5.8. Statu quo - Consecuencia - Controversia

  • José Carlos Mariátegui

Statu quo1  

         Seguimos viviendo en la incertidumbre. El gobierno continúa detenido en el umbral. Se aferra a él como las gentes timoratas que buscan en los temblores los quicios de las puertas. El señor Concha les dijo ayer a nuestros cronistas en la secretaría presidencial.
         —Estamos en statu quo.
         Ya hemos dicho cómo el statu quo es la fórmula favorita del régimen. El régimen les teme siempre a las soluciones definitivas. Su método bien amado es el aplazamiento. Gusta del anestésico.
         Algo se ha avanzado en medio de estas vacilaciones, de estas dudas y de estas inquietudes. El Gobierno volverá probablemente sobre sus pasos. Permanece enamorado de su capricho, pero le arredran sus peligros, amenazas y riesgos.
         Las gentes proclamaron ayer alborozadas y bulliciosas:
         —¡Habrá congreso extraordinario!
         La veleta política tuvo un movimiento ágil y regocijado. Pero para algo es una veleta. Repentinamente se detuvo. Y luego empezó a girar raudamente en sentido contrario.
         Y las gentes tuvieron que contradecirse y exclamar:
         —¡Error! ¡Error! ¡No habrá congreso extraordinario!
         Y pasaba en automóvil el señor Amador del Solar. Pasaba en automóvil también el señor José Carlos Bernales. Y pasaba en victoria el señor Manzanilla. El señor Manzanilla pasa siempre en victoria.
         Mas las gentes seguían inciertas, desorientadas e ignorantes.
         Y el señor Concha tenía que concretar la situación en estas palabras:
         —Statu quo.
         En la noche se hablaba de la crisis ministerial. Este rumor afianzaba la creencia de que el presidente había resuelto ir a la convocatoria. La veleta política giraba, pues, a media noche, favorablemente.
         Y en el teatro Municipal era el epílogo de la ópera de Boito y Mefistófeles bajaba a los infiernos.

Consecuencia  

         No solo hemos sido nosotros, modestos y humildes intérpretes del sentimiento público, los que hemos censurado el propósito del gobierno de abandonar la ruta constitucional. No solo han sido las voces metropolitanas las que han vibrado reprobándolo. No solo han sido los mismos amigos del gobierno los que se han asociado a esta reprobación. Tan cierto, tan hondo, tan vigoroso ha sido el repudio del absurdo proyecto del señor Pardo que su colaborador más íntimo y adicto, el señor Concha, se ha sentido también partidario de la convocatoria a congreso extraordinario.
         El señor Concha ha tenido que ser consecuente y leal con sus ideas políticas. Y de ellas había hecho reciente exposición, no en el parlamento, en la tribuna o en el corrillo político, pues el señor Concha no prodiga su oratoria en estas formas infecundas, sino en el Malecón de Chorrillos y ante el auditorio poético de las niñas bonitas.
         Tal como nosotros dijimos, el señor Concha anunció que había convocatoria a congreso extraordinario. Y la anunció con regocijada simpatía. Hizo de la austeridad del régimen enaltecedor comentario. Y el señor Concha, que es un dechado de fidelidad a sus ideas, tuvo que seguir siendo preconizador de la convocatoria en el Palacio de Gobierno. El señor Concha no podía decir una cosa en el Malecón de Chorrillos y otra cosa en el Palacio de Gobierno. Jamás. Lo que el señor Concha diga en el Palacio de Gobierno ratificado será en el Malecón de Chorrillos. Y lo que el señor Concha diga en el Malecón de Chorrillos ratificado será en el Palacio de Gobierno.
         Y este amparo dispensado por el señor Concha a la convocatoria no ha sido un amparo superfluo, inútil ni platónico. Ha sido un amparo de resonancia y trascendencia históricas. El señor Pardo, al encontrar hostilidad para su proyecto en su mismo consecuente, leal y fidelísimo secretario, habrá reflexionado tal vez en que su proyecto era peligroso.
         Acaso entre el señor Pardo y el señor Concha se dialogaría grave y pensativamente. Y acaso se hablaría así entre ambos:
         —¿Es cierto, Concha, que las gentes reprueban y critican mi plan? ¿Es cierto que le achacan peligros? ¿Es cierto que le apodan con irreverencia y temeridad?
         —Podría serlo, señor.
         —¿Es cierto que hay presagios de desagrado nacional? ¿Es cierto que las gentes pueden condenar y maltratar a mi gobierno?
         —Podría serlo, señor.
         —Es usted agorero, Concha.
         —Soy cauto, próvido y clarividente, señor.
         —El congreso es mortificante, irreverente, pertinaz y fastidioso, Concha.
         —Un gran hombre público es siempre templado, tolerante, benigno y, ecuánime, señor.
         Y probablemente estos ponderados conceptos del señor Concha han influido en las dudas y en las vacilaciones del señor Pardo. Han servido eficazmente para fijarle en el umbral. Sus presagios le han detenido y entrabado ante la temeraria empresa.
         La noticia de esta actitud y de estos sentimientos del señor Concha ha llenado de alegría nuestros espíritus. La constatación de su lealtad y de su consecuencia nos ha hecho proclamar una vez más sus cualidades de político virtuoso y discreto. Nos ha hecho pensar en la indiscutible importancia de las declaraciones del señor Concha en el Malecón de Chorrillos y en que declaraciones pronunciadas en lugar tan aristocrático y ante auditorio tan esclarecido y hermoso no pueden ser contradichas más tarde. Y nos ha hecho pensar también en que, teniendo helénica cátedra de política nacional, de regatas y de lawn tennis en el Malecón de Chorrillos, no podía presentarse el señor Concha en claudicación y renuncio, sin mengua de su autoridad, entre sus amadas discípulas.

Controversia  

         La legislatura ordinaria está en debate todavía. Simultáneamente se discute la convocatoria de congreso extraordinario y lo que hizo el ordinario. Y entre la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores hay controversia. Una y una pretenden haber trabajado más y mejor.
         La Cámara de Diputados exclama:
         —Esta Cámara ha trabajado más fecunda y provechosamente que la de senadores.
         Y la Cámara de Senadores por su parte, exclama también:
         —Esta Cámara ha trabajado más fecunda y provechosamente que la de diputados.
         Y las dos cámaras han publicado la enumeración de los asuntos que han resuelto. Y se han hecho cargos. Y se han acusado.
         La Cámara de Diputados ha dicho:
         —Los senadores han obstruido el paso a muchos proyectos.
         Y la Cámara de Senadores igualmente ha dicho:
         —Los diputados han obstruido el paso a muchos proyectos.
         Y la Cámara de Diputados ha agregado:
         —Los senadores han detenido la ley de amnistía. Una ley de justicia, de perdón, de misericordia.
         Y la Cámara de senadores ha agregado:
         Los diputados han detenido la reforma del jurado. Una ley de progreso, de innovación, de adelanto.
         La Cámara de Diputados publicó, a instancias del señor Salvador del Solar, una relación completa de su labor. Las gentes pensaron que el señor Solar quería hacer pública la intensidad del esfuerzo de su cámara. Creyeron que su orgullo de diputado le inducía a reclamar esa publicación. y han tenido un gran desencanto al saber que el señor Solar buscaba, por este medio, la publicación respectiva del Senado, a fin de que se comparase la labor de una y otra cámara. Les ha parecido que la exaltación y vehemencia de los sentimientos fraternales del señor Solar le movía a perseguir que se presentase a la cámara de senadores como la cámara más solícita, más abnegada y más laboriosa.
         Solo que la Cámara de Senadores ha hecho esa publicación equivocadamente. Ha señalado 12 proyectos sancionados ya por la cámara de diputados entre los que se encuentran aún pendientes de su voto. No queremos creer que lo haya hecho con malicia y sin lealtad. No queremos creer que lo haya hecho con tendenciosa intención. Queremos creer que lo ha hecho por error, por omisión, por atolondramiento. A menos que los empleados del Senado protesten contra estos cargos, en cuyo caso, como somos muy complacientes, nos veremos en un conflicto…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de noviembre de 1916. ↩︎