5.2. Incertidumbres - Menú criollo
- José Carlos Mariátegui
Incertidumbres1
La política se agita, se conflagra y se atorbellina en la sombra. No se le ve casi. Pero se oye su jadeo, su trajín y su rezongo. El congreso es una válvula que asegura su tranquilidad generalmente. Y, por esto, la clausura del congreso la inquieta y la estremece.
Hasta hace ocho días no se sentía a la política. Era posible imaginarse que se había dormido para siempre. Las Cámaras se entregaban austeramente a la más pura labor constructiva. Y legislaban sobre ascensos, sobre impuestos, sobre economía, sobre crédito agrario y sobre puentes, escuelas, caminos y cañerías.
Apenas clausurada la legislatura, la política se despertó y se desperezó de proviso, sin respeto alguno para los duelos, para las conmemoraciones, ni para las solemnidades.
Todas las gentes han esperado en estos días la aparición de la convocatoria a congreso extraordinario, sin inquietud, sin intranquilidad, sin agitación. Han tenido fe absoluta y profunda en el gobierno y han vivido convencidas de que jamás un interés político podía postergar o impedir la convocatoria.
Pero de repente han surgido los temores, los sobresaltos, las zozobras. Ya hay presagios callejeros de que se prescindirá de la convocatoria. Ya se atribuye al señor Pardo sorpresivo empecinamiento. Ya se habla de ministros reacios a su deber constitucional. Y las murmuraciones que en un principio insinuaban débilmente la posibilidad de que no hubiese congreso extraordinario se han fortalecido, se han arraigado y se han hecho generales e impávidas.
Ya se dice rotundamente:
—¡No habrá congreso extraordinario!
Nosotros, que queremos ser optimistas, objetamos entonces:
—Es necesaria la resolución del congreso sobre los presupuestos, sobre el impuesto al petróleo, sobre la Brea y Pariñas. La convocatoria se ha demorado, pero vendrá pronto.
Y se nos refuta:
—Se engañan ustedes. El señor Pardo no quiere que haya congreso extraordinario. El señor García y Lastres, el señor García Bedoya y el señor Puente no lo quieren tampoco. ¿Creen ustedes, jóvenes incautos y crédulos, que en el Perú puede hacerse una cosa que no quieran el señor Pardo, el señor García y Lastres, el señor García Bedoya y el señor Puente, juntos?
Mas, a pesar de todas las dudas y a pesar de todos los presagios, el sentimiento público es tan ingenuo y crédulo como nosotros. Le asiste el convencimiento de que habrá congreso extraordinario. Y piensa en que las vacilaciones y las reticencias son simples coqueterías del gobierno del señor Pardo, que quiere darse el gusto de alarmar por algunos días al país.
Hay en la sombra muchos forcejeos y muchas inquietudes. Es evidente que el señor Manzanilla se encuentra en pleno entredicho con el gobierno, en defensa de los fueros del parlamento. Es evidente que el gobierno, encaprichado en el menosprecio de esos fueros, mira en las consecuencias del entredicho una amenaza de la nueva legislatura. Y, aparte de estas evidencias, existe la grave posibilidad de una crisis ministerial.
El señor Riva Agüero, el señor Sosay el señor Valera, prudentes y templados, piensan que es muy peligroso prescindir de la convocatoria y gobernar sin presupuestos y sin leyes. Y piensan también que no ha sido tan hostil y tan mala la pasada legislatura. Guardan de su complacencia el más agradecido recuerdo. Y le dicen al señor Pardo:
—Hay que dar una prueba de fortaleza, señor. Hay que proclamar que este gobierno, que es el más generoso, noble, próvido, paternal y honrado que ha habido en el Perú, no le tiene miedo al congreso. Hay que demostrar que se solidariza con nuestros actos una mayoría patriota y convencida. Y, en días de conmemoración de los difuntos y de conmemoración de Bolognesi, hay que ser heroicos, señor…
Hasta hace ocho días no se sentía a la política. Era posible imaginarse que se había dormido para siempre. Las Cámaras se entregaban austeramente a la más pura labor constructiva. Y legislaban sobre ascensos, sobre impuestos, sobre economía, sobre crédito agrario y sobre puentes, escuelas, caminos y cañerías.
Apenas clausurada la legislatura, la política se despertó y se desperezó de proviso, sin respeto alguno para los duelos, para las conmemoraciones, ni para las solemnidades.
Todas las gentes han esperado en estos días la aparición de la convocatoria a congreso extraordinario, sin inquietud, sin intranquilidad, sin agitación. Han tenido fe absoluta y profunda en el gobierno y han vivido convencidas de que jamás un interés político podía postergar o impedir la convocatoria.
Pero de repente han surgido los temores, los sobresaltos, las zozobras. Ya hay presagios callejeros de que se prescindirá de la convocatoria. Ya se atribuye al señor Pardo sorpresivo empecinamiento. Ya se habla de ministros reacios a su deber constitucional. Y las murmuraciones que en un principio insinuaban débilmente la posibilidad de que no hubiese congreso extraordinario se han fortalecido, se han arraigado y se han hecho generales e impávidas.
Ya se dice rotundamente:
—¡No habrá congreso extraordinario!
Nosotros, que queremos ser optimistas, objetamos entonces:
—Es necesaria la resolución del congreso sobre los presupuestos, sobre el impuesto al petróleo, sobre la Brea y Pariñas. La convocatoria se ha demorado, pero vendrá pronto.
Y se nos refuta:
—Se engañan ustedes. El señor Pardo no quiere que haya congreso extraordinario. El señor García y Lastres, el señor García Bedoya y el señor Puente no lo quieren tampoco. ¿Creen ustedes, jóvenes incautos y crédulos, que en el Perú puede hacerse una cosa que no quieran el señor Pardo, el señor García y Lastres, el señor García Bedoya y el señor Puente, juntos?
Mas, a pesar de todas las dudas y a pesar de todos los presagios, el sentimiento público es tan ingenuo y crédulo como nosotros. Le asiste el convencimiento de que habrá congreso extraordinario. Y piensa en que las vacilaciones y las reticencias son simples coqueterías del gobierno del señor Pardo, que quiere darse el gusto de alarmar por algunos días al país.
Hay en la sombra muchos forcejeos y muchas inquietudes. Es evidente que el señor Manzanilla se encuentra en pleno entredicho con el gobierno, en defensa de los fueros del parlamento. Es evidente que el gobierno, encaprichado en el menosprecio de esos fueros, mira en las consecuencias del entredicho una amenaza de la nueva legislatura. Y, aparte de estas evidencias, existe la grave posibilidad de una crisis ministerial.
El señor Riva Agüero, el señor Sosay el señor Valera, prudentes y templados, piensan que es muy peligroso prescindir de la convocatoria y gobernar sin presupuestos y sin leyes. Y piensan también que no ha sido tan hostil y tan mala la pasada legislatura. Guardan de su complacencia el más agradecido recuerdo. Y le dicen al señor Pardo:
—Hay que dar una prueba de fortaleza, señor. Hay que proclamar que este gobierno, que es el más generoso, noble, próvido, paternal y honrado que ha habido en el Perú, no le tiene miedo al congreso. Hay que demostrar que se solidariza con nuestros actos una mayoría patriota y convencida. Y, en días de conmemoración de los difuntos y de conmemoración de Bolognesi, hay que ser heroicos, señor…
Menú criollo
En la Magdalena del Mar, en la villa de los duelos a pistola y de los duelos a sable, en la villa del mar hosco y encolerizado, en la villa del hotel francés, del casino y de las bochas, en la villa del vino tinto, en la villa donde el honor gusta de ser exonerado de manchas y empañaduras, en la villa apacible, serena y rústica de los chalets y de las gallinas americanas, almorzaron ayer los diputados Castro y Gianolli, rodeados de cuarenta o cincuenta compañeros de cámara.
Fue la celebración jocunda, regocijada, expansiva y criolla, del triunfo alcanzado por la minoría en los últimos momentos de la legislatura en amparo de los derechos de los señores Castro y Gianolli.
Estos victoriosos diputados suplentes gustan de la alegría y del criollismo. Les sucede el yantar grato y suculento de los almuerzos limeños. Y se perecen por la vianda nacional, apetitosa y nutritiva.
Con tales anfitriones, tenía que ser, pues, esta fiesta, una fiesta llena de buen humor, de alborozo y de colorido.
Hubo en ella comentario risueño y juguetón. Y sin que se olvidara a la política ni a la convocatoria de congresos extraordinarios, se habló en general de muchas cosas simpáticas y cordiales.
Para guardar las prácticas parlamentarias, las severas prácticas parlamentarias, se pasó lista antes de la apertura del banquete. Y se hizo constatación minuciosa y exacta del quórum. El quórum fue exorbitante y entusiasta.
Aplicando las prácticas parlamentarias, el señor Torres Balcázar dijo a la hora del antipasto:
—Estamos en la lectura del acta.
Y dijo el señor Balbuena a la hora de la “causa”:
—Estamos en el despacho.
Y dijo el señor Carrillo más tarde a mitad del menú sabroso y mestizo:
—Estamos en los pedidos.
Y dijo finalmente el señor Velezmoro, a la hora del champán:
—Hemos pasado a la orden del día.
Hubo muchos brindis, mucha espontaneidad, mucha alegría. Y hubo franco criollismo.
Solo faltó, para que fuera absoluto y perfecto, la asistencia de don Abelardo Gamarra.
Fue la celebración jocunda, regocijada, expansiva y criolla, del triunfo alcanzado por la minoría en los últimos momentos de la legislatura en amparo de los derechos de los señores Castro y Gianolli.
Estos victoriosos diputados suplentes gustan de la alegría y del criollismo. Les sucede el yantar grato y suculento de los almuerzos limeños. Y se perecen por la vianda nacional, apetitosa y nutritiva.
Con tales anfitriones, tenía que ser, pues, esta fiesta, una fiesta llena de buen humor, de alborozo y de colorido.
Hubo en ella comentario risueño y juguetón. Y sin que se olvidara a la política ni a la convocatoria de congresos extraordinarios, se habló en general de muchas cosas simpáticas y cordiales.
Para guardar las prácticas parlamentarias, las severas prácticas parlamentarias, se pasó lista antes de la apertura del banquete. Y se hizo constatación minuciosa y exacta del quórum. El quórum fue exorbitante y entusiasta.
Aplicando las prácticas parlamentarias, el señor Torres Balcázar dijo a la hora del antipasto:
—Estamos en la lectura del acta.
Y dijo el señor Balbuena a la hora de la “causa”:
—Estamos en el despacho.
Y dijo el señor Carrillo más tarde a mitad del menú sabroso y mestizo:
—Estamos en los pedidos.
Y dijo finalmente el señor Velezmoro, a la hora del champán:
—Hemos pasado a la orden del día.
Hubo muchos brindis, mucha espontaneidad, mucha alegría. Y hubo franco criollismo.
Solo faltó, para que fuera absoluto y perfecto, la asistencia de don Abelardo Gamarra.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de noviembre de 1916. ↩︎