1.9. Sesiones extraordinarias - Encasillado
- José Carlos Mariátegui
Sesiones extraordinarias1
Hay sesiones extraordinarias.
Y, lo que es más grave, hay sesiones extraordinarias sin convocatoria del poder ejecutivo.
Y estas sesiones extraordinarias, cuya mención va a asombrar acaso a las gentes metropolitanas, no son unas sesiones próximas. Son unas sesiones presentes. Sin advertirlo, porque somos muy miopes y simplones, asistimos a ellas desde hace mucho tiempo.
Esta legislatura extraordinaria ha seguido a la legislatura ordinaria. La ha seguido sin vacilaciones, sin debates y sin incertidumbres. Y tiene un único defecto: el de ser tan solo una legislatura de la Cámara de Diputados. Está viciada constitucionalmente por ausencia absoluta del Senado.
Aquí no estamos haciendo fantasías. Aquí no estamos alucinados. Aquí no estamos mintiéndoles a las gentes.
La Cámara de Diputados continúa sesionando con periódica regularidad. Y continúa sesionando con quórum. Y, lo que es más importante, continúa sesionando con presidencia legal.
Es el señor Manzanilla quien abre, dirige y cierra estas sesiones.
Y, sin suspicacias, sin mendacidades, sin malevolencias, vamos a decir nosotros aquí que el señor Manzanilla está reprobando patentemente el capricho del señor Pardo desde hace casi un mes.
El señor Pardo ha cerrado el Congreso rotundamente. Ha dicho que ya no hay más sesiones. Ha dicho que no tiene mayoría y que si la tiene no le inspira confianza.
Y el señor Manzanilla, lleno de afabilidad y de sutileza y de sprit, ha mantenido las reuniones semanales que llevaban a su casa todos los miércoles a los diputados de la mayoría y a los diputados de la minoría.
La subsistencia de las reuniones en la casa del señor Manzanilla, a pesar de la clausura del parlamento, ha sido algo así como un recurso del presidente de la Cámara de Diputados para recordarle al gobierno su deber de la convocatoria.
No es, pues, preciso que nosotros le pidamos al señor Manzanilla que contradiga al señor Solar. El sentimiento del señor Manzanilla se ha manifestado muy ostensible y muy claramente. Y se ha manifestado también muy gentilmente, como había que esperar que ocurriese, tratándose de persona tan esclarecida, sutil y talentosa.
El señor Manzanilla no les ha dicho a los periodistas que espera la convocatoria. Pero se lo ha dicho al gobierno, manteniendo la costumbre cortesana y galante de reunir en sus salones todos los miércoles a sus compañeros de la Cámara.
Y es así como ha habido legislatura extraordinaria.
Después del día en que se clausuró la legislatura extraordinaria, la Cámara de Diputados ha celebrado varias nuevas sesiones.
Y las ha celebrado con quórum pleno, con quórum exorbitante, con todo el quórum que puede determinar la simpatía y la devoción al señor Manzanilla.
El señor Manzanilla dice de ellas risueñamente:
—¡Sesiones de bridge! Pero ya las llama sesiones.
Y es que este nombre solemne y significativo es suyo por antonomasia, aunque tal vez sin acuerdo de la Constitución y del reglamento.
Han sido sesiones amenas, cordiales, donairosas, expansivas, francas, alegres, fecundas, regocijadas.
Y es una lástima que no hayan podido tener la eficacia legal de darle al señor Pardo el presupuesto y de librarnos a nosotros de todo mal.
Y, lo que es más grave, hay sesiones extraordinarias sin convocatoria del poder ejecutivo.
Y estas sesiones extraordinarias, cuya mención va a asombrar acaso a las gentes metropolitanas, no son unas sesiones próximas. Son unas sesiones presentes. Sin advertirlo, porque somos muy miopes y simplones, asistimos a ellas desde hace mucho tiempo.
Esta legislatura extraordinaria ha seguido a la legislatura ordinaria. La ha seguido sin vacilaciones, sin debates y sin incertidumbres. Y tiene un único defecto: el de ser tan solo una legislatura de la Cámara de Diputados. Está viciada constitucionalmente por ausencia absoluta del Senado.
Aquí no estamos haciendo fantasías. Aquí no estamos alucinados. Aquí no estamos mintiéndoles a las gentes.
La Cámara de Diputados continúa sesionando con periódica regularidad. Y continúa sesionando con quórum. Y, lo que es más importante, continúa sesionando con presidencia legal.
Es el señor Manzanilla quien abre, dirige y cierra estas sesiones.
Y, sin suspicacias, sin mendacidades, sin malevolencias, vamos a decir nosotros aquí que el señor Manzanilla está reprobando patentemente el capricho del señor Pardo desde hace casi un mes.
El señor Pardo ha cerrado el Congreso rotundamente. Ha dicho que ya no hay más sesiones. Ha dicho que no tiene mayoría y que si la tiene no le inspira confianza.
Y el señor Manzanilla, lleno de afabilidad y de sutileza y de sprit, ha mantenido las reuniones semanales que llevaban a su casa todos los miércoles a los diputados de la mayoría y a los diputados de la minoría.
La subsistencia de las reuniones en la casa del señor Manzanilla, a pesar de la clausura del parlamento, ha sido algo así como un recurso del presidente de la Cámara de Diputados para recordarle al gobierno su deber de la convocatoria.
No es, pues, preciso que nosotros le pidamos al señor Manzanilla que contradiga al señor Solar. El sentimiento del señor Manzanilla se ha manifestado muy ostensible y muy claramente. Y se ha manifestado también muy gentilmente, como había que esperar que ocurriese, tratándose de persona tan esclarecida, sutil y talentosa.
El señor Manzanilla no les ha dicho a los periodistas que espera la convocatoria. Pero se lo ha dicho al gobierno, manteniendo la costumbre cortesana y galante de reunir en sus salones todos los miércoles a sus compañeros de la Cámara.
Y es así como ha habido legislatura extraordinaria.
Después del día en que se clausuró la legislatura extraordinaria, la Cámara de Diputados ha celebrado varias nuevas sesiones.
Y las ha celebrado con quórum pleno, con quórum exorbitante, con todo el quórum que puede determinar la simpatía y la devoción al señor Manzanilla.
El señor Manzanilla dice de ellas risueñamente:
—¡Sesiones de bridge! Pero ya las llama sesiones.
Y es que este nombre solemne y significativo es suyo por antonomasia, aunque tal vez sin acuerdo de la Constitución y del reglamento.
Han sido sesiones amenas, cordiales, donairosas, expansivas, francas, alegres, fecundas, regocijadas.
Y es una lástima que no hayan podido tener la eficacia legal de darle al señor Pardo el presupuesto y de librarnos a nosotros de todo mal.
Encasillado
A esta hora, el señor Pardo tiene, sobre su escritorio y ante sus ojos, como un tablero de damas, el cuadro de vacantes del Congreso.
Y ha puesto alrededor del cuadro de vacantes montoncitos de fichas de diversos colores.
El señor Pardo está ubicando candidaturas con el raro tablero de este encasillado electoral. Como quien juega solitario, se pasa las horas luminosas y las horas sombrías, acomodando y desacomodando fichas. Juzga que en armonía con este juego de ubicaciones van a desenvolverse las manifestaciones de la voluntad popular. Y seguramente le asiste razón.
Los políticos que van al gabinete del señor Pardo encuentran sumamente interesante el estado del tablero de las ubicaciones. Y observan cómo las combinaciones que un día parecían definitivas, resultan al día siguiente desbaratadas.
Y cada candidato sabe que su nombre está escrito en una ficha. Y que el señor Pardo quita y pone veleidosamente estas fichas en las codiciadas casillas del tablero. Muy pocos son los candidatos que tienen fe en su ubicación definitiva. Los que ya han sido dueños de la fortuna de alcanzarla, están representados por una ficha coronada.
El encasillado tiene sojuzgadas casi todas las voluntades partidaristas. Las agrupaciones y los políticos siguen amorosamente el proceso del juego. Y sobre el tablero del señor Pardo convergen las miradas de los civilistas, de los constitucionales, de los liberales y de los futuristas.
Se proclama triunfalmente los nombres de los candidatos consagrados desde ahora. Y se dice, por ejemplo, que a las fichas que representan al señor Solar, al señor Zapata, al general Canevaro, al señor Manuel Bernardino Pérez, les han puesto ya corona en el tablero del señor Pardo.
Y el señor José Antonio Aramburú, alborozado y radiante, les anunciaba ayer a sus amigos:
—¡Felicítenme ustedes! ¡Ya tengo corona!
Las ubicaciones han puesto en cuarentena los juicios de los partidos sobre la política del gobierno. Los partidos saben que alrededor del tablero del señor Pardo están figurados por un montoncito de fichas de color: piensan arredrados que un concepto imprudente puede suprimirles la entrada del encasillado. Y acaso un querubín con una espada de fuego ronda los aledaños del encasillado.
Y los constitucional es que, frente a los malos rumbos del gobierno parecían los más valientes, los más denodados, los más guapos, son los que, en estos momentos, en que el señor Pardo quita y pone fichas en las casillas, se sienten más cohibidas y más trémulos.
Las gentes les gritan en las calles:
—¡A ver, ustedes, que son tan fuertes! ¡A ver, ustedes, que son tan bravos!
Y ellos se callan, que es una tontería muy grande meterse a héroes en horas tan solemnes y complicadas, en las que alguien juega mefistofélicamente.
Y ha puesto alrededor del cuadro de vacantes montoncitos de fichas de diversos colores.
El señor Pardo está ubicando candidaturas con el raro tablero de este encasillado electoral. Como quien juega solitario, se pasa las horas luminosas y las horas sombrías, acomodando y desacomodando fichas. Juzga que en armonía con este juego de ubicaciones van a desenvolverse las manifestaciones de la voluntad popular. Y seguramente le asiste razón.
Los políticos que van al gabinete del señor Pardo encuentran sumamente interesante el estado del tablero de las ubicaciones. Y observan cómo las combinaciones que un día parecían definitivas, resultan al día siguiente desbaratadas.
Y cada candidato sabe que su nombre está escrito en una ficha. Y que el señor Pardo quita y pone veleidosamente estas fichas en las codiciadas casillas del tablero. Muy pocos son los candidatos que tienen fe en su ubicación definitiva. Los que ya han sido dueños de la fortuna de alcanzarla, están representados por una ficha coronada.
El encasillado tiene sojuzgadas casi todas las voluntades partidaristas. Las agrupaciones y los políticos siguen amorosamente el proceso del juego. Y sobre el tablero del señor Pardo convergen las miradas de los civilistas, de los constitucionales, de los liberales y de los futuristas.
Se proclama triunfalmente los nombres de los candidatos consagrados desde ahora. Y se dice, por ejemplo, que a las fichas que representan al señor Solar, al señor Zapata, al general Canevaro, al señor Manuel Bernardino Pérez, les han puesto ya corona en el tablero del señor Pardo.
Y el señor José Antonio Aramburú, alborozado y radiante, les anunciaba ayer a sus amigos:
—¡Felicítenme ustedes! ¡Ya tengo corona!
Las ubicaciones han puesto en cuarentena los juicios de los partidos sobre la política del gobierno. Los partidos saben que alrededor del tablero del señor Pardo están figurados por un montoncito de fichas de color: piensan arredrados que un concepto imprudente puede suprimirles la entrada del encasillado. Y acaso un querubín con una espada de fuego ronda los aledaños del encasillado.
Y los constitucional es que, frente a los malos rumbos del gobierno parecían los más valientes, los más denodados, los más guapos, son los que, en estos momentos, en que el señor Pardo quita y pone fichas en las casillas, se sienten más cohibidas y más trémulos.
Las gentes les gritan en las calles:
—¡A ver, ustedes, que son tan fuertes! ¡A ver, ustedes, que son tan bravos!
Y ellos se callan, que es una tontería muy grande meterse a héroes en horas tan solemnes y complicadas, en las que alguien juega mefistofélicamente.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de noviembre de 1916. ↩︎