4.4. Figuras teatrales: Esperanza Iris
- José Carlos Mariátegui
1Arte exquisito. Elegancia aristocrática. Donaire lleno de su arrogante picardía de criolla. Voz de matices cálidos y suaves modulaciones. Gracia, gentileza, emoción, armonía. Todo esto os sugestiona, os seduce en Esperanza Iris, una de las más celebradas artistas americanas, a cuyo elogio quiero dedicar estas líneas.
Su triunfo en Lima ha sido completo, merecido, franco, ruidoso. Ha pasado por el escenario de nuestro primer teatro, entre estruendosos clamores de aplausos. El arte americano tiene en ella magnífico exponente.
Reina, en medio de un conjunto que no es por cierto el que su figura reclama para marco. Esperanza Iris se ha destacado victoriosamente y nos ha regalado con las admirables interpretaciones de las protagonistas de las operetas modernas. Su espíritu artístico, intenso, vibrante, se aviene más que con ninguna otra con estas interpretaciones, en que tan bien nos hace sentir la psicología caprichosa, impenetrable y rara de la mujer moderna, coqueta, frágil y neurótica. En esas muñecas delicadas y voluptuosas, todas nervio, todas misterio, pone su arrebatado temperamento de criolla, forjado bajo el fuego fecundo del Sol de los trópicos.
Así la hemos visto en la Eva, apasionada y sensual, que lleva en su sangre el calor atávico de ardientes voluptuosidades e intensas ansias y presiente en medio de su vida modesta y oscura de obrera, el horizonte de otra vida, de placeres, de color y de alegría. Así la hemos visto en la Jacinta de La Criolla, en la Ana de Glawary de La Viuda Alegre, en la Susana Pomarell de La Casta Susana, en todos los roles protagonistas de estas operetas de moda que reflejan la inquietud y la fiebre del vivir moderno.
Pero, dúctil y vasto como es su talento artístico, Esperanza Iris sabe estar bien igualmente dentro de la interpretación de las operetas clásicas. Y es en La Poupée, la muñeca exquisita y graciosa que tiene hondas sensibilidades de mujer y la mujer romántica, preciosa como un bibelot, que tiene delicados encantos de muñeca.
Si quisiera haceros aquí el retrato de Esperanza Iris, la más elocuente de mis frases sería para deciros el poema divino de sus ojos. Pero vosotros, lectores bondadosos que me seguís pacientes a través de estos cortos párrafos, lo habéis sentido tan intensamente como yo y sabréis eximirme de trabajo superior al que impone el espíritu ligero de esta gacetilla, trazada bajo el apremio del taller y la tiránica exigencia de la hora.
Son sus ojos elocuentemente expresivos, intensamente expresivos, hondamente expresivos. Reflejan todos sus estados de alma, y retratan sus más sutiles sensaciones con la vivacidad, con la violencia o con la ternura que la artista quiere imprimirles. Ríen, imploran, acarician, insultan, seducen. Ojos negros, grandes y profundos, de fulgores felinos, en que parecen retratarse cálidos y vírgenes panoramas de la tierra mexicana. Ojos que os cuentan las sensibilidades de un espíritu fogoso y vibrante. Ora dulces, ora ansiosos, ora desdeñosos, ora amadores. La gama infinita de los sentimientos pasa por ellos como una visión estereoscópica. Pero nunca adquieren encanto más fuerte que cuando subrayan la mimosa coquetería y la gracia ondulante de la artista.
Yo encuentro un carácter de absoluta originalidad en la gracia de Esperanza Iris. Suya, muy suya, única, inimitable. No os recuerda en nada la donosa picardía de las españolas. Para mí tiene toda la honda seducción de la “lisura” criolla y sabe evocarme el proverbial donaire de las mujeres limeñas.
Dominadora del gesto, Esperanza Iris es de las artistas que llenan la escena. Cuando aparece en ella, convergen hacia su figura arrogante y amable, todas las miradas. Todos la siguen atentos, porque saben cómo ella pone en sus interpretaciones todo el fuego, todo el verismo de su alma apasionada.
Tal es la artista que hoy celebra su función de honor y que recibirá seguramente el testimonio de la unánime simpatía que sus méritos le han conquistado en Lima. Es ya una triunfadora en el género artístico que cultiva. La opereta, el amable espectáculo que tuviera su creador en ese admirable mago de la música que fue Offenbach, tiene en ella una intérprete de valía indiscutible.
Y es por eso que yo, que no sé prodigar lisonjas baratas a las mediocridades artísticas de pobres merecimientos y deslumbrantes reclamos, yo que tengo la mísera virtud de ser sincero o de querer serlo a lo menos, trazo estas líneas para deciros mi admiración por Esperanza Iris y para dedicarle el más franco de los aplausos.
Su triunfo en Lima ha sido completo, merecido, franco, ruidoso. Ha pasado por el escenario de nuestro primer teatro, entre estruendosos clamores de aplausos. El arte americano tiene en ella magnífico exponente.
Reina, en medio de un conjunto que no es por cierto el que su figura reclama para marco. Esperanza Iris se ha destacado victoriosamente y nos ha regalado con las admirables interpretaciones de las protagonistas de las operetas modernas. Su espíritu artístico, intenso, vibrante, se aviene más que con ninguna otra con estas interpretaciones, en que tan bien nos hace sentir la psicología caprichosa, impenetrable y rara de la mujer moderna, coqueta, frágil y neurótica. En esas muñecas delicadas y voluptuosas, todas nervio, todas misterio, pone su arrebatado temperamento de criolla, forjado bajo el fuego fecundo del Sol de los trópicos.
Así la hemos visto en la Eva, apasionada y sensual, que lleva en su sangre el calor atávico de ardientes voluptuosidades e intensas ansias y presiente en medio de su vida modesta y oscura de obrera, el horizonte de otra vida, de placeres, de color y de alegría. Así la hemos visto en la Jacinta de La Criolla, en la Ana de Glawary de La Viuda Alegre, en la Susana Pomarell de La Casta Susana, en todos los roles protagonistas de estas operetas de moda que reflejan la inquietud y la fiebre del vivir moderno.
Pero, dúctil y vasto como es su talento artístico, Esperanza Iris sabe estar bien igualmente dentro de la interpretación de las operetas clásicas. Y es en La Poupée, la muñeca exquisita y graciosa que tiene hondas sensibilidades de mujer y la mujer romántica, preciosa como un bibelot, que tiene delicados encantos de muñeca.
Si quisiera haceros aquí el retrato de Esperanza Iris, la más elocuente de mis frases sería para deciros el poema divino de sus ojos. Pero vosotros, lectores bondadosos que me seguís pacientes a través de estos cortos párrafos, lo habéis sentido tan intensamente como yo y sabréis eximirme de trabajo superior al que impone el espíritu ligero de esta gacetilla, trazada bajo el apremio del taller y la tiránica exigencia de la hora.
Son sus ojos elocuentemente expresivos, intensamente expresivos, hondamente expresivos. Reflejan todos sus estados de alma, y retratan sus más sutiles sensaciones con la vivacidad, con la violencia o con la ternura que la artista quiere imprimirles. Ríen, imploran, acarician, insultan, seducen. Ojos negros, grandes y profundos, de fulgores felinos, en que parecen retratarse cálidos y vírgenes panoramas de la tierra mexicana. Ojos que os cuentan las sensibilidades de un espíritu fogoso y vibrante. Ora dulces, ora ansiosos, ora desdeñosos, ora amadores. La gama infinita de los sentimientos pasa por ellos como una visión estereoscópica. Pero nunca adquieren encanto más fuerte que cuando subrayan la mimosa coquetería y la gracia ondulante de la artista.
Yo encuentro un carácter de absoluta originalidad en la gracia de Esperanza Iris. Suya, muy suya, única, inimitable. No os recuerda en nada la donosa picardía de las españolas. Para mí tiene toda la honda seducción de la “lisura” criolla y sabe evocarme el proverbial donaire de las mujeres limeñas.
Dominadora del gesto, Esperanza Iris es de las artistas que llenan la escena. Cuando aparece en ella, convergen hacia su figura arrogante y amable, todas las miradas. Todos la siguen atentos, porque saben cómo ella pone en sus interpretaciones todo el fuego, todo el verismo de su alma apasionada.
Tal es la artista que hoy celebra su función de honor y que recibirá seguramente el testimonio de la unánime simpatía que sus méritos le han conquistado en Lima. Es ya una triunfadora en el género artístico que cultiva. La opereta, el amable espectáculo que tuviera su creador en ese admirable mago de la música que fue Offenbach, tiene en ella una intérprete de valía indiscutible.
Y es por eso que yo, que no sé prodigar lisonjas baratas a las mediocridades artísticas de pobres merecimientos y deslumbrantes reclamos, yo que tengo la mísera virtud de ser sincero o de querer serlo a lo menos, trazo estas líneas para deciros mi admiración por Esperanza Iris y para dedicarle el más franco de los aplausos.
Referencias
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Publicado en La Prensa, Lima, 2 de febrero de 1915 ↩︎