2.13. Rápido y directo
- José Carlos Mariátegui
1Nos vamos directamente y sin estaciones a la prórroga del presupuesto. Tenemos ya entre las manos nuestros pasajes. Unos de primera y otros de segunda. El señor Pardo va en Pullman.
Estamos metidos en un tren que corre a toda máquina.
Leguas y más leguas, hitos y más hitos, postes y más postes.
Hay, a lo largo del camino, gentes que nos hacen señas con los pañuelos y que nos gritan adiós. Y hay vacas que pacen y ovejas que triscan en los prados geométricos y escuetos.
El viaje es tan largo que nos dormimos en los asientos. Se nos cae el libro de las manos. Y se nos cierran los párpados.
Nos dormimos con las manos cruzadas sobre el pecho como si estuviéramos encomendando nuestras almas a la Divina Providencia.
De repente nos acercamos a una estación. Hay un andén. Hay un desvío. Hay un hito grande y luminoso. Hay gentes que aguardan. Todos nos asomamos a las ventanillas con la ilusión de que el tren se va a parar. Pero el tren no se para y sigue corriendo a toda máquina y deja burlados a la estación, al andén, al desvío, al hito y a las gentes. Lo que más sentimos nosotros es que deje burlado al desvío.
Los viajeros animan a veces el interior de los vagones con sus comentarios. Otras veces se callan. Otras veces se duermen.
El señor Pasquale, acodado en una ventanilla, les hace versos no sabemos bien si a los rieles o si a un molino de viento. El señor Manuel Bernardino Pérez le quita los pétalos a una pobre margarita. El señor Tudela y Varela entra y sale del Pullman presidencial. El señor García Bedoya se sienta evangélicamente entre los pasajeros de segunda. El señor Salomón cambia de asiento cada hora. El señor Balbuena juega con una sonaja. El señor Manuel Vicente Villarán se teje los dedos de las manos. El señor Villanueva avienta la Constitución por una ventanilla. El señor La Jara y Ureta habla solo. El señor Víctor Andrés Belaunde habla con todo el mundo. El señor Maúrtua toca con la cabeza el techo del vagón. El señor Abelardo Gamarra se prende en la corbata un alfiler de huairuro.
Nosotros nos sentimos a veces dibujantes y hacemos croquis y más croquis con un lápiz Faber. El mismo lápiz Faber nos ha servido en muchas ocasiones para apuntar un discurso o para apuntar un reportaje.
A ratos nos parece que el tren no va a pararse nunca. Nos imaginamos que va a dar la vuelta al mundo. Y que va a seguirla dando por toda la eternidad. Y la idea de dar la vuelta al mundo con el señor Pardo nos llena de consternación y de inquietud.
El pasaje que tenemos entre las manos nos saca de estas divagaciones.
Vamos en tren directo a la prórroga del presupuesto.
Y no sabemos cuándo vamos a llegar a nuestro destino.
Puede ser hoy. Puede ser mañana. Puede ser pasado mañana. Puede ser dentro de quince días.
La llegada tendrá todos los atributos de lo imprevisto.
El tren se parará de improviso y la sirena y la campana nos anunciarán la estación definitiva.
A pesar de que el viaje es tan raudo no habrá un descarrilamiento.
Y a pesar de que el viaje es tan arbitrario no habrá tampoco un choque.
Estamos metidos en un tren que corre a toda máquina.
Leguas y más leguas, hitos y más hitos, postes y más postes.
Hay, a lo largo del camino, gentes que nos hacen señas con los pañuelos y que nos gritan adiós. Y hay vacas que pacen y ovejas que triscan en los prados geométricos y escuetos.
El viaje es tan largo que nos dormimos en los asientos. Se nos cae el libro de las manos. Y se nos cierran los párpados.
Nos dormimos con las manos cruzadas sobre el pecho como si estuviéramos encomendando nuestras almas a la Divina Providencia.
De repente nos acercamos a una estación. Hay un andén. Hay un desvío. Hay un hito grande y luminoso. Hay gentes que aguardan. Todos nos asomamos a las ventanillas con la ilusión de que el tren se va a parar. Pero el tren no se para y sigue corriendo a toda máquina y deja burlados a la estación, al andén, al desvío, al hito y a las gentes. Lo que más sentimos nosotros es que deje burlado al desvío.
Los viajeros animan a veces el interior de los vagones con sus comentarios. Otras veces se callan. Otras veces se duermen.
El señor Pasquale, acodado en una ventanilla, les hace versos no sabemos bien si a los rieles o si a un molino de viento. El señor Manuel Bernardino Pérez le quita los pétalos a una pobre margarita. El señor Tudela y Varela entra y sale del Pullman presidencial. El señor García Bedoya se sienta evangélicamente entre los pasajeros de segunda. El señor Salomón cambia de asiento cada hora. El señor Balbuena juega con una sonaja. El señor Manuel Vicente Villarán se teje los dedos de las manos. El señor Villanueva avienta la Constitución por una ventanilla. El señor La Jara y Ureta habla solo. El señor Víctor Andrés Belaunde habla con todo el mundo. El señor Maúrtua toca con la cabeza el techo del vagón. El señor Abelardo Gamarra se prende en la corbata un alfiler de huairuro.
Nosotros nos sentimos a veces dibujantes y hacemos croquis y más croquis con un lápiz Faber. El mismo lápiz Faber nos ha servido en muchas ocasiones para apuntar un discurso o para apuntar un reportaje.
A ratos nos parece que el tren no va a pararse nunca. Nos imaginamos que va a dar la vuelta al mundo. Y que va a seguirla dando por toda la eternidad. Y la idea de dar la vuelta al mundo con el señor Pardo nos llena de consternación y de inquietud.
El pasaje que tenemos entre las manos nos saca de estas divagaciones.
Vamos en tren directo a la prórroga del presupuesto.
Y no sabemos cuándo vamos a llegar a nuestro destino.
Puede ser hoy. Puede ser mañana. Puede ser pasado mañana. Puede ser dentro de quince días.
La llegada tendrá todos los atributos de lo imprevisto.
El tren se parará de improviso y la sirena y la campana nos anunciarán la estación definitiva.
A pesar de que el viaje es tan raudo no habrá un descarrilamiento.
Y a pesar de que el viaje es tan arbitrario no habrá tampoco un choque.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de diciembre de 1916. ↩︎