5.3. El Devocionario de Augusto Aguirre Morales.

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Y es que yo lo he leído con la misma devoción, con la misma religiosidad, con el mismo fervor con que he leído a Kempis, a San Juan de la Cruz, a Fray Luis de León y a Santa Teresa de Ávila y con que he escuchado el arrullo polifónico del órgano y el arrullo pascual del villancico.
         Y sé que este libro lo inspiran los recuerdos todopoderosos de un amor de los veinte años, de esos veinte años de romanticismo supremo, que tienen la obediencia respetuosa de vivir y sentir cuantos no quieren dejar de purificarse con el óleo lustral de un idilio apasionado e ingenuo, de los veinte años en que el amor puede ser origen de suicidio, matrimonio, asesinato, rapto, versos y locura, cosas todas perfectamente idénticas, posibles y peligrosas…
         Y en un instante que la literatura, a tenor con la época, se mercantiliza, se hace utilitaria, adquiere cotización, tiene mercado, precios y fluctuaciones, yo que tengo un muy hondo y muy arraigado sentimentalismo, admiro mucho a quien hace esta obra toda perfume, sinceridad y juventud, en vez de escribir una novela de tema folletinesco, sexual, psicológico o sectario, un drama tremendo en que la acción y los parlamentos marquen los instantes de aplauso lo mismo que las acotaciones, los mutis y movimientos, un libro de investigación académica con óleo de exhumación bibliográfica, de polilla y de naftalina o cualquiera otra obra destinada a conquistar popularidad, dinero o patente de sabiduría.
         Leyendo este libro, es fácil que llegue a todas las almas el encanto misterioso del misticismo. Es fácil saber cómo está en el amor, en la evocación, en la soledad, en la serenidad, en todas las cosas buenas. El poeta que lo escribió amó en un templo donde el órgano y el sahumerio le hablaban de Dios, el perfil puro y la carne joven de la novia arrodillada y extática; y se prosternó y oró a Dios en el jardín donde rumores y perfumes le hablaban de ella. Fue profano y fue creyente, pero fue siempre místico.

JUAN CRONIQUEUR

Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 4 de abril de 1916. ↩︎