1.15. Clausura

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ya no es posible hablar siquiera de legislatura extraordinaria.
         El señor Manzanilla ha clausurado sus recepciones a los diputados.
         Las últimas sesiones de la cámara joven han concluido.
         Ayer este suceso fue el que estuvo en todos los comentarios callejeros. La clausura del congreso tendría siempre resonancia menor que la clausura de las recepciones del señor Manzanilla. Aparte de que una determinación del señor Manzanilla es siempre trascendental.
         Las gentes discurrían propagando y glosando la noticia:
         —¡Esta noche no hay recepción en la casa del señor Manzanilla!
         Y cuando un despreocupado les decía:
         —Esa es una nota social—, se indignaban y protestaban las gentes:
         —¡Inexacto! ¡Es un acontecimiento político! ¡Es un síntoma! ¡Es una revelación!
         Los periodistas reflexionaban inmediatamente en hacerle un reportaje al señor Manzanilla para preguntarle por qué no reunía ya a sus amigos.
         Nosotros pensamos en hacerle más bien un reportaje al señor Balbuena. Y nos echamos en busca de él.
         El señor Balbuena no se parece a los demás políticos. No se escapa de los periodistas. No se esconde en los balnearios. Como es candidato tiene que estar visible en todas partes. Sus electores lo necesitan a cada instante y el señor Balbuena quiere estar siempre cerca de sus electores.
         Hemos abordado al señor Balbuena en la calle:
         —¡Doctor Balbuena! ¡Hay un acontecimiento grave! ¡Un acontecimiento político!
         —¿Cierto? ¿Otra conferencia?
         —¡No, doctor! ¡Un acontecimiento más grande! El señor Manzanilla ha suspendido sus recepciones.
         —¡Muy sensible! ¡Muy sensible!
         —¿Y qué piensa usted, doctor, de este acontecimiento?
         —¿Se puede pensar algo de él? No se me ocurre nada. No opino nada.
         Hemos pensado acongojados que el señor Balbuena no era ya tan amante y buen discípulo del señor Manzanilla como antes. Nos hemos quedado asombrados y hemos estado a punto de despedirnos inmediatamente del señor Balbuena. Pero el recuerdo que el señor Balbuena había conferenciado anteayer con el señor Pardo nos ha instado a hacerle nuevas e interesantes preguntas.
         —¿Usted estuvo anteayer en Palacio, doctor?
         —Sí, amigos míos. Lo dicen los periódicos. Lo sabe todo el mundo.
         —Anteayer estuvieron también en Palacio el señor Solar, el señor Miró Quesada, el señor Villanueva y el señor Tudela y Varela.
         —Efectivamente. Anteayer estuvieron muchos personajes en Palacio.
         —¿Quiere usted darnos algún dato de su entrevista con el señor Pardo?
         ¿Quiere usted contarnos algo en secreto?
         —Pero si yo no he tenido entrevista alguna con el señor Pardo.
         —¡Entonces los periódicos mienten! ¡Entonces todo el mundo miente!
         —¡No, señores! ¡Hay que ser benévolos! ¡No mienten! Se equivocan. ¡Y a mí no me conviene desmentirlos! ¡Yo fui a Palacio para hablar con Concha!
         Y el señor Balbuena se ha reído alborozadamente.
         Y luego nos ha dicho despidiéndose:
         —¡No desmientan ustedes mi entrevista con el presidente!
         Nos hemos indignado. Y ha soliviantado nuestra indignación el comentario malévolo de un amigo que nos ha dicho:
         –¡El señor Balbuena no podía dejar de ir a Palacio el día en que iban a él los más esclarecidos y de votos amigos del señor Pardo! ¡Necesitaba ir a Palacio de todas maneras! ¡Solo le faltaba el pretexto! ¡Y por fin lo encontró! ¡Fue a Palacio a regalarle un reloj al señor Concha!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de noviembre de 1916. ↩︎