5.1. Reconciliación

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ya no hay entredicho entre el señor Pardo y el señor Cornejo. El señor Cornejo es enemigo de la guerra. Ama la paz. No concibe otra lucha que la polémica ennoblecedora y elevada. Y como con un gobierno no se puede tener polémica alguna, así no sea ennoblecedora ni elevada, no concibe la lucha con el gobierno.
         Hace diez días el señor Cornejo —tal como nosotros referimos— perdió la gracia del señor Pardo, por culpa de su discurso contra el proyectado arreglo con la Brea y Pariñas. El señor Pardo le hizo ostensible todo su enfado al señor Cornejo. Y el señor Cornejo tuvo que decirle a trueque de soliviantar más aún la cólera presidencial:
         —Usted no ha entendido mi discurso, señor.
         A partir de aquella escena y de su divulgación, las gentes proclamaron la inminencia de que la excelsa figura del señor Cornejo apareciera en la oposición. Y lo esperaron anhelosas y atentas. Pero es que las gentes son apasionadas y cándidas. Y es que las gentes no saben bien todavía cuán cauto, cuán prudente, cuán templado y cuán sereno es el señor Cornejo.
         Como nosotros hemos dicho, el señor Cornejo tiene alma de magnate. Le agradan la cortesanía, el fausto, el apogeo, el poder. No tolera la condición mezquina del rebelde. Y su alma de magnate es también alma de católico devoto, convencido y ferviente. Le anunciaron que había sido excomulgado, que había sido puesto en el índex, que se le iba a cerrar el paso al Paraíso y tuvo una gran tristeza. Pensó inmediatamente en el arrepentimiento y en la contrición.
         Y el arrepentimiento y la contrición del señor Cornejo no se hicieron esperar mucho tiempo. El señor Cornejo escribió una carta al señor Pardo después del incidente consternador. Una carta elocuente, sentida, emocionada, vibrante. Una carta de perfecta arquitectura literaria. Una carta llena de persuasiva retórica. En ella el señor Cornejo hacía penitencia de su pecado y se quejaba del castigo con lamentación plañidera y doliente.
         El Sr. Pardo, que admira al señor Cornejo en todo instante en que el señor Cornejo no se atreve a hacer crítica de sus procedimientos, acogió con amor y bondad la carta del orador ilustre. Tuvo para ella el gesto misericordioso que tiene la iglesia para la atrición del penitente sincero. Y le dio una respuesta verbal, breve y favorable. Le concedía permiso al señor Cornejo para visitarlo al siguiente día.
         La entrevista de reconciliación fue cariñosa, cordial, íntima. El señor Pardo recibió al señor Cornejo lleno de amabilidad. Le dijo toda su admiración, todo su afecto, toda su simpatía. Le mostró su interés por la sanción parlamentaria de la reforma del jurado. Y cuando el señor Cornejo recordó la entrevista de la ruptura le dio su absolución en un abrazo.
         Entonces el señor Cornejo habló de su resentimiento. Entonces se dolió de que el señor Pardo, a quien él amaba tanto, le hubiese tratado con dureza y acritud. Entonces dijo su queja consternada y amarga.
         Pero el señor Pardo le habló así:
         —Yo no le he censurado nada, Cornejo. Yo no le he reprochado nada. Yo no me he enfadado con usted.
         El señor Cornejo se ratificó en su queja:
         —Sus palabras señor fueron de reproche, de desagrado, de cólera.
         Y el señor Pardo, irónicamente, amablemente, devolviéndole su frase de otro instante, le contestó de esta manera:
         —Usted no ha entendido mis palabras, Cornejo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de noviembre de 1916. ↩︎