5.9. Expectación - El derecho divino

  • José Carlos Mariátegui

Expectación1  

         El señor Pardo permanece detenido en el umbral. Concluiremos temiendo que se quede en el umbral eternamente. Nosotros le pedimos a Dios que retroceda. Otras gentes le piden al señor Pardo que avance. Y en esto nos diferenciamos áulicos y opositores. Ellos le piden al señor Pardo. Y nosotros le pedimos a Dios.
         La veleta de la política sigue versátil, sigue inconstante, sigue tornadiza, sigue alocada. Y, sobre todo, sigue más veleta que nunca. Ya no es posible atenerse a noticia alguna, a afirmación alguna, a rumor alguno. Ya no es posible saber si habrá convocatoria o si no habrá convocatoria. Ya no es posible obtener un indicio de verdad.
         A las diez de la mañana se dice:
         —Habrá congreso extraordinario.
         Y a las once se dice irremediablemente:
         —No habrá congreso extraordinario…
         Para volver a decir a las 12 con todo énfasis:
         —Habrá congreso extraordinario.
         Y, una misma persona os hace todas estas afirmaciones. Las contradicciones son ahora epidémicas. Y no debe extrañarnos que quien hoy nos afirma que el gobierno se ha decidido ya por la convocatoria y ha procedido con mucha cordura, mañana nos declare que, como ya nos había dicho, el gobierno se ha ratificado en la no convocatoria y ha procedido con la misma cordura.
         El comentario público no encuentra perfecta y satisfactoria explicación de los motivos que hacen al gobierno enemigo de un congreso extraordinario. No sabe darse cuenta de las razones que inducen al gobierno hacia el camino de la inconstitucionalidad. Se pregunta si tendrá algún origen recóndito su capricho. Y se pregunta si el gobierno le tendrá miedo a alguna solución parlamentaria. Hay interrogaciones así:
         —¿Será el impuesto al petróleo?
         —¿Será el impuesto al azúcar?
         —¿Será el asunto de la “Brea y Pariñas”?
         Y de esta suerte el comentario público sigue buscando una razón al propósito del gobierno. El comentario público es tan ingenuo que no quiere admitir totalmente la versión de que el gobierno no quiere que haya funcionamiento del congreso porque el funcionamiento del congreso le fastidia. Y no se le alcanza que sea razón bastante para tal resolución una de tanta magnitud en un régimen de aristocracia, de gentileza y de buen tono.
         Y para otro complicado problema no encuentran tampoco explicación las gentes. Las gentes no conciben cómo va a prescindirse de la sanción legal del presupuesto por un gobierno de bloquistas y liberales, siendo los bloquistas y los liberales enemigos reprobadores resueltos de la dictadura fiscal en todos los tiempos.
         Y para otras muchas cosas no encuentran tampoco explicación las gentes que no quieren darse cuenta de que en el Perú es muy difícil encontrar explicación para la mayor parte de las cosas…

El derecho divino  

         La familia presidencial ha comenzado ya a presentar postulantes a las representaciones parlamentarias. Se empieza desde ahora a requerir el voto público para las personas de la familia del señor Pardo que anhelan ser representantes de la nación.
         Las gentes metropolitanas comentan:
         —Los miembros de tan esclarecida familia son representantes de la nación sin necesidad de que se les elija diputados o senadores.
         —El voto público es para ellos una consagración superflua.
         —Además, la elección constituye un expediente demasiado prosaico y democrático para que se le emplee en honor de tan nobles señores.
         Pero, a pesar de la unanimidad con que las gentes metropolitanas discurren al respecto, es lo cierto que los hermanos, primos y afines del señor Pardo necesitan de la elección vulgar, tumultuosa y artera para ser diputados o senadores. Nuestra defectuosa constitución les obliga al proceso ritual de exhibir sus candidaturas, de solicitar a las juntas, de halagar a los electores y de instruir a sus autoridades. No hemos avanzado aún lo bastante como para evitarles estas molestias y estos trámites.
         Son ya varias las nacientes candidaturas de la familia presidencial cuya postulación se esboza llena de majestad, de grandeza y de gallardía.
         Candidato a la diputación de Carabaya es el señor Juan Pardo, dueño de una reputación de gentleman y de aristócrata elegante y buen mozo que tendrá seguramente una eficacia definitiva en la voluntad de los apacibles y rústicos habitantes de la provincia puneña.
         Candidato a la diputación por Cajatambo es el señor Ricardo Barreda, que es nobilísimo caballero, que es poseedor de una écurie de caballos de carrera, que ha sido presidente del Jockey Club y que está ya en edad indiscutible de actuar en la política, con provecho para la salud de la patria y honra para la historia nacional.
         Candidato a la diputación por Chancay es el señor Mansueto Canaval, magnate distinguido que hace al país el honor de dedicar sus valiosas energías a la legislación.
         Candidato probable a la diputación por Lambayeque es el señor Luis Pardo, cuyos títulos y merecimientos son tales que no consienten enumeración.
         Y es también candidato, pero candidato de nido, a una diputación por Lima, el señor José de la Riva Agüero, jefe del partido futurista y, además, relacionado del presidente de la república.
         Amoroso apego a los cargos públicos manifiestan, pues, los miembros de la familia presidencial. El país si es noble e inteligente sabrá agradecérselo. Por amor al país, tan excelsas personas transigen con los democráticos procedimientos de las elecciones, de las propagandas, de las mesas, de las ánforas y de los escrutinios.
         Habrá que tener confianza en que los ciudadanos que aspiran a las mismas representaciones sabrán retirar sus postulancias humildes y tímidas ante las postulancias majestuosas y supremas que frente a ellas se yerguen.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de noviembre de 1916. ↩︎