5.10.. Y cuenta la veleta - Optimismo

  • José Carlos Mariátegui

Y cuenta la veleta1  

         La veleta de la política nos intranquiliza, nos desconcierta, nos engaña y nos enreda más minuto a minuto. Ora gira en un sentido. Ora gira en otro. Ora se detiene. Ora gira rauda. Ora gira lenta. ¿No será la veleta de la política actual un símbolo de la voluntad del señor Pardo? Atrevido es interrogarlo. Atrevido e injusto. La voluntad del señor Pardo es, sin duda alguna, firme, decidida, rectilínea, invariable.
         La ciudad amaneció ayer en algazara, agitación y trocatinta. Había bulliciosas aclamaciones:
         —¡Un manifiesto! ¡Un manifiesto del señor Pardo y del general Cáceres! ¡Un manifiesto reprobatorio de la dictadura fiscal!
         —¡Los bloquistas tradicionales se oponen a la prórroga del presupuesto!
         —¡Los liberales se oponen a la prórroga del presupuesto!
         —¡Los futuristas se oponen a la prórroga del presupuesto!
         Y resultaba entonces que nosotros no éramos los únicos que nos oponíamos a la prórroga del presupuesto. Ya no eran solo la minoría parlamentaria y El Tiempo los que reclamaban congreso extraordinario. Ya no era solo el señor Manzanilla quien invocaba las conveniencias públicas y el respeto a los principios para pedirlo también. Ya estaba todo el mundo con la minoría parlamentaria, con El Tiempo, con el señor Manzanilla y con los demás defensores de la convocatoria de nueva legislatura.
         Y esto nos asombraba tanto que interrogábamos:
         —¿La opinión de los partidos, de los hombres públicos, de los clubes, de las confiterías y de los teatros está pues contra la prórroga del presupuesto?
         Y nos respondían que sí.
         Teníamos que hacer una nueva y sorprendida pregunta:
         —¿Los futuristas también están contra la prórroga del presupuesto? Y nos respondían que sí.
         Y teníamos que hacer entonces una nueva e inevitable pregunta:
         —¿Publicarán luego los futuristas otro manifiesto?
         Porque a nosotros se nos ocurre que los futuristas no pueden pensar una cosa sin decirla en un manifiesto. Los futuristas se perecen por los manifiestos. Y es muy natural y explicable que así sea. Los futuristas son jóvenes y alborotados y aman la publicidad y el reclamo. El reclamo es para ellos tan importante y esencial como para Parke Davis o Lamman y Kemp.
         Únicamente que los manifiestos de los futuristas son siempre inoportunos y fatales. Tienen mala fortuna. Y bastaría acaso que los futuristas se aprestasen a criticar la prórroga del presupuesto para que el gobierno convocase inmediatamente a congreso extraordinario…

Optimismo  

         El señor Pardo no podría ser un profesor de energía. Pero sí podría ser un profesor de optimismo. Lo es desde ahora. Y su profesorado tiene todos los atributos de la originalidad y del buen gusto.
         Posee el señor Pardo un optimismo magnífico y arrogante. Le asiste siempre la seguridad del éxito. Jamás pone en duda que una empresa suya será afortunada. Y tiene la certidumbre de que lo que él piense será bien acogido por la opinión del país.
         El señor Pardo está lleno de fe en su gobierno y en sus triunfos. No cree en presagios, no cree en augurios, no cree en amenazas. Le ha detenido en el umbral de la inconstitucionalidad el vocerío de las gentes por lo intenso y unánime que ha sido. Y la vacilación del señor Pardo ha sido un fenómeno de sugestión, pero jamás un fracaso de su optimismo.
         Vive absolutamente convencido de que las gentes importantes, esclarecidas, nobles e inteligentes de la nación le rodean y le amparan. Y cree que no es posible que haya quienes tengan otros conceptos, otros sentimientos ni otras aspiraciones que las suyas.
         En estos momentos, la figura del señor Pardo, rebosante de optimismo, parece interrogarles a las gentes:
         —¿Quiénes encuentran mala la prórroga de los presupuestos?
         Y parece que las gentes le respondieran cortésmente:
         —Grandes y numerosos hombres públicos. El señor Javier Prado, el señor Manzanilla, el señor Balta, el señor José de la Riva Agüero, el general Cáceres, el señor Ulloa, los bloquistas, los liberales, los futuristas, los constitucionales, los independientes.
         Y parece que el señor Pardo replicara:
         —¡No es posible! ¡Yo sé que toda la opinión pública está conmigo! ¡Yo la siento alentándome, engriéndome, estimulándome, encomiándome! ¡Yo no me puedo engañar de esta suerte, gentes timoratas y medrosas! ¡Gentes de poca fe!
         Hace algunos días conferenciaba el señor Pardo con el señor Picasso, preconizador pertinaz y conspicuo del arreglo con la Brea y Pariñas. El coloquio era trascendental y conceptuoso, como correspondía a un coloquio entre tan graves personajes. Y, en un instante en que el señor Picasso pronunció la palabra oposición, el señor Pardo se soliviantó violentamente. Y se puso de pie para preguntarle al señor Picasso:
         —¿Dónde está la oposición? ¿Quiénes hacen la oposición? ¿Cómo se manifiesta la oposición?
         El señor Picasso, discreta y cautelosamente citaba algunos nombres y algunos círculos.
         Pero el señor Pardo exclamaba con toda su majestad y todo su énfasis:
         —¡No hay oposición!
         Grande amargura debe ser para el señor Pardo gobernar en un país de tantos apocamientos, de tantos escepticismos, y de tantos pesimismos. Honda debe ser la compunción de su ánimo lleno de optimismo al contemplar estos panoramas de desfallecimiento y timoratez. Y lo que más debe contristar a tan excelso profesor de optimismo es no tener discípulos.
         El único que está un poco contagiado del optimismo del señor Pardo es el señor Balbuena. El señor Balbuena está en camino de hacerse discípulo del señor Pardo. Lo queremos denunciar para que se sepa que el señor Balbuena va a dejar de ser discípulo del señor Manzanilla por ser discípulo del señor Pardo. Porque la vehemencia del optimismo del señor Balbuena es cada día más honda y locuaz.
         Este optimismo del alborozado candidato a la diputación por Lima, es tan acendrado, tan profundo y tan hiperestésico, que lo induce a exclamar en todas las esquinas y en todos los portales:
         —¡Tengo asegurado el éxito! ¡Mi candidatura hace una marcha triunfal! ¡Va al éxito definitivo de victoria y en victoria!
         Y en esto no miente el señor Balbuena. A todas horas se le ve cruzar las calles en victoria. En lo cual sigue siendo discípulo del señor Manzanilla…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de noviembre de 1916. ↩︎