7.10.. Hora la que empieza
- José Carlos Mariátegui
1Todavía no es posible juzgar exactamente la revolución. No podemos saber aún si será en nuestra historia una revolución verdadera o si será tan solo un golpe de estado. Está en Palacio un nuevo gobierno; pero no ha tenido tiempo para definir, precisamente, su significación, su tendencia, su fisonomía y su propósito.
El cambio del gobierno del señor Pardo por otro gobierno ha producido en el país una sensación grata. Y esto es natural. El gobierno del señor Pardo era un gobierno sin capacidad para solucionar los problemas de la administración. Era, sobre todo, un gobierno sin autoridad moral. Era el gobierno de un círculo débil y egoísta, totalmente despreocupado del interés colectivo. Además, la aversión a los viejos métodos, contra los cuales se rebela el sentimiento popular, se había cristalizado en aversión al gobierno del señor Pardo. El país condensaba en su resistencia al gobierno del señor Pardo su anhelo de mejoría y de evolución. La desaparición de este gobierno tenía que causar, por consiguiente, una impresión de alivio y bienestar.
Esta impresión es la única que domina en la actualidad. Más que regocijo de ver al señor Leguía en Palacio hay regocijo de no ver en él al señor Pardo. El cambio de gobernante no solo representa para el país la esperanza de un gobierno mejor; representa, principalmente, el término de un gobierno incorregible.
Nuestra opinión sobre el señor Leguía es conocida. Durante la campaña electoral la hemos emitido reiterada y claramente. Nos crea, en este caso, el deber de llenar frente al gobierno del señor Leguía, un rol de crítica serena, racional y elevada. Pero no queremos, de ninguna manera, subordinar cerradamente a esa opinión nuestro concepto sobre el movimiento que ha colocado en Palacio al señor Leguía.
Los partidarios del señor Leguía sostienen que este movimiento es un movimiento renovador. Y nosotros, por ahora, no queremos aceptarlo ni negarlo. Esperamos para pronunciarnos sobre el particular los hechos encargados de definir la índole del gobierno inaugurado ayer.
Si esta es de veras una revolución no tendremos, sino que felicitarnos de que haya sobrevenido. Somos sustancialmente revolucionarios. Creemos que nuestro país necesita una revolución muy honda que modifique radicalmente su organización política, armonizándola con las aspiraciones y las ideas de hoy. Pero si esta no es efectivamente una revolución, si se queda en un golpe de estado, destinado nada más que a elevar al señor Leguía al poder tendremos que mirarlo como uno de tantos vulgares episodios violentos de nuestra vida republicana.
El cambio del gobierno del señor Pardo por otro gobierno ha producido en el país una sensación grata. Y esto es natural. El gobierno del señor Pardo era un gobierno sin capacidad para solucionar los problemas de la administración. Era, sobre todo, un gobierno sin autoridad moral. Era el gobierno de un círculo débil y egoísta, totalmente despreocupado del interés colectivo. Además, la aversión a los viejos métodos, contra los cuales se rebela el sentimiento popular, se había cristalizado en aversión al gobierno del señor Pardo. El país condensaba en su resistencia al gobierno del señor Pardo su anhelo de mejoría y de evolución. La desaparición de este gobierno tenía que causar, por consiguiente, una impresión de alivio y bienestar.
Esta impresión es la única que domina en la actualidad. Más que regocijo de ver al señor Leguía en Palacio hay regocijo de no ver en él al señor Pardo. El cambio de gobernante no solo representa para el país la esperanza de un gobierno mejor; representa, principalmente, el término de un gobierno incorregible.
Nuestra opinión sobre el señor Leguía es conocida. Durante la campaña electoral la hemos emitido reiterada y claramente. Nos crea, en este caso, el deber de llenar frente al gobierno del señor Leguía, un rol de crítica serena, racional y elevada. Pero no queremos, de ninguna manera, subordinar cerradamente a esa opinión nuestro concepto sobre el movimiento que ha colocado en Palacio al señor Leguía.
Los partidarios del señor Leguía sostienen que este movimiento es un movimiento renovador. Y nosotros, por ahora, no queremos aceptarlo ni negarlo. Esperamos para pronunciarnos sobre el particular los hechos encargados de definir la índole del gobierno inaugurado ayer.
Si esta es de veras una revolución no tendremos, sino que felicitarnos de que haya sobrevenido. Somos sustancialmente revolucionarios. Creemos que nuestro país necesita una revolución muy honda que modifique radicalmente su organización política, armonizándola con las aspiraciones y las ideas de hoy. Pero si esta no es efectivamente una revolución, si se queda en un golpe de estado, destinado nada más que a elevar al señor Leguía al poder tendremos que mirarlo como uno de tantos vulgares episodios violentos de nuestra vida republicana.
Referencias
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Publicado en La Razón, Nº 48, Lima, 5 de julio de 1919.
Anuncia la posición del periódico ante el golpe de estado del día anterior, al consignar los datos de la redacción sobre los sucesos del momento. ↩︎