7.12. Las diputaciones por Lima
- José Carlos Mariátegui
Cuatro candidaturas nacionales y representativas:
Manzanilla, Maúrtua, Miró Quesada, Olaechea1
Significación de la Campaña
Presentamos cuatro candidaturas a las diputaciones por Lima. Las presentamos desde nuestra plataforma periodística, claramente definida y perfectamente independiente. En esta hoja no alienta ningún interés partidarista. Nuestra posición en la prensa es clara y precisa. Representamos solo aspiraciones populares, doctrinas nuevas y anhelos que fluyen de la gran masa que trabaja, que sufre y que espera.
Está el país frente a una de las más graves horas de su vida republicana. Una tendencia renovadora viene desde el poder y solicita sea impuesta plebiscitariamente por el poder. Ya están dadas las pautas reformadoras. Pero la integración de la reforma corresponderá a la asamblea nacional. Y debe creerse fundadamente que la organización efectiva del mecanismo gubernamental surja de este cuerpo.
Aún el pueblo no ha podido formarse conciencia de la trascendencia de la reforma. Muy poco tiempo ha tenido para meditar sobre ella. Han faltado discusión y controversia públicas. Unos cuantos ecos de la impresión popular se han sentido débilmente. Pero el gran debate, el que debía orientar a la colectividad y definir la opinión, no se ha realizado.
El pueblo, sin embargo, no puede eximirse de intervenir en la organización de la reforma constitucional. Está obligado a hacerlo. El espíritu de la nueva carta política debe tener las mismas emociones y los mismos sentimientos que el espíritu del pueblo. Acercarse a este lo más posible. Concretar, sabia y eficientemente, sus aspiraciones y sus anhelos más vehementes.
Para lograrlo es indispensable que la asamblea nacional reúna a los políticos de más excelente y probada mentalidad. A los que sean capaces de comprender y de analizar las exigencias inexorables de la vida moderna. A los hombres tallados por la ciencia, con aguda percepción de la realidad y tocados por las nuevas doctrinas sociales.
Se ha dicho que hoy el mundo debe ser gobernado por los filósofos. Y es verdad. El profesor Wilson ha llenado con sus ideas la historia del siglo. Todos los jefes de estado actuales son hombres de ciencia. Lo son desde Clemenceau hasta Lenin. Y deben serlo necesariamente. Porque las luchas políticas de hoy son luchas de ideas, de doctrinas, de corrientes filosóficas. Un vigoroso impulso de renovación debe llevar también al Perú al cauce de la vida moderna. La complejidad de los problemas sociales, políticos y económicos es más enrevesada en el Perú que en país ninguno. El próximo parlamento no debe ser, como han sido los anteriores, un cuerpo burocrático. Ni debe ser una academia de declamación. Es indispensable que sea el laboratorio de la vida nacional.
Por eso las cuatro candidaturas que presentamos a las diputaciones por Lima no son candidaturas de bandería. No las presentamos con la etiqueta de ningún partido, ni con la enseña de ninguna agrupación. El único título con el que las presentamos está sellado en la Universidad. Presentamos a estos cuatro políticos como hombres de estudio, como hombres que pueden dar un carácter científico, un aroma de justicia y un espíritu moderno a la nueva constitución.
Cornejo ha invitado al pueblo a elegir a los hombres de más altos méritos intelectuales. Aquí están los cuatro hombres que pueden representar la provincia con más limpia y oxigenada excelencia mental. Hay en la juventud y en el pueblo, en quienes estudian y en quienes trabajan, en todos los que efectivamente anhelan la renovación espiritual del país, el deber de seguirlos y sacarlos diputados. Deben rodearlos todos los que aspiren a llevar a la asamblea nacional, no nombres ni personas inéditas, sino ideas nuevas y modernas.
A Manzanilla, Maúrtua, Miró Quesada, Olaechea los recomendamos con fervoroso entusiasmo de jóvenes y de intelectuales. Los recomendamos al pueblo y a la juventud. A los que sienten generosos anhelos de mejoramiento nacional. Nuestra recomendación se funda en la eficiencia de lo que ellos mentalmente representan. Y los recomendamos, por último, con la convicción doctrinaria de que en esta hora de reformas políticas y de renovaciones sustanciales, el parlamento debe estar formado por los políticos más aptos, por los más inteligentes, por los más cultos.
Está el país frente a una de las más graves horas de su vida republicana. Una tendencia renovadora viene desde el poder y solicita sea impuesta plebiscitariamente por el poder. Ya están dadas las pautas reformadoras. Pero la integración de la reforma corresponderá a la asamblea nacional. Y debe creerse fundadamente que la organización efectiva del mecanismo gubernamental surja de este cuerpo.
Aún el pueblo no ha podido formarse conciencia de la trascendencia de la reforma. Muy poco tiempo ha tenido para meditar sobre ella. Han faltado discusión y controversia públicas. Unos cuantos ecos de la impresión popular se han sentido débilmente. Pero el gran debate, el que debía orientar a la colectividad y definir la opinión, no se ha realizado.
El pueblo, sin embargo, no puede eximirse de intervenir en la organización de la reforma constitucional. Está obligado a hacerlo. El espíritu de la nueva carta política debe tener las mismas emociones y los mismos sentimientos que el espíritu del pueblo. Acercarse a este lo más posible. Concretar, sabia y eficientemente, sus aspiraciones y sus anhelos más vehementes.
Para lograrlo es indispensable que la asamblea nacional reúna a los políticos de más excelente y probada mentalidad. A los que sean capaces de comprender y de analizar las exigencias inexorables de la vida moderna. A los hombres tallados por la ciencia, con aguda percepción de la realidad y tocados por las nuevas doctrinas sociales.
Se ha dicho que hoy el mundo debe ser gobernado por los filósofos. Y es verdad. El profesor Wilson ha llenado con sus ideas la historia del siglo. Todos los jefes de estado actuales son hombres de ciencia. Lo son desde Clemenceau hasta Lenin. Y deben serlo necesariamente. Porque las luchas políticas de hoy son luchas de ideas, de doctrinas, de corrientes filosóficas. Un vigoroso impulso de renovación debe llevar también al Perú al cauce de la vida moderna. La complejidad de los problemas sociales, políticos y económicos es más enrevesada en el Perú que en país ninguno. El próximo parlamento no debe ser, como han sido los anteriores, un cuerpo burocrático. Ni debe ser una academia de declamación. Es indispensable que sea el laboratorio de la vida nacional.
Por eso las cuatro candidaturas que presentamos a las diputaciones por Lima no son candidaturas de bandería. No las presentamos con la etiqueta de ningún partido, ni con la enseña de ninguna agrupación. El único título con el que las presentamos está sellado en la Universidad. Presentamos a estos cuatro políticos como hombres de estudio, como hombres que pueden dar un carácter científico, un aroma de justicia y un espíritu moderno a la nueva constitución.
Cornejo ha invitado al pueblo a elegir a los hombres de más altos méritos intelectuales. Aquí están los cuatro hombres que pueden representar la provincia con más limpia y oxigenada excelencia mental. Hay en la juventud y en el pueblo, en quienes estudian y en quienes trabajan, en todos los que efectivamente anhelan la renovación espiritual del país, el deber de seguirlos y sacarlos diputados. Deben rodearlos todos los que aspiren a llevar a la asamblea nacional, no nombres ni personas inéditas, sino ideas nuevas y modernas.
A Manzanilla, Maúrtua, Miró Quesada, Olaechea los recomendamos con fervoroso entusiasmo de jóvenes y de intelectuales. Los recomendamos al pueblo y a la juventud. A los que sienten generosos anhelos de mejoramiento nacional. Nuestra recomendación se funda en la eficiencia de lo que ellos mentalmente representan. Y los recomendamos, por último, con la convicción doctrinaria de que en esta hora de reformas políticas y de renovaciones sustanciales, el parlamento debe estar formado por los políticos más aptos, por los más inteligentes, por los más cultos.
LOS CANDIDATOS
Breves apreciaciones personales sobre ellos
Lo que representan en la cultura y en la política nacional
El doctor José Matías Manzanilla
En el doctor José Matías Manzanilla ven los hombres de todos los grupos políticos y de todas las clases sociales a uno de los peruanos más eminentes. El respeto a la mentalidad de Manzanilla se sobrepone en las gentes de opinión más apasionada y diversa a cualquiera consideración personal y partidarista. Manzanilla es estimado, como hombre inteligente, capaz y culto, entre los que se hallan cerca y lejos de él. El nombre de Manzanilla es igualmente conocido en las clases elevadas que en las clases humildes. Esto indica que Manzanilla es uno de nuestros hombres representativos. Una de las cumbres de la intelectualidad nacional.
No vamos a hacer en estas líneas la crítica ni el estudio de la personalidad de Manzanilla. Vamos a hacer tan solo una ligera revisión de los títulos que tiene para que el pueblo de Lima, sin requerimiento suyo ni de sus amigos, lo lleve al parlamento. Lo mismo que vamos a hacer, por supuesto, al ocuparnos de los otros ciudadanos recomendados al voto del pueblo de Lima.
Manzanilla tiene personalidad propia y brillante. Es uno de los pocos hombres del partido civil que ha atraído sobre sí la atención y la simpatía del pueblo. Y es que su condición de intelectual y su preparación científica lo han hecho sentir la injusticia social y pensar en la necesidad de aminorarla. Dentro de un congreso donde solo se debaten intereses partidaristas y detalles administrativos, Manzanilla, elevándose sobre la mentalidad parlamentaria, ha hablado varias veces del problema social y ha defendido el derecho de los trabajadores.
Esta labor de Manzanilla, condensada en su ley de accidentes de trabajo, en su reglamentación del trabajo de las mujeres y los niños, y en sus otros proyectos de legislación obrera, detenidos por la inercia y la desorientación de nuestro incomprensivo parlamento, ha repercutido en el espíritu popular. El pueblo ha deseado más de una vez que Manzanilla descendiese hasta él. Manzanilla ha podido, pues, hacerse caudillo. Conductor de muchedumbres. Para conseguirlo no habría tenido, sino que aproximarse al pueblo. Pero a Manzanilla le ha faltado la resolución necesaria para hacerlo. Y este es justamente, el error de su historia política.
No queremos saber hoy si las leyes y proyectos de Manzanilla son eficaces y acertados. Solo queremos saber lo que representan como esfuerzo y como tendencia. Se puede discutir la utilidad de esa obra legislativa; pero no se puede discutir la bondad de su esencia, de su espíritu, de su inspiración.
La figuración parlamentaria de Manzanilla ha sido, por otra parte, una figuración de gran relieve. Manzanilla no solo ha aportado a los debates de la cámara de diputados el soplo de su pensamiento nuevo y joven. Se ha dicho de él que era un renovador de la oratoria y de la táctica parlamentarias.
Los demás títulos de Manzanilla son conocidos. Manzanilla es un catedrático de vasta ilustración. Manzanilla es un abogado de probada competencia jurídica. Manzanilla es un hombre de acendrado sentimiento democrático. Manzanilla es un profesional que ampara gratuitamente las reclamaciones de los obreros y de los desvalidos contra las empresas y los patrones arbitrarios.
Y, además, existe un motivo singular para que el país exija que Manzanilla forme parte del congreso próximo. En medio de tanto político incoloro, anodino, borroso, sin filiación doctrinaria conocida, Manzanilla es un político de ideas políticas definidas. Es parlamentarista fervoroso. Es un panegirista ardiente del régimen parlamentario. En estos instantes en que, por una desviación incongruente de los hombres que nos gobiernan, se tiende a robustecer y vitalizar el régimen presidencial, la opinión de Manzanilla es indispensable en el congreso.
No vamos a hacer en estas líneas la crítica ni el estudio de la personalidad de Manzanilla. Vamos a hacer tan solo una ligera revisión de los títulos que tiene para que el pueblo de Lima, sin requerimiento suyo ni de sus amigos, lo lleve al parlamento. Lo mismo que vamos a hacer, por supuesto, al ocuparnos de los otros ciudadanos recomendados al voto del pueblo de Lima.
Manzanilla tiene personalidad propia y brillante. Es uno de los pocos hombres del partido civil que ha atraído sobre sí la atención y la simpatía del pueblo. Y es que su condición de intelectual y su preparación científica lo han hecho sentir la injusticia social y pensar en la necesidad de aminorarla. Dentro de un congreso donde solo se debaten intereses partidaristas y detalles administrativos, Manzanilla, elevándose sobre la mentalidad parlamentaria, ha hablado varias veces del problema social y ha defendido el derecho de los trabajadores.
Esta labor de Manzanilla, condensada en su ley de accidentes de trabajo, en su reglamentación del trabajo de las mujeres y los niños, y en sus otros proyectos de legislación obrera, detenidos por la inercia y la desorientación de nuestro incomprensivo parlamento, ha repercutido en el espíritu popular. El pueblo ha deseado más de una vez que Manzanilla descendiese hasta él. Manzanilla ha podido, pues, hacerse caudillo. Conductor de muchedumbres. Para conseguirlo no habría tenido, sino que aproximarse al pueblo. Pero a Manzanilla le ha faltado la resolución necesaria para hacerlo. Y este es justamente, el error de su historia política.
No queremos saber hoy si las leyes y proyectos de Manzanilla son eficaces y acertados. Solo queremos saber lo que representan como esfuerzo y como tendencia. Se puede discutir la utilidad de esa obra legislativa; pero no se puede discutir la bondad de su esencia, de su espíritu, de su inspiración.
La figuración parlamentaria de Manzanilla ha sido, por otra parte, una figuración de gran relieve. Manzanilla no solo ha aportado a los debates de la cámara de diputados el soplo de su pensamiento nuevo y joven. Se ha dicho de él que era un renovador de la oratoria y de la táctica parlamentarias.
Los demás títulos de Manzanilla son conocidos. Manzanilla es un catedrático de vasta ilustración. Manzanilla es un abogado de probada competencia jurídica. Manzanilla es un hombre de acendrado sentimiento democrático. Manzanilla es un profesional que ampara gratuitamente las reclamaciones de los obreros y de los desvalidos contra las empresas y los patrones arbitrarios.
Y, además, existe un motivo singular para que el país exija que Manzanilla forme parte del congreso próximo. En medio de tanto político incoloro, anodino, borroso, sin filiación doctrinaria conocida, Manzanilla es un político de ideas políticas definidas. Es parlamentarista fervoroso. Es un panegirista ardiente del régimen parlamentario. En estos instantes en que, por una desviación incongruente de los hombres que nos gobiernan, se tiende a robustecer y vitalizar el régimen presidencial, la opinión de Manzanilla es indispensable en el congreso.
El doctor Víctor M. Maúrtua
El doctor Víctor M. Maúrtua es el hombre moderno de nuestro retablo político. Es un estadista de amplia ideología. Es un catedrático de vasta preparación científica. Es un ciudadano que ha servido eficientemente a su país.
Maúrtua ha podido ser en el Perú un hombre extraordinariamente popular. Su espíritu inquieto, reformador y revolucionario lo ha empujado constantemente a la lucha al lado del pueblo. Maúrtua es el primer político peruano que, dentro de una cámara de ambiente gazmoño y tímido, saturado de prejuicios criollos, ha declarado con orgullo su filiación socialista. Pero Maúrtua no ha tenido oportunidad de entrar en contacto directo y permanente con el pueblo. En su juventud fue radical. Perteneció al grupo de don Manuel González Prada y ocupó un puesto en la “Unión Nacional”. Más tarde, deshecha la “Unión Nacional”, consagrada su actividad personal a los estudios jurídicos, sus relaciones profesionales lo llevaron al partido civil. El partido civil le hizo el beneficio de no emplear su capacidad en el parlamento ni en el gobierno sino en la diplomacia. Y Maúrtua salió del país para no volver a él hasta el año de 1914. Al volver era, pues, para la mayoría de las gentes, un tanto desconocido. Y Maúrtua, aislado, solitario, desconectado del pueblo, sin atmósfera propicia, no intentó ser un político popular. No tuvo confianza en sus propias fuerzas. Y, sobre todo, no tuvo ambición.
El paso de Maúrtua por el periodismo, por el parlamento y por el gobierno, en los cuatro años últimos, ha sido, sin embargo, expresivo de su talento y de su cultura. Maúrtua ha dejado en la universidad, en el parlamento, en el periodismo y en el gobierno su huella de hombre superior. Y en todo instante se ha caracterizado por la tendencia de elevar el debate de los problemas nacionales. Por su repugnancia al hábito de empequeñecerlo. Su pensamiento no ha volado nunca a ras del suelo. Siempre ha volado muy alto. Siempre ha tenido una visión panorámica del presente y del porvenir.
Su labor de diplomático y jurisconsulto, encargado de la defensa de nuestros derechos territoriales, no ha podido ser más excelente y meritoria. A Maúrtua le debe la historia de nuestra diplomacia su mejor capítulo. El solo pleito de límites que el Perú ha ganado ha sido el de Bolivia. El laudo arbitral de la Argentina, como se sabe, nos fue favorable. Tan favorable que Bolivia puso el grito en el cielo contra él y nos arrancó la abdicación de que renunciásemos al derecho que nos reconocía. Maúrtua fue el abogado del Perú ante el árbitro. Suyo es el alegato que persuadió al árbitro de la justicia de nuestra causa. Como suyo es también el único libro de valor que contiene la historia de nuestra cuestión con Chile y la probanza jurídica de la razón que nos asiste.
Hay también un motivo especial para que Maúrtua sea elegido diputado. El de la ofensa que acaba de inferirle el gobierno provisorio, con absoluto desconocimiento del título que posee a la gratitud nacional, suprimiendo el cargo diplomático que le confió el gobierno anterior. Este país, este país tan escaso de hombres de mérito intelectual, tiene la obligación de desagraviar a Maúrtua. Tiene la obligación de desagraviarlo demostrándole que no ignora su capacidad y que respeta su autoridad científica.
Maúrtua ha podido ser en el Perú un hombre extraordinariamente popular. Su espíritu inquieto, reformador y revolucionario lo ha empujado constantemente a la lucha al lado del pueblo. Maúrtua es el primer político peruano que, dentro de una cámara de ambiente gazmoño y tímido, saturado de prejuicios criollos, ha declarado con orgullo su filiación socialista. Pero Maúrtua no ha tenido oportunidad de entrar en contacto directo y permanente con el pueblo. En su juventud fue radical. Perteneció al grupo de don Manuel González Prada y ocupó un puesto en la “Unión Nacional”. Más tarde, deshecha la “Unión Nacional”, consagrada su actividad personal a los estudios jurídicos, sus relaciones profesionales lo llevaron al partido civil. El partido civil le hizo el beneficio de no emplear su capacidad en el parlamento ni en el gobierno sino en la diplomacia. Y Maúrtua salió del país para no volver a él hasta el año de 1914. Al volver era, pues, para la mayoría de las gentes, un tanto desconocido. Y Maúrtua, aislado, solitario, desconectado del pueblo, sin atmósfera propicia, no intentó ser un político popular. No tuvo confianza en sus propias fuerzas. Y, sobre todo, no tuvo ambición.
El paso de Maúrtua por el periodismo, por el parlamento y por el gobierno, en los cuatro años últimos, ha sido, sin embargo, expresivo de su talento y de su cultura. Maúrtua ha dejado en la universidad, en el parlamento, en el periodismo y en el gobierno su huella de hombre superior. Y en todo instante se ha caracterizado por la tendencia de elevar el debate de los problemas nacionales. Por su repugnancia al hábito de empequeñecerlo. Su pensamiento no ha volado nunca a ras del suelo. Siempre ha volado muy alto. Siempre ha tenido una visión panorámica del presente y del porvenir.
Su labor de diplomático y jurisconsulto, encargado de la defensa de nuestros derechos territoriales, no ha podido ser más excelente y meritoria. A Maúrtua le debe la historia de nuestra diplomacia su mejor capítulo. El solo pleito de límites que el Perú ha ganado ha sido el de Bolivia. El laudo arbitral de la Argentina, como se sabe, nos fue favorable. Tan favorable que Bolivia puso el grito en el cielo contra él y nos arrancó la abdicación de que renunciásemos al derecho que nos reconocía. Maúrtua fue el abogado del Perú ante el árbitro. Suyo es el alegato que persuadió al árbitro de la justicia de nuestra causa. Como suyo es también el único libro de valor que contiene la historia de nuestra cuestión con Chile y la probanza jurídica de la razón que nos asiste.
Hay también un motivo especial para que Maúrtua sea elegido diputado. El de la ofensa que acaba de inferirle el gobierno provisorio, con absoluto desconocimiento del título que posee a la gratitud nacional, suprimiendo el cargo diplomático que le confió el gobierno anterior. Este país, este país tan escaso de hombres de mérito intelectual, tiene la obligación de desagraviar a Maúrtua. Tiene la obligación de desagraviarlo demostrándole que no ignora su capacidad y que respeta su autoridad científica.
El doctor Luis Miró Quesada
El doctor Luis Miró Quesada es, entre las figuras nuevas de la política, una de las que más rápidamente se ha impuesto a la consideración ciudadana. Su elección como diputado por Lima en 1915 fue una elección muy honrosa. Una elección reconocida y sancionada por la junta escrutadora. Las maniobras del gobierno para evitar la proclamación del señor Jorge Prado y Ugarteche, elegido junto con Miró Quesada, detuvieron su incorporación oportuna en la cámara; pero no hubieran podido impedirla en esta legislatura ordinaria. Su elección como alcalde de Lima en dos ocasiones seguidas es otra prueba de la estimación que rodea a Miró Quesada. Parece que Miró Quesada ha sido el alcalde más joven que ha tenido la ciudad.
La historia política de Miró Quesada es breve e intensa. Miró Quesada formó parte del bloque parlamentario que combatió la política del gobierno del señor Leguía. Probó entonces su temperamento batallador y combativo. Probó asimismo su ilustración y su capacidad.
Miró Quesada es un hombre bien preparado, que estudia, que renueva su cultura, que cultiva su espíritu. Es un político dinámico, afirmativo, creador. Esta cualidad en nuestro país es muy rara y, por lo mismo, muy valiosa. Los hombres inteligentes son aquí, generalmente, negativos, escépticos, abúlicos, pesimistas. Son desganados para la acción y flacos de voluntad. Nos sobran hombres destructivos y nos faltan hombres constructivos. Casi nadie tiene fe en su esfuerzo, en su idealismo, en su obra. El doctor Luis Miró Quesada es, dentro de este ambiente, una excepción brillante. Al servicio de sus ideales, de sus convicciones y de sus anhelos, pone siempre todo su dinamismo, todo su carácter, toda su actividad.
Su labor en la municipalidad es una labor que rebosa sinceridad y fervor. Miró Quesada ha sido el único alcalde con programa amplio y trascendental. Ante el gobierno, ante el parlamento, ante la opinión, ha luchado por la pavimentación y el saneamiento de Lima. Y su campaña en este sentido ha sido una campana bien orientada. El doctor Miró Quesada ha procurado a todo trance crear conciencia pública sobre la necesidad de higienizar la ciudad y de defender la vida de la población. Y ha logrado crearla, a pesar de la indolencia dominante. No ha conseguido, como alcalde, efectuar la obra; pero ha conseguido hacer sentir la urgencia de efectuarla.
Miró Quesada no ha abandonado, al cesar en la alcaldía, su campaña municipal. La ha continuado desde su banco de concejal con el mismo empeño y el mismo tesón con que la inició desde su despacho de alcalde. Últimamente ha sometido al concejo dos proyectos inspirados, como todos los suyos, en un alto concepto de los deberes del Estado.
Se ha reprochado muchas veces a Miró Quesada su vehemencia y su impetuosidad. Pues bien, la vehemencia y la impetuosidad de Miró Quesada son, precisamente, las condiciones que más lo recomiendan. Son condiciones que revelan su fervor espiritual y su inquietud mental. Su afán de mejoramiento, de reforma y de renovación.
Miró Quesada inocularía en la cámara la savia de su espíritu joven, moderno, optimista y fecundo.
La historia política de Miró Quesada es breve e intensa. Miró Quesada formó parte del bloque parlamentario que combatió la política del gobierno del señor Leguía. Probó entonces su temperamento batallador y combativo. Probó asimismo su ilustración y su capacidad.
Miró Quesada es un hombre bien preparado, que estudia, que renueva su cultura, que cultiva su espíritu. Es un político dinámico, afirmativo, creador. Esta cualidad en nuestro país es muy rara y, por lo mismo, muy valiosa. Los hombres inteligentes son aquí, generalmente, negativos, escépticos, abúlicos, pesimistas. Son desganados para la acción y flacos de voluntad. Nos sobran hombres destructivos y nos faltan hombres constructivos. Casi nadie tiene fe en su esfuerzo, en su idealismo, en su obra. El doctor Luis Miró Quesada es, dentro de este ambiente, una excepción brillante. Al servicio de sus ideales, de sus convicciones y de sus anhelos, pone siempre todo su dinamismo, todo su carácter, toda su actividad.
Su labor en la municipalidad es una labor que rebosa sinceridad y fervor. Miró Quesada ha sido el único alcalde con programa amplio y trascendental. Ante el gobierno, ante el parlamento, ante la opinión, ha luchado por la pavimentación y el saneamiento de Lima. Y su campaña en este sentido ha sido una campana bien orientada. El doctor Miró Quesada ha procurado a todo trance crear conciencia pública sobre la necesidad de higienizar la ciudad y de defender la vida de la población. Y ha logrado crearla, a pesar de la indolencia dominante. No ha conseguido, como alcalde, efectuar la obra; pero ha conseguido hacer sentir la urgencia de efectuarla.
Miró Quesada no ha abandonado, al cesar en la alcaldía, su campaña municipal. La ha continuado desde su banco de concejal con el mismo empeño y el mismo tesón con que la inició desde su despacho de alcalde. Últimamente ha sometido al concejo dos proyectos inspirados, como todos los suyos, en un alto concepto de los deberes del Estado.
Se ha reprochado muchas veces a Miró Quesada su vehemencia y su impetuosidad. Pues bien, la vehemencia y la impetuosidad de Miró Quesada son, precisamente, las condiciones que más lo recomiendan. Son condiciones que revelan su fervor espiritual y su inquietud mental. Su afán de mejoramiento, de reforma y de renovación.
Miró Quesada inocularía en la cámara la savia de su espíritu joven, moderno, optimista y fecundo.
El doctor Manuel Augusto Olaechea
El doctor Manuel Augusto Olaechea es un ciudadano alejado hoy de la lucha partidarista. Sus antecedentes políticos son breves; pero claros y limpios. Solo ha figurado en el partido demócrata, a cuya historia se halla tan vinculado el ilustre apellido Olaechea. Y dentro del partido demócrata ha tenido un relieve propio y vigoroso. Heredero de preclaro abolengo pierolista, se ha manifestado siempre como uno de los más comprensivos admiradores de la obra, de la vida y la doctrina de Piérola.
Actualmente Olaechea no es un político. Es un hombre de trabajo. Distribuye su tiempo entre su cátedra de maestro y su estudio de abogado. Y como maestro y como abogado tiene una reputación legítima.
El movimiento estudiantil en pro de la reforma, acaba de dar ocasión para que los estudiantes de jurisprudencia, unánimemente, enaltezcan y exalten los méritos del doctor Olaechea como maestro de la Universidad. Al hacer la revisión crítica de sus profesores, los estudiantes de jurisprudencia han declarado que Olaechea es un catedrático modelo. Que a su sólida preparación científica une una gran aptitud didáctica.
Ahora que se habla de atraer a la política nacional a los hombres nuevos, a los hombres puros, a los hombres sin tacha, Olaechea posee un título excepcional para ser elegido diputado. No se debe tener en cuenta el retraimiento de Olaechea. No se debe pensar en que su modestia lo hará huir tal vez de la notoriedad y la exhibición. Se debe pensar tan solo en lo que Olaechea vale como hombre de ciencia, como profesor de la Universidad, como conocedor de la realidad nacional, como heredero de una honrada tradición política.
Olaechea es un ciudadano que aportará al estudio de los problemas nacionales el sano e importante concurso de una versación profunda, de una capacidad acreditada, de una voluntad firme y de una ideología moderna. Un concurso imprescindible si se quiere que la nueva carta política y las nuevas leyes orgánicas sirvan efectivamente para conformar la constitución del país con las exigencias de su progreso integral.
Por lo mismo que no se trata en este caso de un político profesional, de un político con ambición, de un político habituado a recomendarse personalmente a la consideración de sus conciudadanos, el pueblo debe solicitar la intervención de Olaechea en la política. Debe instarlo a intervenir en ella. Debe obligarlo a contribuir con sus energías, sus conocimientos y sus demás excelencias morales y mentales a la empresa de la reconstitución nacional.
Olaechea contaría como diputado con la confianza de las clases dirigentes que, afortunadamente, aprecian bien su talento, su cultura, su ponderación. Contaría con la confianza de los intelectuales, que lamentan que no ocupe en la dirección del país el puesto a que es acreedor. Contaría con la confianza de la juventud, que mira en él a uno de sus maestros esclarecidos. Contaría, en fin, con la confianza de todos los que son capaces de rodear desinteresadamente a un hombre nuevo, eficiente y probado.
Actualmente Olaechea no es un político. Es un hombre de trabajo. Distribuye su tiempo entre su cátedra de maestro y su estudio de abogado. Y como maestro y como abogado tiene una reputación legítima.
El movimiento estudiantil en pro de la reforma, acaba de dar ocasión para que los estudiantes de jurisprudencia, unánimemente, enaltezcan y exalten los méritos del doctor Olaechea como maestro de la Universidad. Al hacer la revisión crítica de sus profesores, los estudiantes de jurisprudencia han declarado que Olaechea es un catedrático modelo. Que a su sólida preparación científica une una gran aptitud didáctica.
Ahora que se habla de atraer a la política nacional a los hombres nuevos, a los hombres puros, a los hombres sin tacha, Olaechea posee un título excepcional para ser elegido diputado. No se debe tener en cuenta el retraimiento de Olaechea. No se debe pensar en que su modestia lo hará huir tal vez de la notoriedad y la exhibición. Se debe pensar tan solo en lo que Olaechea vale como hombre de ciencia, como profesor de la Universidad, como conocedor de la realidad nacional, como heredero de una honrada tradición política.
Olaechea es un ciudadano que aportará al estudio de los problemas nacionales el sano e importante concurso de una versación profunda, de una capacidad acreditada, de una voluntad firme y de una ideología moderna. Un concurso imprescindible si se quiere que la nueva carta política y las nuevas leyes orgánicas sirvan efectivamente para conformar la constitución del país con las exigencias de su progreso integral.
Por lo mismo que no se trata en este caso de un político profesional, de un político con ambición, de un político habituado a recomendarse personalmente a la consideración de sus conciudadanos, el pueblo debe solicitar la intervención de Olaechea en la política. Debe instarlo a intervenir en ella. Debe obligarlo a contribuir con sus energías, sus conocimientos y sus demás excelencias morales y mentales a la empresa de la reconstitución nacional.
Olaechea contaría como diputado con la confianza de las clases dirigentes que, afortunadamente, aprecian bien su talento, su cultura, su ponderación. Contaría con la confianza de los intelectuales, que lamentan que no ocupe en la dirección del país el puesto a que es acreedor. Contaría con la confianza de la juventud, que mira en él a uno de sus maestros esclarecidos. Contaría, en fin, con la confianza de todos los que son capaces de rodear desinteresadamente a un hombre nuevo, eficiente y probado.
Referencias
-
Publicado en La Razón, N° 67, Lima, 24 de julio de 1919. ↩︎