5.6. Vacilaciones - Criollismo político
- José Carlos Mariátegui
Vacilaciones1
El gobierno del señor Pardo nos ha puesto en el umbral de la inconstitucionalidad. Pero en el umbral está detenido hasta ahora. Parece que hubiera vuelto hacia atrás. Y esto es muy grave. Volver los ojos representa casi siempre una vacilación y representa también un peligro. La incauta, curiosa y desobediente mujer de Lot volvió los ojos en instante inoportuno y se convirtió en estatua de sal.
Y es que en el umbral de la inconstitucionalidad debe sentirse el mismo temor que sienten los niños en el umbral de un recinto oscuro, sospechoso y trágico, lleno de sombras, de duendes y de ánimas en pena.
El señor Pardo está, pues, en el minuto de la vacilación. Ha hecho alto angustiadamente. Pero lo alienta, lo estimula y lo sostiene su afán de suprimirse una molestia. Ya hemos dicho que al señor Pardo le fastidia el funcionamiento del Congreso. Es natural que piense en eliminarse un fastidio.
Hacen pocos días conversaba el señor Pardo con un representante de la mayoría. Y le decía su propósito de no reunir congreso extraordinario. El representante observaba. Y el señor Pardo argüía así:
—Qué quiere usted que se haga con una mayoría como la actual?
El representante aludía a la probabilidad de una resonancia ingrata de la no convocatoria.
Y el señor Pardo declaraba risueñamente:
—Todo está previsto. Junto con el decreto de prórroga del presupuesto, aparecerá un decreto de nivelación de los sueldos de los empleados públicos. ¡Un decreto compensará al otro! ¡Todo está previsto, amigo mío!
Estas palabras, ratificadas en otras ocasiones, y que han despertado en la mayoría un evidente descontento, hacen pensar en que la vacilación del gobierno no será breve. Su línea de conducta está ya decidida. Lo decía anoche el señor Octavio Alva, comentando los rumores de conversión del gobierno y de inminencia de la convocatoria:
—¡Ilusiones, señores, ilusiones! ¡No habrá extraordinario! ¿Quieren ustedes una prueba del convencimiento que me asiste para hacer esta afirmación? Me embarco esta semana.
Toda una prueba definitiva de que no habrá congreso extraordinario. El señor Alva parte para Trujillo esta semana. Luego, es imposible que haya congreso extraordinario.
Y es que en el umbral de la inconstitucionalidad debe sentirse el mismo temor que sienten los niños en el umbral de un recinto oscuro, sospechoso y trágico, lleno de sombras, de duendes y de ánimas en pena.
El señor Pardo está, pues, en el minuto de la vacilación. Ha hecho alto angustiadamente. Pero lo alienta, lo estimula y lo sostiene su afán de suprimirse una molestia. Ya hemos dicho que al señor Pardo le fastidia el funcionamiento del Congreso. Es natural que piense en eliminarse un fastidio.
Hacen pocos días conversaba el señor Pardo con un representante de la mayoría. Y le decía su propósito de no reunir congreso extraordinario. El representante observaba. Y el señor Pardo argüía así:
—Qué quiere usted que se haga con una mayoría como la actual?
El representante aludía a la probabilidad de una resonancia ingrata de la no convocatoria.
Y el señor Pardo declaraba risueñamente:
—Todo está previsto. Junto con el decreto de prórroga del presupuesto, aparecerá un decreto de nivelación de los sueldos de los empleados públicos. ¡Un decreto compensará al otro! ¡Todo está previsto, amigo mío!
Estas palabras, ratificadas en otras ocasiones, y que han despertado en la mayoría un evidente descontento, hacen pensar en que la vacilación del gobierno no será breve. Su línea de conducta está ya decidida. Lo decía anoche el señor Octavio Alva, comentando los rumores de conversión del gobierno y de inminencia de la convocatoria:
—¡Ilusiones, señores, ilusiones! ¡No habrá extraordinario! ¿Quieren ustedes una prueba del convencimiento que me asiste para hacer esta afirmación? Me embarco esta semana.
Toda una prueba definitiva de que no habrá congreso extraordinario. El señor Alva parte para Trujillo esta semana. Luego, es imposible que haya congreso extraordinario.
Criollismo político
En estos graves momentos de inquietud política, de extravío administrativo, de preámbulos electorales y de evocaciones patrióticas el corazón del señor Balbuena está lleno de amor al pueblo. Su alma vive un instante de inefable, idealista, cálida y acendrada ternura. Su sentido de la justicia se exalta, se intensifica, se hiperestesia. Todas sus sensibilidades generosas culminan. Hay un altruismo cristiano e infinito en sus sentimientos. Y hay un gran fervor patriótico en sus palabras y en sus actos.
Es tan risueño como antes, tan afable como antes, tan zalamero como antes, pero su humorismo, su eutrapelia, su regocijo de otros tiempos se encuentran en crisis. El señor Balbuena es hoy más trascendental, más reflexivo, más importante. Evoluciona hacia la gravedad, hacia el análisis, hacia la filosofía. Está en escorzo de apóstol, de predicador y de hombre grande.
Y todo esto se explica ampliamente. El señor Balbuena es candidato. Y, como además de ser candidato, es persona de talento, emplea hábiles sistemas de propaganda. Ha renunciado ya al sistema de los relojes de níquel. Los relojes eran desleales e inconsecuentes. Paralizábanse, adelantábanse o atrasábanse. Y el prosélito favorecido con el obsequio, protestaba contra el engaño. Era además un sistema bastante ineficaz, excéntrico, juvenil y estrafalario. Parecía un sistema de candidato yanqui, empeñado en recordar a sus electores la hora de la votación. Solo que un candidato yanqui habría obsequiado cronómetros precisos, infalibles, exactos, para que el elector no sufriese equivocación y comprobase la bondad del obsequio.
Ahora el señor Balbuena efectúa una propaganda nacionalista. Proclama la urgencia de afectar el espíritu nacional. Exalta nuestra historia, exalta a nuestros héroes, exalta a nuestros políticos, exalta a nuestros escritores, exalta a nuestras industrias, exalta a nuestras viandas, exalta a nuestras bebidas.
Hace dos días reunió en un almuerzo a sus amigos de la clase obrera. Y quiso reunir también con ellos a algunos amigos del congreso, de la política, del periodismo. Se empeñó el doctor Balbuena en que también nosotros ocupásemos un sitio en su mesa grande. Y nosotros que bien le queremos, agradecimos la invitación y la aceptamos.
Entonces el señor Balbuena nos hizo la apología de sus conceptos, de sus doctrinas y de sus apostolados. Adquirió gesto de predicador y voz de evangelista. Y nos habló de esta manera:
—Fomentemos el amor a lo que es peruano, a lo que es nuestro, a lo que es propio. Incorporemos en nuestros sentimientos el orgullo nacional que ha engrandecido a Alemania. Estimulemos el cariño a nuestra tradición y a nuestros hábitos. Los alemanes piensan que su cerveza es la mejor cerveza, que sus cañones son los mejores cañones, que sus tejidos son los mejores tejidos. Pensemos nosotros que nuestras viandas son las más ricas viandas, que nuestros vinos son los mejores vinos, que nuestros casimires son los mejores casimires. Amemos la “causa” apetitosa y pintoresca; amemos el “pisco” grato y económico, amemos los chicharrones, amemos los tamales, amemos las papas rellenas. Hagamos de estas cosas un credo nacional.
Y antes del almuerzo, el señor Balbuena, expansivo y locuaz, nos repetía:
—Todo es aquí nacional, todo es aquí peruano, todo es aquí propio. El menú es criollo. Habrá arroz con pato, tamales, chicharrones, seviche. ¿No sienten ustedes aquí un ambiente lleno de patriotismo?
Nosotros asentíamos. Pero el doctor Luis Varela y Orbegoso, que tiene sus sutilezas malignas, nos decía aparte y a la sordina:
—Balbuena es todo un profesor de Economía…
Es tan risueño como antes, tan afable como antes, tan zalamero como antes, pero su humorismo, su eutrapelia, su regocijo de otros tiempos se encuentran en crisis. El señor Balbuena es hoy más trascendental, más reflexivo, más importante. Evoluciona hacia la gravedad, hacia el análisis, hacia la filosofía. Está en escorzo de apóstol, de predicador y de hombre grande.
Y todo esto se explica ampliamente. El señor Balbuena es candidato. Y, como además de ser candidato, es persona de talento, emplea hábiles sistemas de propaganda. Ha renunciado ya al sistema de los relojes de níquel. Los relojes eran desleales e inconsecuentes. Paralizábanse, adelantábanse o atrasábanse. Y el prosélito favorecido con el obsequio, protestaba contra el engaño. Era además un sistema bastante ineficaz, excéntrico, juvenil y estrafalario. Parecía un sistema de candidato yanqui, empeñado en recordar a sus electores la hora de la votación. Solo que un candidato yanqui habría obsequiado cronómetros precisos, infalibles, exactos, para que el elector no sufriese equivocación y comprobase la bondad del obsequio.
Ahora el señor Balbuena efectúa una propaganda nacionalista. Proclama la urgencia de afectar el espíritu nacional. Exalta nuestra historia, exalta a nuestros héroes, exalta a nuestros políticos, exalta a nuestros escritores, exalta a nuestras industrias, exalta a nuestras viandas, exalta a nuestras bebidas.
Hace dos días reunió en un almuerzo a sus amigos de la clase obrera. Y quiso reunir también con ellos a algunos amigos del congreso, de la política, del periodismo. Se empeñó el doctor Balbuena en que también nosotros ocupásemos un sitio en su mesa grande. Y nosotros que bien le queremos, agradecimos la invitación y la aceptamos.
Entonces el señor Balbuena nos hizo la apología de sus conceptos, de sus doctrinas y de sus apostolados. Adquirió gesto de predicador y voz de evangelista. Y nos habló de esta manera:
—Fomentemos el amor a lo que es peruano, a lo que es nuestro, a lo que es propio. Incorporemos en nuestros sentimientos el orgullo nacional que ha engrandecido a Alemania. Estimulemos el cariño a nuestra tradición y a nuestros hábitos. Los alemanes piensan que su cerveza es la mejor cerveza, que sus cañones son los mejores cañones, que sus tejidos son los mejores tejidos. Pensemos nosotros que nuestras viandas son las más ricas viandas, que nuestros vinos son los mejores vinos, que nuestros casimires son los mejores casimires. Amemos la “causa” apetitosa y pintoresca; amemos el “pisco” grato y económico, amemos los chicharrones, amemos los tamales, amemos las papas rellenas. Hagamos de estas cosas un credo nacional.
Y antes del almuerzo, el señor Balbuena, expansivo y locuaz, nos repetía:
—Todo es aquí nacional, todo es aquí peruano, todo es aquí propio. El menú es criollo. Habrá arroz con pato, tamales, chicharrones, seviche. ¿No sienten ustedes aquí un ambiente lleno de patriotismo?
Nosotros asentíamos. Pero el doctor Luis Varela y Orbegoso, que tiene sus sutilezas malignas, nos decía aparte y a la sordina:
—Balbuena es todo un profesor de Economía…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de noviembre de 1916. ↩︎