3.8. De Vacaciones - ¡Calor! ¡Calor! - La Fuente de Neptuno

  • José Carlos Mariátegui

De Vacaciones1  

         Todos estamos de asueto. Todos. Las jornadas parlamentarias yacen olvidadas en los archivos de los diarios de debates. Los representantes provincianos emigran hacia sus dominios, y sienten la más honda de las satisfacciones al renegar de la ceremonia del hongo y del chaqué y restablecer el imperio democrático y criollo del jipijapa y del poncho. Algunos, no sienten la nostalgia del terruño y se dejan vencer por un vehemente deseo de parecer lo más esnobs que les sea posible. Y van a las estaciones de veraneo y se rejuvenecen y se agilizan. El señor Peña Murrieta, es uno de ellos. Rozagante, juvenil, dichoso, lo hemos encontrado ayer.
         Y nos ha tendido las manos apenas nos ha visto:
         —¿Pero son ustedes mismos? ¡Hombre! Tanto gusto.
         —Tantísimo.
         Lo adulamos.
         —¡Está usted admirable! ¡Está usted pollo!
         El señor Peña Murrieta se ufana, se arregla la corbata y le dice un requiebro a una dama que pasa. Luego, sonriente, nos habla:
         —¿De veras? ¿Estoy joven? ¿Se toman ustedes un ice cream soda?
         Aceptamos. Y el señor Peña Murrieta se lo habla todo, sin dejar que lo interrumpamos:
         —Pues claro. Imagínense ustedes si yo iba a preocuparme con los anatemas de Sánchez Díaz y de la asociación católica de señoras. Ni pizca, hombre. Yo soy estoico. ¡A mí que me tiren chinitas! Yo soy optimista. ¿Ustedes han leído a Heine?
         —¿Heine a propósito de optimismo?
         —A Von Bernhardi, entonces. O a Moltke. ¡Qué sé yo! Yo miro al porvenir. El porvenir es mío, como dijo Santa Cruz…
         —Salaverry…
         —¡Si da lo mismo! Y como el porvenir es mío, me miran Uds. así, contento y lozano. ¿Ustedes me ven ahora tan tranquilo? Ya me verán más tarde. ¿Ustedes irán al congreso en la próxima legislatura? ¿Sí? Pues ya me verán. Acopio bríos. Me preparo para leader.
         —¡Caray!
         —¡Mi espíritu es de lucha! ¡Soy combativo por temperamento!
         —Pero en la mayoría no va a tener usted ocasiones de lucirse.
         —¡Qué mayoría! ¡Yo soy independiente! ¿Qué piensan ustedes de nosotros los constitucionales, entonces? ¿Qué piensan ustedes de mí? ¿Que mi figura cabe dentro de legiones organizadas y solidarias? ¿Se han olvidado ustedes de que yo promulgué la libertad de cultos? En la legislatura próxima, van ustedes a ver lo que es independencia…
         Hay una pausa. Luego el señor Peña Murrieta nos agrega:
         —Pero, no se lo digan a nadie, mientras tanto…
         Nos servimos otro ice cream soda, silenciosamente.

¡Calor! ¡Calor!  

         Usted, lector, que es muy mal pensado seguramente, creerá que le hacemos reclamo a una zarzuela del señor Guzmán, enorme periodista y fabuloso empresario. Pero, usted, lector, se equivoca. En estos momentos no pensamos en hacerle reclamo a nada. Sudamos y nos aburrimos no más. Pensamos en que mientras los diputados y los senadores buscan el regalo lugareño, nosotros nos hemos engañado y a la verdad no tenemos asueto, ni regalo, ni vacaciones. Y renegamos del oficio. Nos sentimos infantiles y chiquillos. Pero con todo, no se nos ocurre hacernos futuristas.
         Salimos a la calle y paramos al primer amigo que encontramos. Y le preguntamos qué pasa. Nuestro amigo no nos contesta. En cambio, nos pregunta qué nos parece Colónida. Nosotros, por supuesto, le hablamos muy mal de Colónida.
         Abandonamos a este amigo que inquiere en vez de respondernos. Y detenemos a otro. Lo interrogamos por nuestros amigos del Parlamento, a quienes ya no vemos casi por ninguna parte:
         —¿Qué hace el señor Borda?
         —¿El señor Borda? Repite sus discursos delante de un espejo.
         —¿Y el señor Torres Balcázar?
         —El señor Torres Balcázar toma duchas.
         —¿Y el señor Salazar y Oyarzábal?
         —El señor Salazar y Oyarzábal toma rapé.
         —¿Y el señor Secada?
         —El señor Secada toma alientos.
         —¿Y el señor Químper?
         —El señor Químper toma lecciones de equitación.
         Así sabemos de todos nuestros amigos del parlamento. Hasta del general Diez Canseco que está en Arequipa y a quien suponemos embebido en la contemplación del Misti o en la lectura de Los tres mosqueteros. Porque al general Diez Canseco le encantan los Dumas. Tanto que, en su retiro, le aflige infinitamente no poder asistir a las exhibiciones cinematográficas de La Dama de las camelias ni poder mandar su voto al concurso Bertini.

La Fuente de Neptuno  

         Nosotros y el Conde de Lemos cultivamos una altísima amistad intelectual. No es posible cultivar otro género de amistad con el Conde de Lemos. Con nosotros sí, porque somos unos chicos sencillos a quienes lo mismo se les da Así hablaba Zaratustra que Caperucita Roja. Pero conversando con el Conde de Lemos solo tendrá usted, lector, digresiones de la más exquisita ideología. Entre el Conde de Lemos y nosotros, por ejemplo, únicamente tienen cabida temas de metafísica y estética.
         Ayer el Conde de Lemos estaba hondamente preocupado. Dialogábamos sin decirnos una palabra —forma corriente de dialogar entre seres como el Conde de Lemos y nosotros— junto a la fuente de Neptuno. El Conde de Lemos nos dijo de pronto:
         —¿Creéis en la inutilidad de las cosas útiles?
         Y nos mira a través de las lunas de sus quevedos, serenamente interrogativo.
         Mansamente nos sometimos:
         —Creemos.
         —Creéis luego en la utilidad de las cosas inútiles. Y otra vez nos sometimos.
         —Creemos.
         —Entre una rosa y una pertenencia petrolera, ¿qué preferís?
         —La rosa.
         —¿Y entre unos versos de Verlaine y un libro de un tal Spencer?
         —Los versos.
         —¿Y entre una chácara de leguminosas y un beso de vuestra novia?
         —No tenemos novia.
         —Haced de cuenta que la tenéis, bellacos, y respondedme.
         —El beso.
         —Luego, entre Edison y yo, ¿por quién optará vuestra predilección?
         —Por vos.
         —Sois cuerdos.
         Volvimos a callarnos. En la fuente de Neptuno los surtidores se envanecían de que el Conde de Lemos les contemplase.
         De pronto nuestro amigo nos habló otra vez:
         —Esaú, el renegado de su primogenitura, el primer tragón, era estúpido.
         —Completamente estúpido.
         —Y Jacob fue el primer político.
         El silencio se dejó escuchar otra vez. Los surtidores de la fuente de Neptuno lo profanaban groseramente.
         El Conde de Lemos nos interrogó:
         —¿Nunca os habéis enamorado de una mujer que no conocíais?
         —Nunca.
         —Yo sí. Estáis vulgares.
         Callamos. Después de unos minutos nos despedimos. Antes de dejarnos, el Conde de Lemos nos dijo:
         —Hoy estamos de acuerdo sobre puntos trascendentales. Pronto hemos de conversar nuevamente. Mientras tanto, os recomiendo que no leáis nunca los artículos del doctor Emilio Sequi. Además, no le hagáis caso al Dr. Luis Varela y Orbegoso si os habla de mí. Decid mal del Círculo de Periodistas. Retiradle el saludo a un tal Macedo, diputado. Estudiad vuestra conversión al futurismo. Investigad en la literatura criolla. Leed “El niño Goyito”. Hurgad en el alma tortuosa de los sardineles. No os detengáis en las noticias cablegráficas de la guerra. No escribáis comedias…
         Y el Conde de Lemos se marchó paso a paso. La fuente de Neptuno tuvo una sonrisa…


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 29 de enero de 1916. ↩︎