuel Vicente Villarán. El ilustre maestro. El incomparable maestro. El austero maestro.
         El señor Borda fue invitado a ocuparse de la historia de las Constituciones. Y lo hizo con elocuencia y con fervor. Volaba sobre las Constituciones. Y se apresuraba por llegar a la del Perú. Hubo un instante en que el comentario del señor Borda sobre la Constitución del Perú fue inminente. Y el doctor Manuel Vicente Villarán lo evitó con energía:
         —Permítame que lo conduzca. ¿Y la Constitución de Alemania?
         El discípulo obedeció al maestro y desvió el comentario. Pero insistió en sacarse del bolsillo la Constitución del Perú y hacer su crítica.
         Y hubo una nueva interrupción:
         —¿Y la Constitución de Suiza?
         Y luego:
         —¿Y la Constitución de los Estados Unidos?
         Y más tarde:
         —¿Y la Constitución de la China?
         Y finalmente:
         —¡Aprobado! ¡Sobresaliente! ¡Bravo!
         Nos sentimos defraudados.
         Y el señor Borda también.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de diciembre de 1916. ↩︎