7.9. Diez Años Después

  • José Carlos Mariátegui

¿Por qué no habla el señor Leguía?1  

         Se siente en el ambiente público la impresión de que el movimiento leguiísta está muriendo silenciosamente. Durante cuatro días el pueblo ha estado en la calle y, a pesar de esto, no se han sentido las palpitaciones del partidarismo leguiísta. Después han clausurado las imprentas. El orden público ha sido puesto por el gobierno encima de la Constitución y las leyes. Y, sin embargo, no se ha oído la voz del señor Leguía.
         Contra la clausura de las imprentas han protestado los órganos de publicidad. Han protestados todos los sectores populares. Solo el señor Leguía, que se ha llamado a sí mismo, y por boca de sus más resueltos partidarios, leader de las reivindicaciones populares, permanece en silencio.
         Para el pueblo no es bastante la voz de los periódicos. Esta sola no puede orientarlo cuando existe un estadista que espontáneamente asume la personería de los anhelos nacionales. El pueblo reclama constantemente la palabra y la acción de los conductores de su conciencia.
         Los hombres de la izquierda están obligados a hablar frente a todas las situaciones graves. Castilla combatió siempre por el pueblo. Piérola estuvo en todo instante a la cabeza de la acción popular y acusó a todos los gobernantes que delinquieron. Los acusó desde el destierro y dentro del país. Allí están su carta del 94 y su manifiesto contra la disolución de la Junta Electoral Nacional.
         Por esto, por llamarse caudillo popular, ha debido hablar en esta ocasión el señor Leguía. Su palabra ha debido orientar al pueblo. Acusar al Gobierno. Defender la Constitución y las leyes. Sostener la invulnerabilidad de las garantías ciudadanas y de la libertad de la prensa.

¿Puede defender la Constitución y las leyes el señor Leguía?  

         Hace diez años se decía también en el Palacio de Gobierno que el orden público está sobre la Constitución y las leyes. Lo decía, en nombre del señor Leguía, el señor Rafael Villanueva. Y lo decía imponiendo al país su torva dictadura.
         Nosotros, entonces, no teníamos voz en el periodismo. Si la hubiésemos tenido habríamos protestado con tanta energía como ahora. Porque nosotros vimos a La Prensa destruida y a Ulloa preso. Vimos las huestes de matones sitiar intrépidas la cámara de diputados y perseguir encarnizadamente a los demócratas. Asistimos a la persecución sistematizada y cruel de don Nicolás de Piérola. Y presenciamos las trágicas sesiones del consejo de guerra de la Penitenciaría.
         Entonces, por primera vez, el orden públicose puso sobre la Constitución y las leyes. El orden público quería decir el apagamiento definitivo e inexorable del pierolismo. El orden público era la tiranía siniestra del señor Villanueva y la autoridad sin control del señor Leguía.

El señor Leguía calla, porque no tiene autoridad moral  

         No tenemos noticia de que en los diez años trascurridos haya evolucionado el concepto político del señor Leguía. Acogiéndonos a una declaración de él, tendríamos que creer que es el mismo hombre de antes. Pero la realidad nos propicia una conjetura. Tal vez el señor Leguía no cree ahora en el orden público ni en su supremacía sobre la Constitución y las leyes.
         Pero, aunque no lo crea, el señor Leguía no puede protestar de la clausura de los periódicos. El señor Leguía tiene que callarse. Es un candidato de renovación democrática que no tiene autoridad para hablar contra los atropellos a la libertad de la prensa. Su actitud tiene que ser, como hasta hoy, de silencio absoluto.
         Y es porque el señor Leguía debe saber a esta hora que la moralidad política no se predica desde la oposición. Se practica desde el gobierno. Un atentado contra la libertad, por pequeño que sea, tiene hondas repercusiones en la vida nacional. A través del tiempo se produce nuevamente. Y tiene que producirse con más frecuencia cuando los hombres que se ponen a la cabeza de los movimientos populares no tienen autoridad moral para impedirlos ni para condenarlos.
         El leguiísmo agoniza hoy por falta de moralidad política. Atravesamos una hora de grave desequilibrio democrático y los hombres que se llamaban representantes del pueblo no pueden defender las libertades constitucionales. No tienen personalidad moral para defenderlas. Moralmente el leguiísmo es tan responsable de la clausura de las imprentas como el gobierno.

La evolución democrática no puede, pues, ser leguiísta  

         Creemos en la necesidad de una evolución democrática en el país. Pero no con el nombre del señor Leguía en su cartel. Con un nombre sin mácula. El señor Leguía representa el principio de todos los atropellos constitucionales. El señor Leguía frente a todos los desmanes del poder, tiene que callar. Callar como ahora. Callar cuando el pueblo reclama la voz de sus leaders.
         Un partido de renovación nacional tendrá que ser un partido formado por hombres nuevos. Un partido formado por el señor Salazar y Oyarzábal y por el señor Juan Manuel de Latorre, por el señor José M. García y por el señor Agustín de La Torre González, por el señor Agustín Ganoza y por el general Canevaro, será un partido responsable de un gobierno mórbido e inepto. Pero no será jamás un partido joven, vigoroso, sano y renovador.


Referencias


  1. Publicado en La Razón Nº 25, Lima, 11 de junio de 1919. ↩︎