1.8. Minuto álgido - Coloquios y menús

  • José Carlos Mariátegui

Minuto álgido1  

         Repentinamente, todos hemos tenido un estremecimiento. Nos hemos agrupado como cuando éramos chicos y escuchábamos cuentos de aparecidos. Hemos dado diente con diente. Igual nos ocurriría si pasase sobre nosotros un ave de mal agüero.
         Ya hemos sentido el hálito de la dictadura fiscal. Y casi podríamos decir que ya hemos visto el traje que le tiene preparado el señor Pardo para sacarla a la calle en automóvil.
         Y hemos puesto los ojos en el reloj para no perder la hora en que la dictadura fiscal se enseñoree sobre todos nosotros.
         El exordio, prólogo, vestíbulo o antesala de la prórroga del presupuesto, ha llegado a su hora álgida. Solo que ignoramos si esta hora, será breve o será larga. Mientras dure, el señor Pardo seguirá dándonos cloroformo para adormecernos y anestesiarnos. Un acto tan grave como el que prepara necesita cloroformo lo mismo que las operaciones quirúrgicas.
         Y hemos sabido que ha llegado la hora álgida en virtud de su síntoma infalible. Ya ha intervenido en el debate de la sanción del presupuesto el señor Enrique Echecopar. Este es un síntoma definitivo de algidez de cualquier debate.
         Las gentes esperaban la intervención del señor Echecopar con el alma ansiosa. La anhelaban y la pedían. Querían que nosotros la demandásemos en un sueltecito de “La voz del vecindario”. Pero nosotros nos excusábamos por temor de que el señor Echecopar se enfadase.
         La publicación de un artículo de columna y media con la firma del señor Echecopar ha despertado, pues, verdadero entusiasmo público. A estas horas Lima no comenta otra cosa. Las gentes cogen El Comercio y releen llenas de delectación y de alegría el artículo del señor Echecopar. Lo gustan línea por línea. Se extasían leyéndolo. Se duermen leyéndolo.
         Y hay alborozadas voces en las calles:
         —¡Ya ha hablado el señor Echecopar! ¡Ya ha opinado sobre el presupuesto y sobre el congreso extraordinario!
         Los hombres despreocupados e ingenuos preguntan:
         —¿Y qué ha dicho el señor Echecopar?
         Y las alborozadas voces de las calles les contestan:
         —¡Ha dicho cosas muy buenas y muy justas! Ha dicho que el gobierno no tiene la culpa de que no haya presupuesto. Que si le da la gana lo prorrogará. Que para eso es el gobierno. ¡Y todo con muy gallardo estilo y muy rotunda lógica!
         Luego las alborozadas voces de las calles claman:
         —¡Hay que buscar quien contradiga al señor Echecopar! ¡Hay que fomentar controversia! ¡Cómo va a ser posible que el señor Echecopar escriba un solo artículo!
         Toda la preocupación de la ciudad está ahora en que el señor Echecopar vuelva a escribir. Se le busca réplica por amoroso anhelo de su dúplica. Y se ansía muchos artículos del señor Echecopar.
         Consuela y tranquiliza la esperanza de que el señor Echecopar será generoso. Pues es varón circunspecto y altísimo, no se hará de rogar como las niñas disforzadas. Y dará al país el regalo de muchos escritos más. Su opinión sobre asunto tan transcendental no quedará dicha en un artículo sino en una serie de artículos, bien ordenada, bien numerada y bien persuasiva. Sobre todo, bien persuasiva.

Coloquios y menús  

         Ayer el señor Pardo tuvo un largo y grave coloquio con el señor Solar. Tan largo y tan grave que la suspicacia callejera se preguntó si el señor Pardo y el señor Solar no estarían en un instante de vacilación.
         Hace varios días que se da por resuelta y ratificada la dictadura fiscal sobre todas las protestas, sobre todas las oposiciones y sobre todos los reportajes.
         El mismo señor Solar, abordado por los periodistas, se rio de la alarma que producía el olvido del congreso extraordinario y se encogió de hombros ante las consternaciones pueriles de las gentes que quieren ingenuamente prenderle una lámpara a la Constitución.
         Y ha bastado que el señor Pardo y el señor Solar conferencien tres horas para que las gentes se asombren y tejan cálculos, deducciones y conjeturas.
         Y para que las gentes exclamen con los ojos puestos en la veleta de la política:
         —¡La veleta se ha parado! ¡La veleta vacila! ¡La veleta se arrepiente!
         Pero la onda optimista ha sido fugaz. La certidumbre de que el señor Pardo tiene un orgullo muy grande y no se lleva de los consejos ha prevalecido siempre en los espíritus.
         Y para que ni los más esperanzados e ilusos crean todavía que habrá congreso extraordinario, hubo ayer un almuerzo de despedida a los diputados que abandonan la ciudad.
         En un “palacete” de la avenida de San Carlos se reunieron en ágape democrático y expansivo los diputados que se van y los diputados que se quedan.
         Más de cuarenta representantes quisieron rendir un último homenaje al compañerismo, a la fraternidad, a la alegría y a las viandas nacionales.
         Y, como siempre, fue la minoría dueña y señora del buen humor, del alborozo, de la eutrapelia.
         Tan amable estuvo la minoría, que a la hora de los brindis el señor Torres Balcázar dijo:
         —¡Brindo por el señor Pardo!
         Y ante la sorpresa general explicó luego que brindaba por el señor Pardo porque sin el señor Pardo no habría concluido la legislatura y sin la conclusión de la legislatura no habría habido despedida y sin la despedida no habría habido banquete.
         Todos celebraron esta deducción.
         Y la celebró más que ninguno el señor Velezmoro, para quien tenía una lógica maravillosa.
         Y hubo un nuevo apogeo del criollismo, de la música de estudiantina, de la “causa” y del vino de la Magdalena.
         Como quien dice, la última sesión de la Cámara de Diputados.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de noviembre de 1916. ↩︎