1.3. Cuarto menguante - Contrición

  • José Carlos Mariátegui

Cuarto menguante1  

         No es una pesadilla nuestra. El fantasma de la dictadura fiscal está metido en nuestra casa. Se ha alojado sigilosamente entre nosotros y se escurre en la penumbra.
         El señor Pardo nos tiene todavía en antesala. Pero no reflexiona ya en el paso que va a dar. Estamos por creer que no ha reflexionado nunca en él. Asunto de tan escasa monta no merecía su reflexión altísima.
         La veleta de la política gira con consternada dirección. Ya no nos engaña con sus vacilaciones. Ya no se para. Y por más que la sopla el señor Pardo para que siga engañándonos, no sabe obedecerle y nos dice a todo viento sus presagios.
         Nosotros que queremos siempre ser muy optimistas, que queremos tener fe en el señor Pardo, que queremos tener confianza en el éxito de su administración, nos hemos sentido pesimistas en esto de la convocatoria. Y el señor Pardo nos ha hecho sentir hace días con cuánta razón éramos pesimistas.
         Ahora apenas si nuestra ansiedad de periodistas nos hace salir a la puerta y preguntar al acaso:
         —¿Cuándo va a salir la prórroga del presupuesto? ¿Cuándo va a ratificar su actitud el señor Pardo?
         Y como nadie nos contesta, avanzamos hasta la esquina y volvemos a preguntar al acaso:
         —¿Cuándo va a salir la prórroga del presupuesto? ¿Cuándo va a ratificar su actitud el señor Pardo?
         Y como nadie nos contesta, avanzamos hasta la esquina y volvemos a preguntar al acaso:
         —¿Cuándo va a salir la prórroga del presupuesto?
         Y pues tampoco nos contesta nadie, llegamos a la esquina del Palais Concert y hacemos otra vez la interrogación. Y, avanzamos, avanzando avanzando, la repetimos en la esquina de La Merced, en la esquina de Espaderos, en la esquina de Mercaderes y en la esquina de Palacio. En la puerta de Palacio no nos atrevemos a repetirla porque tenemos miedo de que nos lleven presos.
         Los amigos del gobierno nos gritan en las calles:
         —¡Ya ven cómo el señor Pardo no vacila! ¡Ya ven cómo el señor Pardo se va derecho a la prórroga fiscal!
         Pero luego se nos acercan y nos dicen al oído:
         —¡Un disparate!
         Y nos piden que les guardemos el secreto. Nosotros que somos muy reservados se lo prometemos de veras.
         Los futuristas, inflamados por su juventud y por su arrebato, gritan sin recato y sin embozo:
         —¡Un disparate!
         Los constitucionalistas, se ponen una mano en el pecho, carraspean, se cuadran y dicen:
         —¡Un disparate!
         Y los liberales, que son los más cautelosos y reticentes, sonríen y murmuran:
         —Casi un disparate.
         Y suspiran llenos de pena, de compunción, de amargura y de pesadumbre, por tener que confesarlo.
         Los hombres ingenuos y candorosos de la ciudad se agarran la cabeza con las dos manos, miran al cielo y preguntan a los hombres avisados y socarrones:
         —¿Este es el gobierno constitucional del señor Pardo? ¿Este es el gobierno de reconstitución? ¿Este es el gobierno de la convención tripartita? ¿Este es el gobierno de la convalecencia nacional?
         Los hombres avisados y socarrones les sueltan la risa estrepitosamente. Nosotros que venimos diciendo hace tanto tiempo que nos hemos perdido, que nos hemos extraviado, que no sabemos adónde vamos, ya no hablamos del congreso extraordinario y solo preguntamos obedeciendo los requerimientos de nuestra curiosidad:
         —¿Cuándo va a salir la prórroga del presupuesto?
         Nadie nos contesta.
         Pero nosotros tenemos una sospecha. La prórroga del presupuesto va a salir a medianoche y cuando la medianoche sea muy oscura. Hasta ayer hubo luna llena. Pero hoy entramos en cuarto menguante y esto para nosotros es una señal que nos llena de congoja.

Contrición  

         Aquí donde nos ven ustedes, estamos con el alma llena de aflicción. Y es que somos tan sensibles y tan cristianos que nos consternamos con el infortunio ajeno, tanto como con el nuestro. Y ahora el infortunio de la mayoría parlamentaria de 1916 nos duele en el alma.
         La desgracia de la mayoría es desoladora. Las gentes se confabulan para acusarla y motejarla. Y no hay un alma misericordiosa y buena que tome a cargo su defensa. El señor Balbuena, que defiende siempre a los desamparados, se escabulle y dice que está muy ocupado con su candidatura.
         Nosotros, que somos de la minoría, queremos socorrer a la mayoría. Vamos hacia ella para decirle nuestra condolencia. La abrazamos amorosamente. Le damos nuestros pañuelos para que se enjugue las lágrimas que vierte. Y la besamos en la frente. Queremos fraternizar con ella. Queremos solidarizarnos con ella. Queremos partir con ella de su dolor, como dos amantes de un confite.
         Y nos indignamos de que la ingratitud humana tenga la crueldad de inhumar para siempre su recuerdo y de escribir en su lápida un epitafio mordaz y sarcástico.
         Tenemos que comenzar por un acto de contrición. Tenemos que pedir antes que se nos absuelva de un pecado. Y nos arrepentimos de todo corazón y con entera sinceridad.
         Nosotros fuimos los primeros en hostilizar a la mayoría. Nosotros fuimos los primeros en satirizarla. Nosotros fuimos los primeros en ajocharla. A nosotros nos siguió la minoría.
         Cada vez que la minoría quería hacer una de las suyas y la mayoría le cerraba el paso con sus carpetazos, la minoría vibraba en tremendos apóstrofes:
         —¡Mayoría incondicional! ¡Mayoría inconsciente! ¡Mayoría automática! ¡Aquí no hay patriotismo! ¡Aquí no hay serenidad! ¡Aquí no hay justicia!
         El señor Secada gritaba con entonación tornadiza y dramática por darles susto a sus compañeros nerviosos:
         —¡Un día de estos la farola se vendrá abajo de vergüenza!
         El señor Torres Balcázar, sonoro, imponente y rotundo, repetía:
         —¡Mayoría incondicional! ¡Mayoría inconsciente! ¡Mayoría automática! La mayoría se llenaba de cólera, manoteaba sobre las carpetas y exigía:
         —¡Retire su señoría esas palabras! ¡Retírelas ahora mismo! ¡Retírelas sin pérdida de tiempo!
         Y la campanilla y el honor de la cámara sonaban a dúo en demanda de la reparación de los apóstrofes.
         También nosotros glosábamos las posturas de la mayoría con ánimo agresivo y mordaz, también nosotros le poníamos motes y reparos, también nosotros la criticábamos y también nosotros la poníamos en pugna con el sentimiento público.
         Y la mayoría sufría todos los desdenes, todas las improbaciones y todas las censuras por amor al régimen. Igual que los cristianos sufrimos con paciencia nuestros males por amor a Dios, la mayoría sufría con paciencia los suyos por amor al señor Pardo.
         Y el señor Pardo, sorpresivamente, le grita hoy al país:
         —¡No habrá congreso extraordinario!
         Y cuando el país le pregunta por qué, el señor Pardo le responde:
         —¡Por culpa de la mayoría! ¡La mayoría es indisciplinada! ¡La mayoría es tímida! ¡La mayoría es voluble! ¡No me sirve para nada!
         La mayoría ha pasado del reproche de los chicos al reproche de los grandes. La execra todo el mundo. No hay quien no la pellizque. No hay quien no le tire una piedrecita.
         Nosotros estamos indignados. La ingratitud es una cosa que nos subleva. Y cuando todo el mundo silba a la mayoría y la apedrea nosotros corremos a darle la mano. Le pedimos que nos perdone todos nuestros reproches y críticas. Nos arrodillamos. Decimos compungidos un acto de contrición. Y nos golpeamos el pecho.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de noviembre de 1916. ↩︎