6.2. Al margen del arte. Contestación a Castillo

  • José Carlos Mariátegui

 

Señor Juan Croniqueur.1
         Entiendo que cada uno es dueño de cumplimentar a un amigo en la forma que más le plazca; pero entiendo también que ello debe ser hecho con discreción, evitando ciertos rozamientos enojosos y ciertas exageraciones. Tal sucede con su artículo de ayer titulado “Al margen del Arte”, donde por el afán de “bombear” a un amigo, me lleva Ud. de encuentro juzgando con ligereza obras mías, que no puede haber visto, desde que tengo por norma no exhibirlas al público (salvo una rarísima ocasión en cinco años después de mi último regreso de Europa) como les consta a todos lo que me conocen.
         Si cree Ud. efectivamente en el talento colosal, brillante, excepcional de su amigo el pintor, cuyo apellido no necesito precisar, comience por aconsejarle un poco más de seriedad y dejarse de “inocentadas”, como esa de calibre que le hace al ilustre Bonat, diciéndole que se ha puesto su nombre a la Academia Nacional de Bellas Artes del Perú.
         SS.

T. CASTILLO

Enero 2-1914.
CONTESTACIÓN A CASTILLO  

         El señor Teófilo Castillo se ha creído herido por el artículo que —reseñando el año artístico— publicamos en la edición de año nuevo de este diario, y ha condensado su molestia y su resentimiento en una carta que quiere ser mordaz y quiere ser irónica.
         Hace pocos minutos nos enteramos de esa carta solo por referencias de un amigo, tal vez porque nosotros gustamos poco de leer lo que escriben los pintores y mucho de observar lo que pintan.
         Tales el motivo de nuestra tardanza en la réplica, réplica que encontramos ciertamente ingrata porque no hubiéramos deseado insistir acerca de la personalidad del señor Castillo, para quien guardamos simpatías, y porque nos es odiosa toda controversia.
         La carta del señor Castillo, que aparece publicada en La Crónica de anteayer, nos hace suponer que el artista en cuestión no ha leído nuestro artículo, ya que le atribuye un carácter de que carece.
         No es cierto en lo absoluto que hayamos querido deprimir sus merecimientos, ni los de artista alguno, para beneficiar a otro, y, quien haya pasado la vista por nuestro artículo sabrá decir que en él no se advierte propósito de rendir laudatorias, sino de decir, con franqueza y serenidad, la verdad sobre la producción artística del año que ha expirado. Dijimos que la labor de Castillo en ese año revelaba gusto y esmero, pero que no constituía obra seria y apreciable, y a Arias, a quien se nos atribuye el deseo de “bombear”, dedicamos elogios mesurados, encerrados en una veintena de líneas, dejando constancia, eso sí, de que casi la totalidad de la producción artística del año le pertenecía, cosa que nadie, por más lógica y elocuencia que ponga, nos podrá contradecir.
         ¿Dónde el deseo de empequeñecer a Castillo y de exaltara Arias? Si, precisamente, hablábamos de la rivalidad y de la mutua malquerencia de los artistas —envolviendo en nuestro reproche al propio Arias—, de esa rivalidad y de esa malquerencia de que es prueba abrumadora esta misma carta de Castillo.
         Que la producción de Castillo, en el año comentado, ha sido escasa, y no constituye obra seria y apreciable es algo evidente, que no se puede negar, porque habría que decir está representada por ilustraciones de revistas, pinturas de cromo, fotografías iluminadas y el óleo aquel de la unión de La Punta con la isla de San Lorenzo.
         No suponemos que Castillo crea que defiende su producción este último cuadro, ya que un pintor de reputación no puede fincar expectativas de verdadero éxito en un afiche, que solo como tal puede ser clasificado ese cuadro por su carácter. Y aun dentro de este concepto de afiche, no es un lienzo bueno de ejecución ni de concepción. Pudo el artista dar una impresión mejor de la obra marítima tratada y sobre todo suprimir ciertos detalles mecánicos antipáticos completamente indignos de ocupar el pincel de un artista.
         ¿Es, señor Castillo, hacer arte copiar, imaginativamente, una obra de mecánica o hidráulica, casi imposible de reflejar con gusto y armonía en un cuadro? En manera alguna. A eso se le podría llamar artificio o mercantilismo, verbigracia.
         Tenemos la íntima convicción de hablar con verdad y justicia y cuando un juicio crítico reúne tales condiciones —y aun sin reunirlas—, no puede ni debe ser objetado por los artistas. El pintor debe pintar únicamente. Un pintor “cabeceado” con literato, no será, seguramente, buen pintor ni buen literato.
         En puridad de verdad, ocurre que el señor Castillo ostenta la vanidad de sus engreimientos y, dentro de tal criterio, es difícil conseguir de él triunfos definitivos. Se nos recuerda que Larrañaga, periodista cultísimo y crítico único, decía: “Castillo no dibuja”. Y a un pintor que no dibuja, por mayores que sean su genialidad y espíritu artístico, no le están reservados grandes progresos ni grandes éxitos.
         Si el señor Castillo produce tanto guiado de loable ambición, en beneficio de su haber artístico, ¿por qué no exhibe, por qué no muestra sus obras? De lo oculto, de lo que el público no ha visto, no tiene por qué saber ni juzgar el que critica.
         Habríamos querido terminar este artículo sin tener que hacer nueva referencia a Arias de Solís, de parcialidad en favor del cual se nos tacha, sin justicia, pero una alusión del señor Castillo nos urge a ello muy a nuestro pesar. Ha dicho el señor Castillo que Arias ha tenido necesidad de recurrir a “rifas de a sol”. Tal acto, malévolamente recordado, no constituye nada reprensible, ni significa mercantilismo. La pobreza angustiosa del medio tiene forzosamente que obligar al artista a esfuerzos múltiples para abrirse camino. Y esto bien lo sabe el señor Castillo que, en igual lucha, se ha visto obligado a recurrir a labores distintas de su arte. Y en cuanto a la afirmación relativa a la Academia Bonat, diremos solo que parece increíble suponer en persona tan respetable como el maestro aludido, la falta de seriedad de prestarse a “inocentadas”.
         Sentimos, sinceramente, habernos extendido tanto en la respuesta y, sobre todo, haber tenido que emitir algunos conceptos, respecto al señor Castillo, que reservábamos para nuestro fuero interno, en obsequio a sentimientos de simpatía hacia el ya antiguo y fatigado artista. Ha sido nuestra honradez y nuestra lealtad lo que nos ha obligado.

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 7 de enero de 1914. ↩︎