5.2. Nuestro Teatro y su Actual Periodo de Surgimiento.

  • José Carlos Mariátegui

Obras y Autores1  

         A pesar del pesimismo con que muchos y la indiferencia con que todos contemplan los asuntos más íntimamente ligados a la cultura del país, el teatro nacional se halla en pleno período de resurgimiento.
         Después de la época en que Segura y Pardo llevaron con acierto a la escena cuadros y costumbres de la vida nacional, no ha habido en nuestro teatro momento alguno de florecimiento como el actual, en que no son uno ni dos, sino muchos los escritores que con mayor o menor felicidad dedican sus esfuerzos a conseguirlo.
         No importa que la abundancia de las obras diste bastante de estar en relación con sus méritos y que haya muchas sin importancia literaria de ningún género, porque todas ellas, buenas y malas, representan la constitución del teatro nacional, sus bases, anónimas quizá, sobre las cuales habrá de edificarse su futura grandeza.
         A fuerza de fracasos, éxitos mediocres y uno que otro triunfo definido, se va echando pacientemente esas bases, y días vendrán más tarde en que las obras valdrán solo por su mérito y habrá necesidad de ser exigentes, severos e implacables en la crítica. Será una obra de selección progresiva que no puede producirse por un milagro ni mucho menos, y en que, por acción del público, más educado que ahora, los que hacen labor honrada, sincera, de mérito efectivo, excluirán a los falsos, artificiosos y vacíos.
         El resurgimiento del teatro nacional requiere el concurso entusiasta no solo del público sino también de los Poderes del Estado. Precisa no solo tener autores sino, sobre todo, actores. Y esta es la crisis por que existen, poseyendo algunas facultades excepcionales, no tienen escuela, no estudian, no adelantan en forma visible. Y casi no es posible formar actores nuevos, porque no hay dónde hacerlo.
         La creación de una academia de declamación y canto se impone, y a esa obra deben prestar su apoyo eficaz las instituciones públicas, ya que se trata de una labor de cultura que el país todo tiene interés en estimular y fomentar.
         Habiendo cómicos nacionales —y constituyéndose con ellos compañías homogéneas—, las obras contarían con intérpretes adecuados que sabrían dar a los personajes criollos todo el relieve necesario y crearlos tales como los soñó el autor, aparte de que se eliminarían las dificultades que oponen las compañías españolas a su representación.
         Volviendo a las obras, que constituyen por el momento el punto principal y que da origen a las malevolencias de los espíritus pesimistas y bisoños, conviene apuntar que se ha obtenido ya un triunfo digno de mención: el de interesar al público en favor de ellas. Hoy nadie negará que son las obras nacionales las que mejor llevan al teatro al público y las que mayores entusiasmos despiertan, al extremo de que las empresas que antes las miraban, en su mayoría, con desdén, hoy las aceptan solícitas, porque saben la ventaja económica que les reportan.
         El número de obras estrenadas en los dos últimos años es importante y evidencia el progreso a que hacemos mención en este artículo de un modo irrefutable. La mayor parte de ellas han sido recibidas por el público con francas y espontáneas manifestación es de aprobación, no pocas han reunido evidentes méritos artísticos y muy contadas han sido las que han fracasado de un modo definitivo.
         El estreno de El Cóndor Pasa, de Julio Baudouin (Julio de la Paz) ha constituido evidentemente el suceso de mayor significación durante este bienio, por la orientación que ha marcado en el sentido de explotar temas especialmente nacionales que son, sin que pueda discutirse, aquellos que nuestros escritores pueden tratar con mayor acierto y con mayor éxito en el público.
         Si El Cóndor Pasa, no fuera como es una obra de innegable valor artístico, bastaría el enunciado beneficio que a ella se debe, para que mereciera el mayor elogio y tuviera remarcable trascendencia literaria. Pero, ya lo he dicho, no es así. Sin considerar su principal mérito, es una obra de teatro llena de vida, colorido y sentimiento, en que el autor ha puesto todo el calor de su temperamento artístico y ha revelado condiciones extraordinarias de dramaturgo.
         La segunda obra de Baudouin es tal vez menos intensa, si bien más rica en sentimiento y poesía que la primera. En ella se perfila más el temperamento del autor y su inspiración es a ratos rebelde a las exigencias de la técnica teatral, tan cuidadosamente atendidas en El Cóndor Pasa. En La Cosecha, la imaginación del autor se desborda y sus hondas exquisiteces de poeta y artista encuentran vasto campo. Al hacer un ligero juicio de la obra a raíz de su estreno, apunté entre otros los siguientes conceptos:
         “Obra fuerte, emocional, robusta de concepción y llena de colorido, es La Cosecha un sencillo poema campesino que en la escena adquiere singular relieve.
         “No hay en ella solo el retrato valiente y vigoroso de un estado social; hay también calor y armonía, cuadro pintoresco y apacible de pueblecito andino, cálido idilio pastoral, ambiente de adormido y sonoroso paisaje en que vibra solo el clamor quejumbroso del ganado y el eco de la tromba del pastor.
         “Y es que Baudouin, aparte de ser un espíritu cultivado, observador y altruista, que aborda un serio problema patrio, es también un poeta, un sentimental, que sabe sentir el encanto imponderable de los panoramas campesinos y la remota melancolía de los indios que tan bien expresa la dulzura de sus quenas. Por eso en La Cosecha, junto al retrato de la vida miserable y rústica de los indios, palpita la tristeza de las serranías y la dolorosa aflicción de sus pobladores”.
         No sé si por haber en ella menor fuego, menor intensidad y sí mayor sentimiento y armonía, o por desarrollarse en el mismo ambiente indígena ya explotado por el autor, su segunda obra llegó menos al público y despertó inferior entusiasmo. Baudouin, con nosotros, entendió lo primero y hubo de imprimir mayor fuego y violencia al final de La Cosecha, a fin de aumentar la emoción dramática.
         Creo sinceramente que, con las mencionadas, era sobrado en este período de tiempo el concurso de Baudouin a la constitución de nuestro teatro, pero este autor ha revelado condiciones manifiestas de fecundidad. Aparte de Lo que se pesca, sainete ribereño de mucha vida y colorido y de la revista Su Majestad el Billete —en colaboración con Angel Origgi Galli esta última—, ha escrito un drama en tres actos con el eufónico y sugestivo título de El Dragón de Oro que no nos ha permitido ver puesto en escena la ausencia de una compañía de verso.
         Como recordará el lector, _El Dragón de Oro _fue escrito por Baudouin en colaboración con el periodista y autor argentino señor Brunner, durante la corta estada de este caballero en Lima.
         Conozco en parte este drama de Baudouin, que constituye una obra de aliento y de vastas proporciones. Hay en él una vasta visión de dramaturgo, un intenso verismo y una honda y amarga filosofía. El autor ha explotado un asunto arrancado a nuestra propia vida y ha sabido desarrollarlo con talento. Si para suerte nuestra, llega a presentarse en esta capital, me prometo hacer de este drama el detenido estudio que merece por su trascendencia y alcance.
         No es posible ocuparse del florecimiento del teatro nacional sin mencionar, con todo el cariñoso entusiasmo que se debe, el nombre de Leonidas Yerovi.
         El talentoso y humorístico poeta es uno de los que con más notable producción teatral cuenta y uno de los que más ruidosos éxitos ha alcanzado en la escena.
         En La Salsa Roja, Domingo Siete y Tarjetas Postales, desborda la gracia, ingenio y habilidad escénica de Yerovi, que culminan en ese precioso y pintoresco sainete de La de cuatro mil.
         La musa juguetona de Yerovi, su espíritu observador, su fina ironía encuentran en el teatro vasto campo y hacen esperar del festivo poeta una producción tan abundante como meritoria.
         Su última obra La gente loca, estrenada con éxito en Buenos Aires y de la cual solo conozco unas pocas escenas, por cierto, muy hermosas, indican el propósito de Yerovi de dar a su obra teatral más vastos alcances.
         Hay en esa comedia fina, alegre, con unos pocos y delicados toques sentimentales, mucha vida, mucha armonía. Los personajes, trazados con acierto notable, son muy humanos, son muy reales, de aquellos con que tropezamos a cada instante y atraen momentáneamente nuestra atención.
         Recientes noticias de Buenos Aires nos hacen saber que Yerovi tiene a estrenarse un boceto cómico-sentimental, escrito expresamente para la compañía que actúa en el Teatro Nuevo. El talento de nuestro compatriota y sus disposiciones para el Teatro, nos prestan la seguridad de que alcanzará todo el éxito que merece.
         No obstante, de que se ha producido fuera del país y, en consecuencia, sobre temas del todo ajenos a la vida nacional, la obra teatral de Felipe Sassone es otra de las que prestigian nuestro naciente teatro.
         Sassone, cuyas dotes de buen literato todos conocemos y apreciamos en lo justo, ha modelado su espíritu de dramaturgo bajo la influencia de las más modernas y triunfantes orientaciones teatrales.
         En su haber artístico se cuentan más de diez comedias de impecable factura varias, y hondo sentimiento poético casi todas.
         En Buenos Aires hasta ayer y en Madrid hoy, nuestro compatriota ha cosechado merecidos y valiosos lauros que deben legítimamente enorgullecemos.
         Antonio G. Garland, que es entre nuestros jóvenes escritores uno de los de más delicado temperamento, tentó también el del teatro como un camino hacia el triunfo literario a que puede aspirar.
         Si bien el éxito no correspondió, en lo absoluto, al que había derecho a esperar, dado el talento del autor, y fue el estreno de En plena vida un doloroso fracaso, es necesario esperar de Garland fruto más sazonado.
         Uno de los más infatigables y constantes sostenedores del teatro nacional es, sin duda alguna, Carlos Guzmán y Vera, que tantos y tan bien ganados aplausos del público ha merecido.
         Conocedor experto de la técnica teatral y dueño de un aguzado y espiritual ingenio, Guzmán ha escrito obras amenas y graciosas que han alcanzado bastante éxito.
         En ¡Calor … Calor! hizo derroche de habilidad escénica nutriéndola de situaciones cómicas y chistes teatrales y es por esto que la obra fue recibida por el público con una franca, calurosa y entusiasta aprobación.
         Del éxito de esta obra nacional habla muy elocuentemente su larga duración en los carteles –ha llegado a centenar y medio el número de sus representaciones.
         Siguió a ¡Calor … Calor!, el estreno de Los mismos ojos, obra de género vaudevillesco, estrenada con aplauso en el teatro Mazzi, y vino después La gente del barrio, sainete criollo en que puso Guzmán todo su conocimiento, que es mucho, del ambiente popular.
         En mi concepto esta obra, que ya tuve ocasión de aplaudir entusiasta y espontáneamente con motivo de su estreno, es la que más mérito representa como contribución al teatro nacional, en el haber de Carlos Guzmán y Vera.
         Anteriormente los cuadros y tipos de la vida criolla habían sido presentados en la forma de revista u otras semejantes—hablamos solo de la época presente—, pero no se había querido hacerlo en marcándolos en un sainete debidamente coordinado. Guzmán, que conoce bien los recursos de la escena, tentó este camino y lo tentó con éxito.
         La vida del suburbio, de suyo pintoresca, las costumbres populares que tienen entre nosotros su matiz especial, ofrecen a los autores tema inagotable y muy ligeramente explotado. No es cierto en lo absoluto que ya no despierte interés, porque mal puede dejar de despertarlo lo que apenas está conocido. Mucho menos que pueda resultar chocarrero ni grotesco, porque solo puede impresionar así el teatro criollo a los espíritus esnobistas, a esos pobres espíritus esnobistas que suspiran cursimente ante las escenas vaudevillescas de los cafés cantantes y se extasían oyendo los compases desmayados de los valses vieneses en las operetas de moda.
         Por esto, Guzmán, entre sus méritos de autor, cuenta este de haber prestado su concurso al renacimiento del sainete limeño.
         Autor tan laborioso no podía permanecer cruzado de brazos, en momentos como el actual en que la producción nacional reviste tanta abundancia, y tiene escrito ya, sobre la base de un cuento de Pérez Zúñiga, El Cocodrilo Azul, viaje cómico-lírico por no sabemos qué fantásticas regiones del globo, y en colaboración con Pepe Ruete García prepara actualmente una revista, Siempre p’arriba, que, según rezan los anuncios, subirá muy pronto a escena.
         Uno de los más jóvenes autores teatrales, y también de los que más promete, es sin duda Enrique Maravoto, que estrenara a principios del año en curso, con éxito notable, una comedia en dos actos, intitulada La Vida Falsa. El público tributó al debutante autor tan calurosos como merecidos aplausos y la prensa local hizo el elogio de la obra, cuyos méritos hacen olvidar sus ligeros y explicables defectos.
         Maravoto tiene sobresalientes facultades para el teatro y, pese a su condición de recién iniciado, domina con alguna habilidad los recursos escénicos. En su primera comedia, se dibuja ya un dramaturgo de elegante estilo y fina observación.
         Aunque Ruete García no ha tenido oportunidad de estrenar ninguna obra en los últimos años, no puedo dejar de mencionarlo en estos breves apuntes, con todo el cariño que se merece.
         Ruete no es un principiante. Tiene sobrado conocimiento de la técnica teatral y une a esto un talento reconocido. El público de Lima le ha aplaudido, ya muy justamente.
         Su producción es numerosa y larga la lista de comedias y zarzuelas que tiene por estrenar y que todos deseamos conocer, seguros de que responderán a la capacidad literaria de su autor.
         Actualmente, en colaboración con Guzmán y Vera, prepara una revista, Siempre p’arriba, que muy pronto habrá de ponerse en escena.
         A principios del año en curso y en medio de una época de inquietud y zozobras políticas, un joven escritor que me abstendré de elogiar como se merece, en respeto a consideraciones de amistad y compañerismo conocidas, estrenó un sainete limeño intitulado La culpa ajena.
         A pesar de sus naturales deficiencias, —naturales en todo debutante— se advertía en la obra referida —que está llena de situaciones cómicas y llevada con habilidad en todas sus escenas— las condiciones de su autor, César Falcón, para el teatro.
         Falcón ha escrito una segunda obra, Noche perdida, y tiene en preparación una tercera, Los mozos cundas, que en mi concepto y juzgando por lo que de ella conozco, revelará en este novel periodista a un autor teatral de mucha médula y hondo espíritu de observación.
         Los mozos cundas es un sainete criollo en que se retrata con acierto y colorido las costumbres del bajo pueblo, moviendo y caracterizando a los personajes felizmente y enmarcando dentro de un cuadro de puro criollismo una acción interesante y animada.
         Con su estreno, confío en que Falcón ganará un sólido prestigio teatral y se abrirá el camino hacia mayores éxitos.
         Alejandro Ayarza se inició en el teatro con una pintoresca obra —revista con vistas al sainete o viceversa— que le ha conquistado muchos aplausos y mucho dinero, lo que habla elocuentemente del éxito que alcanzara en el teatro.
         Es Música Peruana una sucesión de cuadros y tipos de la vida criolla, en que el autor ha impreso su habilidad intuitiva para explotar este filón inagotable del teatro nacional. De esto nos dará nueva prueba en Un paseo en burro, obra próxima a estrenarse por la Compañía del Olimpo.
         Llegamos al estreno más reciente: La Señorita Amor, de José Bustamante, cuya capacidad literaria es de todos reconocida y cuyo sprit le tiene conquistada tanta simpatía en el círculo de sus amigos.
         Como quiero ser absolutamente franco y olvidar en este instante las relaciones de sincera y devota amistad que me unen a Bustamante y Ballivián, debo confesar que su obra, con desbordar de gracia, ingenio y todo, no responde a lo que hay derecho a esperar de su talento y condiciones literarias. A quien puede aspirar a una posición elevada dentro de nuestro medio artístico, no debe perdonarse, cuando bien se le estima, que consagre sus esfuerzos a la producción de una obra de este género.
         Bustamante posee una mentalidad robusta, una sana e idealista juventud y puede pretender a mejor puesto que el que le conquistarían obras como la que comento con tanta sinceridad.
         Apartándome de este aspecto, a que solo hago referencia en mérito a los amistosos sentimientos que por Bustamante abrigo, cumpliré en justicia con anotar que la obra ha sido acogida con aplauso por el público y ha merecido los elogios que la prensa le ha tributado.
         Además de las enunciadas, se han estrenado durante el bienio último: Viendo visiones de Humberto Negrón, que fue elogiosamente comentada por la prensa; El Gallo de la Vecina de Julio A. Hernández, a la cual razones de técnica defectuosa restaron aciertos que la ameritaban; La verdad de la mentira de Juan Parra del Riego; Por esas calles, revista en que hizo sus primeras armas en el teatro, con notable éxito, el joven y talentoso periodista Walter Stubbs, y otras más que se me escapan y no puedo incluir en la enumeración.
         Las obras no estrenadas de conocidos escritores son numerosas y entre ellas hay varias de aliento.
         Cuéntase en primera línea: Casa solariega de Juan Luis Irribarren, literato culto y delicado, de gran sprit y humorismo. Las referencias que de ella tengo me hacen saber que es toda una joyita teatral que elevará a gran altura el nombre de su inteligente autor.
         Ruete García tiene dos hermosas comedias: El Dilema y Este era un rey.
         Enrique Maravoto ha escrito una segunda obra que intitula Fin de ensueño.
         Y, para terminar, Angel Origgi Galli, Federico Guillermo More, Santa Cruz y otros tienen a estrenarse obras cuyo mérito podrá juzgarse pronto.
         Los párrafos anteriores constituyen casi un balance teatral. Y por más que sea muy ligero y deficiente, sobra para darse cuenta de que el teatro nacional se halla en pleno período de surgimiento.
         No existe ningún otro en que nuestros literatos hayan consagrado mayores entusiasmos a la producción teatral, ni existe tampoco ningún otro en que el público haya alentado sus esfuerzos con más espontaneidad y franqueza.
         Lo que resta por hacer, no es tanto que su contemplación pueda disminuir los arrestos de los que dedican sus energías a esta noble empresa.
         Sinceridad, trabajo, entusiasmo generoso, son las solas cosas precisas para que el ansiado florecimiento de nuestro teatro sea dentro de breve plazo una realidad hermosa.

Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 03 de enero 1915. Y en Servicio de Publicaciones del Teatro Universitario de San Marcos, Lima, 1970. ↩︎