7.6. Ante el problema político
- José Carlos Mariátegui
Antecedentes, modalidades y perspectivas de la lucha1
Preocupa actualmente al país con más intensidad que nunca, el problema de la sucesión presidencial. Este problema se ha presentado en la presente oportunidad más complicado que en ninguna. El origen de tal cosa no hay que buscarlo solamente en la desorganización de las fuerzas políticas de la nación. Hay que buscarlo, principalmente, en la influencia de la hora de renovación que atraviesa el mundo. Los pueblos sienten la necesidad de grandes transformaciones. Están poseídos por una honda inquietud, por un impreciso pero agudo anhelo. Y el pueblo peruano no puede sustraerse a los efectos del fenómeno mundial, por muy debilitadas que se hallen su sensibilidad y su percepción.
Además, todas las modalidades del proceso electoral son en este caso originales. Faltan escasos días para las elecciones y, sin embargo, no es posible afirmar que los resultados de esas elecciones sean la resolución del problema. Para algunas gentes es así. Pero para la mayoría de las gentes no. La mayoría de las gentes cree que el proceso electoral principiará, en vez de terminar, con las elecciones de mayo. Se muestra convencida de que el verdadero proceso no es el actual. Presiente que los acontecimientos en curso no son los acontecimientos decisivos. Que en la historia del proceso tendrán el carácter de meros antecedentes. Esto no es únicamente lo que se conversa, lo que se asegura, lo que se prevé en los círculos más o menos informados de los políticos. Es lo que dice el instinto público. Es lo que se vislumbra en el difuso horizonte.
Además, todas las modalidades del proceso electoral son en este caso originales. Faltan escasos días para las elecciones y, sin embargo, no es posible afirmar que los resultados de esas elecciones sean la resolución del problema. Para algunas gentes es así. Pero para la mayoría de las gentes no. La mayoría de las gentes cree que el proceso electoral principiará, en vez de terminar, con las elecciones de mayo. Se muestra convencida de que el verdadero proceso no es el actual. Presiente que los acontecimientos en curso no son los acontecimientos decisivos. Que en la historia del proceso tendrán el carácter de meros antecedentes. Esto no es únicamente lo que se conversa, lo que se asegura, lo que se prevé en los círculos más o menos informados de los políticos. Es lo que dice el instinto público. Es lo que se vislumbra en el difuso horizonte.
Los motivos del desconcierto
La primera causa del desconcierto reside en la falta de fuerzas políticas debidamente organizadas. La debilidad de las facciones ha originado el surgimiento de mil pequeños intereses. Estos pequeños intereses, que, dentro de una situación definida, hubieran sacrificado sus expectativas en servicio de los intereses dirigentes, dentro de esta situación caótica se han exhibido irreductibles. Todos ellos, hasta los más ínfimos, se han sentido con capacidad para adueñarse a última hora del triunfo. Ninguno se ha resignado a renunciar a sus esperanzas. Por esto ha sido impracticable un acuerdo entre los partidos. No creemos que los partidos representen en el Perú la opinión. Los partidos peruanos son en su mayor parte, simples estados mayores sin fuerza electora. No son matices diversos de la opinión del pueblo. Son matices diversos de la opinión de las clases dirigentes.
En el Perú, generalmente, el problema presidencial no ha sido resuelto por el pueblo sino por las clases dirigentes. Pero para que las clases dirigentes llenen esta función es indispensable que se unifiquen o que surja entre ellas una corriente fuerte que prevalezca y se imponga sobre las corrientes débiles.
El problema presidencial nos ha sorprendido, por otra parte, no solo en instantes de dispersión de las clases dirigentes. Nos ha sorprendido también en instantes de profunda inquietud popular haber tenido de un lado la anarquía de las facciones políticas y de otro lado la inesperada ansia popular de renovación, de mejora.
En el Perú, generalmente, el problema presidencial no ha sido resuelto por el pueblo sino por las clases dirigentes. Pero para que las clases dirigentes llenen esta función es indispensable que se unifiquen o que surja entre ellas una corriente fuerte que prevalezca y se imponga sobre las corrientes débiles.
El problema presidencial nos ha sorprendido, por otra parte, no solo en instantes de dispersión de las clases dirigentes. Nos ha sorprendido también en instantes de profunda inquietud popular haber tenido de un lado la anarquía de las facciones políticas y de otro lado la inesperada ansia popular de renovación, de mejora.
Cómo ha sido planteado
Veamos cómo nos plantean el problema los que quieren explotar en su beneficio las circunstancias que empujan al pueblo a la lucha (Nos referimos, como se comprende, a los panegiristas de la candidatura del Sr. Leguía). ¿Qué nos afirman estas gentes? Nos afirman que la candidatura del señor Leguía representa la reacción contra los viejos métodos. Nos afirman que la candidatura del señor Leguía representa la causa de la renovación nacional. Nos afirman que la candidatura del Sr. Leguía representa la lucha contra el civilismo. Y estas afirmaciones categóricas, pronunciadas con todo énfasis, constituyen la fuerza motriz del movimiento leguiísta. Lanzadas en una coyuntura propicia, en un momento de hervor de aspiraciones democráticas, esas afirmaciones han servido para constituir una barata plataforma electoral. El señor Leguía, político que posee un fino sentido utilitario perfeccionado por la vida de los negocios, ha visto que, al impulso de un ofuscado movimiento pasional de la opinión popular, podía volver a la presidencia de la república. Y ha acometido la aventura. “A río revuelto ganancia de pescadores”; le ha aconsejado esa refranera filosofía nacional que tan bien se armoniza con su temperamento de criollo.
Pero analicemos esas afirmaciones a base de las cuales opera el leguiísmo. ¿Es cierto lo que esas afirmaciones sostienen? ¿Es cierto que la candidatura del señor Leguía representa la reacción contra los viejos métodos, la causa de la renovación nacional, la lucha contra el civilismo? Pues bien. No es cierto. No puede serlo. Puede serlo naturalmente para el pueblo que la siga; pero no puede serlo jamás para el señor Leguía, ni para los políticos que lo acompañan. No puede serlo porque el señor Leguía no es el tipo de estadista moderno que algunos de sus más cándidos partidarios suponen. No puede serlo, porque el señor Leguía es un político automatizado en los mismos viejos métodos que combaten los prosélitos de su candidatura. No puede serlo porque el señor Leguía es un civilista disidente, un civilista que grita contra el civilismo, pero que tiene la psicología, las tendencias y la historia de todos los civilistas.
[…ilegible…] de reforma puede ofrecer al pueblo el señor Leguía? Nos empeñamos en ser benévolos con el leguiísmo; pero no podemos encontrar ninguna. ¿Existen tales garantías en los antecedentes del Sr. Leguía? Ni los más fervorosos leguiístas son capaces de presentarlo. El gobierno del señor Leguía fue el gobierno de un político autoritario y antidemocrático. ¿Existen entonces tales garantías en el carácter, en el espíritu, en la ideología del señor Leguía? Tampoco. El señor Leguía no es profesionalmente un político, un estadista, un pensador. Profesionalmente el señor Leguía es un negociante. Su carácter, su espíritu y su ideología han sido moldeadas por su vida de negociante. Es probable que, de vez en cuando, el señor Leguía sienta amor por la democracia, interés por el pueblo, devoción a la libertad; pero estos sentimientos intermitentes, que no pueden constituir en él más que fugaces y platónicos raptos de sentimentalismo, no son desgraciadamente, los destinados a decidir sus actos de gobernante. Para que un caudillo lleve al gobierno los anhelos de su pueblo, se necesita que los comparta apasionadamente, que los comparta de veras, que no sienta otro ideal que el de servirlos. ¿Posee estas condiciones, que son condiciones de caudillo orgánico, el señor Leguía? Doblemos la hoja.
Pero analicemos esas afirmaciones a base de las cuales opera el leguiísmo. ¿Es cierto lo que esas afirmaciones sostienen? ¿Es cierto que la candidatura del señor Leguía representa la reacción contra los viejos métodos, la causa de la renovación nacional, la lucha contra el civilismo? Pues bien. No es cierto. No puede serlo. Puede serlo naturalmente para el pueblo que la siga; pero no puede serlo jamás para el señor Leguía, ni para los políticos que lo acompañan. No puede serlo porque el señor Leguía no es el tipo de estadista moderno que algunos de sus más cándidos partidarios suponen. No puede serlo, porque el señor Leguía es un político automatizado en los mismos viejos métodos que combaten los prosélitos de su candidatura. No puede serlo porque el señor Leguía es un civilista disidente, un civilista que grita contra el civilismo, pero que tiene la psicología, las tendencias y la historia de todos los civilistas.
[…ilegible…] de reforma puede ofrecer al pueblo el señor Leguía? Nos empeñamos en ser benévolos con el leguiísmo; pero no podemos encontrar ninguna. ¿Existen tales garantías en los antecedentes del Sr. Leguía? Ni los más fervorosos leguiístas son capaces de presentarlo. El gobierno del señor Leguía fue el gobierno de un político autoritario y antidemocrático. ¿Existen entonces tales garantías en el carácter, en el espíritu, en la ideología del señor Leguía? Tampoco. El señor Leguía no es profesionalmente un político, un estadista, un pensador. Profesionalmente el señor Leguía es un negociante. Su carácter, su espíritu y su ideología han sido moldeadas por su vida de negociante. Es probable que, de vez en cuando, el señor Leguía sienta amor por la democracia, interés por el pueblo, devoción a la libertad; pero estos sentimientos intermitentes, que no pueden constituir en él más que fugaces y platónicos raptos de sentimentalismo, no son desgraciadamente, los destinados a decidir sus actos de gobernante. Para que un caudillo lleve al gobierno los anhelos de su pueblo, se necesita que los comparta apasionadamente, que los comparta de veras, que no sienta otro ideal que el de servirlos. ¿Posee estas condiciones, que son condiciones de caudillo orgánico, el señor Leguía? Doblemos la hoja.
LA POPULARIDAD DEL SR. LEGUÍA
Busquemos las causas del movimiento leguiísta […ilegible…] al contemplar cómo se ha incrementado este movimiento comprenderemos su fragilidad.
En nuestro país, en la lucha entre las fuerzas conservadoras y las fuerzas renovadoras, el pueblo se puso siempre del lado de las últimas El pueblo fue siempre enemigo de la oligarquía y partidario de la democracia. Hasta hace pocos años las fuerzas populares estuvieron representadas por los partidos demócrata y liberal. Pero, después de la muerte del gran jefe demócrata las fuerzas populares se quedaron sin representación. El partido demócrata entró en un período de receso y acefalía. El partido liberal, por haber concurrido a formar el gobierno, obedeciendo a su aversión al régimen militar, subió al poder. Y en esta situación el gobierno del señor Pardo comenzó a avivar con sus actos la ansiedad de una renovación.
Ha sido, en virtud de estas circunstancias precarias, que la oposición activa, compuesta en su mayor parte por vulgares e insignificantes agitadores, ha logrado atraer hacia la candidatura del señor Leguía la consideración de la parte más inquieta del pueblo. La aureola de la candidatura del señor Leguía ha provenido de una desviación del sentimiento popular. Una desviación, como casi todas, transitoria.
Los que explotan esta desviación han querido servirse de ella como de un trampolín para enseñorearse de un salto del gobierno, pero no se han cuidado de dar el salto oportunamente.
Es por esto que la resurrección inesperada del partido demócrata que vuelve a levantar en sus manos una bandera, la bandera de la democracia, ha alarmado y congojado tanto a los empresarios y pilotos del leguiísmo, quienes ven que al reaparecer en la política nacional el partido demócrata debe recuperar su puesto en el corazón del pueblo.
En nuestro país, en la lucha entre las fuerzas conservadoras y las fuerzas renovadoras, el pueblo se puso siempre del lado de las últimas El pueblo fue siempre enemigo de la oligarquía y partidario de la democracia. Hasta hace pocos años las fuerzas populares estuvieron representadas por los partidos demócrata y liberal. Pero, después de la muerte del gran jefe demócrata las fuerzas populares se quedaron sin representación. El partido demócrata entró en un período de receso y acefalía. El partido liberal, por haber concurrido a formar el gobierno, obedeciendo a su aversión al régimen militar, subió al poder. Y en esta situación el gobierno del señor Pardo comenzó a avivar con sus actos la ansiedad de una renovación.
Ha sido, en virtud de estas circunstancias precarias, que la oposición activa, compuesta en su mayor parte por vulgares e insignificantes agitadores, ha logrado atraer hacia la candidatura del señor Leguía la consideración de la parte más inquieta del pueblo. La aureola de la candidatura del señor Leguía ha provenido de una desviación del sentimiento popular. Una desviación, como casi todas, transitoria.
Los que explotan esta desviación han querido servirse de ella como de un trampolín para enseñorearse de un salto del gobierno, pero no se han cuidado de dar el salto oportunamente.
Es por esto que la resurrección inesperada del partido demócrata que vuelve a levantar en sus manos una bandera, la bandera de la democracia, ha alarmado y congojado tanto a los empresarios y pilotos del leguiísmo, quienes ven que al reaparecer en la política nacional el partido demócrata debe recuperar su puesto en el corazón del pueblo.
FRENTE A LA ELECCIÓN
Planteada así la situación —cuyos restantes aspectos iremos presentando sucesivamente uno a uno— considerada la irregularidad con que se ha desarrollado el proceso en muchas provincias, apreciado el temor con que se mira la inminencia de las elecciones en Lima, examinados los esfuerzos que se han desarrollado sigilosamente para que estas elecciones no se realicen y contemplada la posibilidad de que a última hora se renueven contundentemente estos esfuerzos, ¿existe razón eficiente para creer que nos encontramos en la hora decisiva y final del proceso? ¿O existe más bien razón para creer que el verdadero proceso no se ha iniciado todavía?
Referencias
-
Publicado en La Razón Nº 1, Lima, 14 de mayo de 1919. ↩︎
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