5.5. En el umbral - El retorno

  • José Carlos Mariátegui

En el umbral1  

         La penumbra se ha convertido en oscuridad. Ya no nos vemos siquiera los unos a los otros. Y nuestra política se ha transformado repentinamente en una política de limbo o de caverna. Política de laberinto fue siempre. No pudo llegar a ser política de averno. Y hoy comienza a ser política de subterráneo feudal.
         Y es el señor Pardo quien se empeña en llevarnos a esta oscuridad. No quiere que haya congreso. El congreso analiza, investiga, estudia. El análisis, la investigación, el estudio suelen hacer luz. Y la luz le molesta al gobierno del señor Pardo. La desea cuando va a alumbrar un momento triunfal de su vida, pero la abomina cuando va a alumbrar un momento de fracaso. Como la desea muy pocas veces, habrá que preguntarse si son muy raros los minutos triunfales del señor Pardo. O habrá que preguntarse si la luz le hace a su gobierno el mismo daño que a las gentes enfermas de la vista. ¿Estará también enfermo de la vista este régimen?
         Ante los hechos, impasibles, fríos, definitivos, todas las esperanzas patrióticas que inducían a confiar en la conversión del gobierno a la ruta de la sensatez y de la cordura, todas, absolutamente todas, languidecen, agonizan, fracasan. La posibilidad de congreso extraordinario parece ya definitivamente perdida. El gobierno del señor Pardo, clausura una válvula del sentimiento nacional, con el mismo gesto displicente y autoritario con que un burgués orgulloso hace cerrar una ventana por que el aire le molesta.
         Hasta hace dos días las indecisiones, las incertidumbres, las perplejidades eran mantenidas por un vivo anhelo patriótico de que no se llegase a tan injustificables extremos, por un optimismo generoso que haría confiar en que no se apelaría a tan reprobados métodos y por una fe hidalga en la austeridad del régimen. Se proclamaba por todas partes que no habría convocatoria a congreso extraordinario. Pero no se quería cree resta afirmación. Y si se le creía, guardábanse reservas piadosas y vacilaciones acendradas.
         Hoy las indecisiones, las incertidumbres y las perplejidades, han desaparecido. Ya casi no es posible preguntar si habrá congreso extraordinario, sin que la respuesta no tenga una ironía risueña y burlona.
         —¿Todavía esperan ustedes congreso extraordinario? Y si se insiste y rectifica así:
         —Lo espera el país.
         La contestación es necesariamente esta:
         —¿Todavía espera el país congreso extraordinariamente? Es confiado, incauto e inocente el país. Vivimos entre candorosos.
         Porque entre nosotros al optimismo se le llama candor y al patriotismo ingenuidad. Y si un hombre piensa que un estadista cumplirá con su deber y que un gobernante se inspirará en la opinión pública, hay que declararlo candoroso e ingenuo.
         Así nos hemos puesto en el umbral de la inconstitucionalidad. O así nos ha puesto el señor Pardo.

El retorno  

         Los representantes empiezan a despedirse. Se van a sus provincias. Van a recibir los homenajes, los agradecimientos y los aplausos de sus pueblos. Algunos van a recibir su reelección. Todos van a recibir algo. Y por eso se van jubilosos, alegres, jocundos. Pasan por las calles diciendo casi a voces:
         —¡Adiós! ¡Adiós!
         Y las gentes exclaman con asombro:
         —¡Cómo! ¿Y el congreso extraordinario? Y ellos responden:
         —¡Ya no hay que esperar congreso extraordinario!
         Y lo dicen regocijadamente, con todo el regocijo del escolar provinciano en las vacaciones. Con todo el alborozo del escolar provinciano a quien esperan los padres amantes, la amada cándida y la prima coquetona. Como el gobierno no había definido rotundamente en ningún instante su resolución de no convocar a congreso extraordinario, algunos diputados se hallaban irresolutos, perplejos, desconcertados. No se atrevían a ir donde el señor Pardo para preguntarle si habría congreso extraordinario o no. Y finalmente se decidían por visitar al señor Pardo con el objeto de despedirse de él. La despedida significaba la presunción de la no convocatoria. Despedirse del señor Pardo, era decirle que se suponía la no convocatoria. Decirle que se suponía la no convocatoria, era decirle que se encontraba muy propia de él esta resolución. La despedida involucraba, pues, una deducción y un comentario.
         Para todos los representantes que le han visitado con el objeto de despedirse de él, el señor Pardo ha tenido la misma frase cordial, risueña y efusiva:
         —¡Feliz viaje!
         Y han sido estas entrevistas, interesantes, embarazosas y extrañas. No se mencionaba en ellas el congreso extraordinario, aunque solo se pensaba en él.De una de ellas tenemos tan cabal noticia como si hubiéramos asistido a ella. Es la del señor Urquiaga, diputado por Azángaro. El señor Urquiaga, fatigado por la vida metropolitana y reclamado por su provincia, fue también a despedirse del señor Pardo. El señor Pardo le atendió con cortesía y afabilidad. El coloquio fue cordial. Yal despedirse el señor Urquiaga dijo con todo énfasis y sonoridad para que el señor Pardo recordara bien el objeto de su visita:
         —¡Adiós, señor Pardo!
         Y el señor Pardo le respondió con más énfasis y más sonoridad todavía:
         —¡Feliz viaje, señor Urquiaga!
         Insistió el señor Urquiaga:
         —¡Hasta julio, señor Pardo!
         Y ratificó el señor Pardo:
         —¡Hasta julio, señor Urquiaga!
         El señor Urquiaga no ha sabido ya poner en duda que no habrá congreso extraordinario.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de noviembre de 1916. ↩︎