7.11. Después de la revolución

  • José Carlos Mariátegui

Lo que debía representar el nuevo gobierno1  

         Ya está anunciada, por la palabra misma del señor Leguía, la finalidad del nuevo gobierno. Para cumplirla se ha hecho la revolución y se ha organizado un gabinete especial. Un gabinete matizado, representativo de distintas tendencias personales y de diversos criterios partidaristas. No es un gabinete representativo del pensamiento del señor Leguía. Los dos miembros leguiístas de él no bastan para darle este carácter. La revolución ha debido, sin embargo, llevar al gobierno a un conjunto de hombres unificados en el pensamiento y la doctrina, a un grupo de políticos claramente definidos por una sola tendencia que encarnase efectivamente las aspiraciones del pueblo.
         Porque para el pueblo en estos instantes es indiferente el nombre de los gobernantes. Tanto el señor Leguía como sus partidarios se han esforzado en explicar la revolución. Parece que ellos mismos no están seguros de que ha sido una revolución verdadera. Y su afán en explicarla y justificarla verbalmente, nos parece, por lo menos, pueril. Sería explicable tal empeño para justificar un golpe de estado. Pero no una revolución. Esta se explica por sí sola. El país la ansía hace mucho tiempo. Quiere una revolución radical, sustantiva, renovadora de las organizaciones nacionales.
         Y es por esto que las palabras justificativas del señor Leguía y de sus colaboradores parece indicar que ellos consideran el movimiento de la mañana del cuatro como un simple golpe de estado. Como una maniobra para asegurar la elección presidencial del señor Leguía. Y esto no es, a la verdad, el sentimiento del país. Al país le importa muy poco que el mandatario sea el señor Pardo o el señor Leguía si en el poder existe el mismo criterio de la función gubernamental, idéntica apreciación de las necesidades populares e igual concepto de las exigencias de la nueva vida del pueblo.

El gabinete representa varias ideas dispersas  

         Por no ser un gabinete espiritualmente cohesionado y definido, el actual del señor Porras es un gabinete sin fisonomía moderna. En él se han conjuntado elementos heterogéneos. Hombres de alta idealidad revolucionaria y hombres de intransigente conservadorismo. Hombres representativos de sus ideas personales.
         Junto al señor Cornejo, reformador político, está el señor de Idiáquez, mantenedor de nuestro anacrónico régimen económico. Al lado del señor Osores, partidario de una sustancial reforma institucional, figura el señor Gutiérrez, político inédito y sin orientación doctrinaria conocida. Y completan el gabinete el señor Porras, el diplomático de la política brusca y contundente, y el general Abrill, ministro conciliador y sincrético.
         Se destaca, pues, en el gabinete, la fisonomía conservadora. Solo dos ministros expresan renovación: los señores Cornejo y Osores. Pero los cuatro restantes, por su participación pasada en el gobierno, por lo que dentro de la sociedad representan, por sus caracteres y por su situación misma dentro del gabinete, son elementos conciliadores. Constituyen un contrapeso demasiado poderoso para un gobierno revolucionario.
         Parece descubrirse en la formación del gabinete un propósito de conciliación. De establecer un vínculo subterráneo con el régimen al que se ha derrocado. No, por supuesto, un vínculo personal. Una vinculación mental. Porque para los hombres caídos en la mañana del cuatro lo más importante, lo sustancial, es que no se reforme en esencia la organización del país. Que no se le reforme donde el pueblo lo reclama.
         Y esto lo garantiza la constitución del gabinete. Por esto el nuevo gobierno no ha expresado hasta ahora sino reformas políticas. Las que patrocina el doctor Cornejo. Reformas que, dentro de un elevado orden de ideas, son perfectamente secundarias.

El pueblo quiere la reforma de la organización económica  

         Lo sustancial, el espíritu de la revolución, debe ser la reforma económica del país. Las reformas políticas ocupan, como ya hemos dicho, el segundo plano. No porque sean innecesarias. Solamente porque son menos importantes y menos exigidas por la urgencia popular.
         Ya no se discute en el mundo cuál régimen político es el mejor. Este es un jacobinismo trasnochado. Hoy se debate cómo debe ser menos injusta, económicamente la sociedad. Cuando hay un pueblo que se muere de hambre, cuando las utilidades de la industria no están equitativamente repartidas entre el capital y el trabajo, cuando el capital tiene privilegios anacrónicos e intangibles, cuando la carestía de la vida es tan intensa como ahora, lo que menos importa al pueblo es cambiar su sistema electoral.
         Todos los pueblos de la tierra luchan hoy por las reformas económicas. Los ideales de este orden son los que guían en la actualidad a todas las colectividades. Lo mismo en los países monárquicos como en los republicanos. Cualquier pueblo digno sería feliz con la organización monárquica inglesa. Pero abominaría y se sublevaría contra la organización democrática del Perú.
         No hay reforma posible si no se fundamenta en la organización económica. Las reformas políticas no pueden ser sino complementarias de un vasto plan reformador. Deben ser dentro del gabinete la obra de uno de los ministros. La obra del doctor Cornejo. Pero no la obra exclusiva del gobierno.

¿Serán satisfechos los anhelos populares?  

         Frente al programa de finalidades máximas presentado por el nuevo gobierno es indispensable averiguar si él satisface los anhelos del pueblo. Nosotros creemos resueltamente que no. Y esta no es una creencia antojadiza. Ya hemos dicho cuáles son las reformas que el país reclama principalmente. Reformas que no han sido aún expresadas por el gobierno.
         No creemos, además, en ellas por el carácter de las personas llamadas a realizarlas. Dependen de los ministerios de hacienda y de fomento. Y son precisamente estos ministros los más calificadamente conservadores.
         Bien está que el señor Cornejo cumpla su misión en el gobierno. Pero esta no es la obra del gobierno todo. Es solo uno de los aspectos de ella. El menos importante. El que no interesa sustancialmente al pueblo.
         La verdadera reforma revolucionaria está aún intocada. El nuevo gobierno no ha dicho nada sobre ella. Y hay ya en la conciencia popular el presentimiento de que, a pesar de la revolución, no será planteada y mucho menos emprendida.


Referencias


  1. Publicado en La Razón, Nº 50, Lima, 7 de julio de 1919.
    Anuncia la posición del periódico ante el golpe de estado del día anterior, al consignar los datos de la redacción sobre los sucesos del momento. ↩︎