1.4. Insomnio - En la trastienda

  • José Carlos Mariátegui

Insomnio1  

         Hemos querido quedarnos a solas con nuestra conciencia. Hemos querido huir de la política. Hemos querido encerrarnos inexpugnablemente y atrancar la puerta. Hemos querido evitar que nos sigan hablando de la dictadura fiscal y que sigan soliviantando nuestra curiosidad ansiosa y desbordante de periodistas.
         Y no hemos tenido suerte. Nuestra conciencia también está influenciada por la política y también nos habla de la dictadura fiscal. Y hasta el reloj de nuestra alcoba, un reloj de péndulo, un reloj que es siempre muy discreto, un reloj que es siempre muy prudente, un reloj que parece el señor Fuchs, se ha contagiado de esta obsesión de la política y parece preguntarnos por la dictadura fiscal.
         Y tenemos que subirnos sobre una mesa y gritar en medio del cuarto como si nos hubiéramos vuelto locos:
         —¡No sabemos nada de la dictadura fiscal! ¡No sabemos nada de la política! ¡Somos unos pobres hombres de trabajo! ¡Somos unos pobres hombres patriotas!
         Y queremos dormirnos. Darnos con alma y cuerpo al sueño para que nadie nos turbe y nos interrumpa. No despertarnos hasta que no salga la prórroga del presupuesto y valga la pena salir a las calles a hablar mal del gobierno.
         Pero no logramos dormirnos. Sentimos que golpean con los nudillos en los cristales. Y escuchamos que nos gritan:
         —¡Hay una noticia grande!
         Creemos que nos van a decir que ha salido el decreto de la prórroga del presupuesto y preguntamos:
         —¿Es la noticia del decreto?
         Y nos contestan:
         —¡No! ¡Pero es una noticia muy grande, muy grande!
         Guardamos silencio. Apagamos la luz. Nos arrebujamos. Nos tapamos las orejas. Cerramos los ojos. Mas no cogemos el sueño sin embargo.
         Creemos que nos molesta una pulga.
         Es que el insomnio no nos deja dormir.
         Nos desvelamos mirando al techo.
         Y vuelven a tocar en nuestra ventana. Y vuelven a gritarnos:
         —¡Hay una noticia grande! ¡Hay una noticia grande!
         Pero como nosotros sabemos que no es la prórroga del presupuesto lo que vienen a anunciarnos nos quedamos callados. Y apagamos la luz.
         Estamos obstinados en dormirnos y en no despertarnos hasta que no salga la prórroga del presupuesto. No queremos oír murmuraciones. No queremos oír chismes. No queremos meternos en enredos. Somos gentes austeras y honradas que anhelamos dormirnos como unas tortugas hasta que pase esta avalancha. Y no tenemos la culpa de no ser tortugas y de ser en cambio hombres sensibles y peruanos.
         Y nos continúan molestando, gritando e importunando:
         —¡Hay una noticia grande! ¡No se duerman!
         Las gentes no saben que eso es lo que queremos nosotros. Dormirnos. Cerrar los ojos. No mirar nada. No saber esa noticia grande con que nos tientan. Nirvanizarnos como si nos hubieran dado adormidera o cloroformo. Y es un crimen que nos sigan desvelando con los gritos y con las murmuraciones. Porque vamos a tener al fin que llamar a un médico y pedirle que nos cloroformice. O vamos a tener que llamar a la policía y pedirles a gritos garantías.

En la trastienda  

         Nos han parado en la calle y nos han preguntado:
         —¿Se acuerdan ustedes del señor Rafael Villanueva?
         Hemos respondido inmediatamente:
         —¿Del señor Villanueva? ¡Por supuesto! ¿Podíamos acaso olvidarnos del señor Villanueva?
         Y nos han dicho:
         —¡Ah! Bueno.
         Pero nos han dejado en seguida sin explicarnos más.
         Nosotros nos hemos quedado solos con el nombre del señor Villanueva entre las manos. Le hemos dado vueltas prudentemente como si fuera una bomba. Y nos lo hemos traído con cautela a esta casa.
         Y lo hemos puesto en nuestra mesa junto a la máquina de escribir. Sobre él, hemos colocado un pisapapeles para que no se nos fugue.
         ¿Por qué nos habrán preguntado si nos acordamos del señor Villanueva? Lo recordamos muchísimo. Tenemos toda su historia en la cabeza. En la cabeza tenemos siempre nosotros las cosas que valen la pena. Las de poca cuantía las tenemos en el corazón, que casi nunca nos sirve para nada.
         Sabemos del señor Villanueva todo cuanto en su vida pública brilla y suena. Sabemos que es enemigo personal de la constitución y de las leyes. Sabemos que tiene la teoría más original sobre el orden público. Sabemos que piensa sobre el principio de autoridad lo mismo que el señor Hildebrando Fuentes, lo mismo que el señor Criado y Tejada y lo mismo que el señor ministro de gobierno. Sabemos que es cajamarquino. Sabemos que fue en una época leader fervoroso y ardiente del leguiísmo. Sabemos que le escribe aún a Inglaterra al señor Leguía. Sabemos que en sus cartas le pregunta si piensa volver. Sabemos que cree a pie juntillas en el código de justicia militar. Sabemos que cerró La Prensa. Sabemos que le pusieron una vez una bomba de dinamita.
         ¿Por qué nos han preguntado si nos acordamos del señor Villanueva? No se nos alcanza.
         Salimos a la ventana para que nos dé el aire y nos refresque la cabeza.
         Y repentinamente venimos en cuenta de lo que pasa.
         El señor Villanueva, apóstol del leguiísmo hasta antes de ayer, el señor Villanueva de la teoría famosa, el señor Villanueva del cierre de La Prensa, el señor Villanueva de la bomba de dinamita, vuelve a ser hoy una figura emocionante y trascendental.
         No es solo que se apreste para la lucha electoral en Cajamarca donde su reelección está asegurada por la voluntad de los pueblos y por la voluntad de la Divina Providencia.
         Es que es de los que quieren la dictadura fiscal. Es que es de los que le han puesto trampas al congreso extraordinario en el camino para que se caiga. Y de los que le han zurrado luego para que no se levante…
         Allí donde ven ustedes al señor Villanueva, tan chiquito, tan solícito, tan acucioso y tan afable, sigue siendo un hombre terrible. Incita al señor Pardo. Lo solivianta. Le repite aquello de que no hay constitución ni leyes que valgan. Le pone en las manos el código militar y el principio de autoridad. Y lo guapea y lo ajocha.
         No se resigna a que la historia de cosas tan graves y tremendas se escriba sin su nombre. No lo consiente. ¿Se acuerdan las gentes de la historia del régimen del 29 de mayo? Allí está su nombre y muy indeleblemente. ¿Se acuerdan las gentes de la historia del pleito entre el leguiísmo y el señor Billinghurst? Allí también está escrito su nombre y con dinamita. ¿Se acuerdan las gentes de la historia del 3 de febrero y de la campaña del señor Roberto Leguía y del doctor Durand en comandita? Allí también está escrito el nombre del señor Villanueva y con tinta muy fuerte y perdurable.
         Y no es posible que en la historia que ha comenzado a escribirse el 26 de octubre y que no sabemos cuándo encontrará su punto final, no esté puesto también con todas sus letras el nombre del señor Villanueva.
El señor Villanueva tiene mucho amor propio.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de noviembre de 1916. ↩︎