1.8. Con el señor Dunstan

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La cuestión de las candidaturas a la diputación por la provincia de Cajatambo, que en nuestra anterior edición revelamos, ha sido el tema obligado de la conversación en los círculos políticos.
Interrogado el señor Dunstan por uno de nuestros cronistas, se manifestó dispuesto a absolverle las preguntas que le hicieran con referencia a los móviles que le han impulsado a dar por concluido el pacto que favorecía al doctor Barreda y Laos, quien como es sabido tiene estrecha relación de parentesco con el presidente de la república.
         —¿Es verdad que ha pasado usted dos cartas, con este motivo, señor Dunstan?
         —Es verdad. Una al presidente de la república y otra al señor Barreda.
         —¿Y al presidente por qué?
         —Porque del acuerdo que celebramos hace meses entre el doctor Barreda y yo, el presidente tuvo conocimiento y hasta se hizo con su beneplácito.
         —¿Qué causas ha tenido usted para romper el pacto?
         —Varias. Pero la principal está relacionada con los intereses de la provincia que me confió hace seis años su representación ante la cámara de diputados, y luego la actitud del nuevo candidato contra varios de mis amigos, es decir, de los que yo le había señalado, hidalgamente, como los mantenedores de su candidatura.
         —¿Y esos hechos?
         —Hostilidad a mi ingreso a la junta departamental como delegado por Cajatambo; cosa que solo conseguí cuando hice presión y advertí que daría por rotos nuestros compromisos. Después, campaña en contra de la municipalidad legalmente constituida, destitución de un subprefecto que era garantía para la provincia, separación de un telegrafista que durante ocho años no dejó nada que decir como cumplido empleado; y luego, desaire manifiesto a los comisionados que desde Cajatambo vinieron para decirle que era necesario que respetase la voluntad de la provincia sosteniendo al subprefecto y gestionando que el gobierno aprobase la municipalidad elegida con corrección.
         —¿Y usted se ha visto con el señor Barreda?
         —Creo que fue el día 8 por la tarde que estuve en su estudio. Le hablé de lo que debía hacer en bien de la provincia, porque para ello tenía yo derecho desde el momento en que contando con lodos los elementos legales para tener una gran elección, renuncié a la candidatura y cedí mis trabajos, y escribí cartas recomendando la candidatura del doctor Barreda. Este caballero me dijo que nada tenía que hacer sobre la municipalidad de Cajatambo, y como yo ya sabía que él había escrito a amigos de un señor Arnao prometiéndoles “que no me dejaría nada en la provincia, ni a mis amigos”, está claro que hube de dar por concluido mi compromiso y mucho más cuando la reacción natural por lo que ya se veía hacer en Cajatambo, obligó a mis amigos a pedirme que los librara de la situación que se iba creando.
         —¿Y ha aceptado usted la candidatura?
         —Desde luego. Tal afirmo en las cartas a que ha hecho referencia usted.
         —¿Tiene probabilidades para salir victorioso?
         —Cabales. Se necesitaría un regimiento de línea en la provincia y actos de la más odiosa imposición para, siquiera, conseguir que yo no tuviera elecciones en forma.
         —¿Así que todo lo sucedido se reduce a eso?
         —Por ahora solamente a eso. Más tarde pueden acontecer cosas muy distintas; pero debo decirles que algo, así como un cambio de táctica, debe haberse comunicado a Cajatambo, cuando he recibido telegramas en los que se me pregunta qué hay de la conciliación entre los delegados cajatambinos y el señor Barreda. Yo no sé nada de conciliación; yo ignoro a qué se refieren tales aseveraciones, pues la única realidad es que el señor Barreda se halla como candidato y que yo también estoy en tal situación. Frente a frente y decididos a la lucha.

Las dos cartas.

         Las cartas a que se refiere el señor Dunstan y a las que aludimos nosotros en la información que ayer publicamos son las siguientes:

 
Lima, enero 10 de 1917
Señor doctor José Pardo
Ciudad
         Señor de toda mi consideración:
         Me permito dirigirle la presente, para llevar a su conocimiento que, los intereses morales y materiales de mi provincia se hallan gravemente amenazados, como consecuencia de la anarquía y desunión que se ha creado entre los elementos dirigentes de su vida, anarquía y desunión, que hubiese sido fácil hacer desaparecer si el señor doctor Felipe Barreda y Laos, que tiene el remedio en sus manos, no se negase obstinadamente a administrarlo, rechazando las solicitaciones que se le han hecho. La persistencia en mantener esta política, fruto únicamente de desconfianza, no tenía absoluta razón de ser, si es que el señor Barreda guarda memoria, de la perfecta espontaneidad y del absoluto desinterés personal, con que retiré mi candidatura a la reelección como diputado, recomendando franca y decididamente la de este caballero, recomendación que fue acogida por todos mis amigos políticos, que evidentemente formaban abrumadora mayoría en la provincia.
         Hoy se niega, a estos mismos amigos, la satisfacción de justísimas demandas, olvidando al mismo tiempo las seguridades que tuvo Ud. a bien darme, cuando indiqué, a raíz de mi retiro, que solo deseaba para remplazo mío un representante, moderador sagaz de los elementos antagónicos y ávido de hacer todo género de beneficiosa mi provincia y Ud. me honró entonces, asegurándome que sería como si yo mismo fuese el diputado.
         Los cambios de personal —sugeridos por el señor Barreda— sin hacérmelos saber siquiera por cortesía, inconducentes y aun perjudiciales para la administración ordenada de la provincia, introducidos últimamente con la ida del nuevo subprefecto, telegrafistas nuevos y a un vacunadores munidos según parece de consignas especiales para actuar exclusivamente con determinado grupo lugareño, han producido el grave estado de desconfianza; inquietudes y desunión, a que me he referido, males que ciertamente existieron antes, pero en forma atenuada, hasta que logré extinguirlos retirando mi candidatura e hizo lo propio el señor Francisco Arnao, que iba a ser mi contendor.
         Mis amigos personales y políticos de la provincia, que no buscan el predominio de grupo, pero que se ven pospuestos y hostilizados por los elementos oficiales, reclaman mi concurso que yo no podré honradamente negar, sin hacerme acreedor —al abandonarlos— a la tacha de desleal, por lo que, agotados los medios de conciliación propuestos al señor Barreda, me veo obligado a atender a las solicitaciones de mis comprovincianos, aceptando decidido, el sacrificio de mi tranquilidad personal que, perseguía al retirarme de la política —cómo tuve la oportunidad de manifestar a Ud.— con la exclusiva mira de dedicar mis energías integras, a la atención de intereses personales y de familia.
         Siguiendo norma invariable de mi vida privada y política —muy modesta ciertamente— que se ha desarrollado con actitudes francas y decididas siempre, sin dobleces ni debilidades que deshonran, me obliga a poner en conocimiento de Ud., la determinación a que he aludido, de acatar el mandato de mis amigos que desean llevarme nuevamente al parlamento y al hacerlo así, ruégole creerme que no sin gran esfuerzo de voluntad me he decidido a tomar el camino que voy a recorrer, pero que lo seguiré, ya que está adoptado, con toda resolución.
         Sírvase aceptar, señor, una vez más las seguridades de la respetuosa estimación con que soy su afectísimo y atto. S. S.

 
Guillermo Dunstan

Lima, enero 10 de 1917
Señor doctor Felipe Barreda Laos
Ciudad
         Distinguido señor:
         Créame obligado a poner en su conocimiento que, acatando las vivas y reiteradas solicitaciones de mis comprovincianos, he resuelto aceptar el ofrecimiento que me hacen de investirme nuevamente con su representación en la Cámara de Diputados.
         Esta mi actitud, se halla ampliamente justificada si se toma en cuenta que, los cambios de autoridades y empleados públicos, que últimamente se han efectuado, inconducentemente y aun con desmedro de la administración ordenada de la provincia, desempeñan sus funciones exclusivamente al lado de determinado grupo lugareño y absolutamente bajo sus inspiraciones, lo que ha provocado, la desunión que ya no existía, la anarquía en el campo donde solo actuaban elementos armonizados, las desconfianzas e intranquilidad, cuando únicamente reinaba en la provincia franca calma. Todos estos males, son producto de solo una injustificada desconfianza de Ud., para con quien actúa invariablemente con entera claridad.
         Espontáneamente, con espontaneidad absoluta, brotada al calor del deseo de conseguir, tanto como la unificación de mi provincia, la posibilidad de una atención intensiva que pensé dedicar a intereses particulares, relevando de ella a miembro de mi familia que reclama imperioso descanso, y desinteresadamente, con desinterés austero, retiré mi candidatura a la reelección, recomendando al mismo tiempo la de Ud., a la consideración de las importantes fuerzas que me acompañan y en cuyas filas ingresó buen número de las de mi contendor, cuando conseguí hacer dar la ley de anexión formando así mi partido una mayoría indiscutible e indiscutida en la provincia, cuando anuncié mi desistimiento. Estas actitudes mías y la verdad de los hechos que apunto, que muchísimos conocen y cualquiera podría comprobar, son suficientes motivos para que se creyera en mi absoluta sinceridad, sin dar cabida a las injustificadas desconfianzas que han sabido crear, quienes esperaban provechos de la intriga, sin medir los males que llevaban a la provincia.
         Me daban también esas actitudes mías algún derecho —según pienso— para intervenir siquiera sea indirectamente en la marcha de la vida pública de Cajatambo o cuando menos, para ejercitar mis prerrogativas en ese terreno, mientras dura el mandato que aún ejerzo como diputado; pero, ni lo primero por simple cortesía, ni lo segundo que es derecho inalienable, se me han reconocido, pretendiendo anular toda acción mía en el movimiento de mi provincia, y negándoseme, no solo el apoyo que reclamé, sino aun la facultad de hacer valer o satisfacer personalmente, justísimas peticiones de mis amigos.
         Al anunciar a Ud. la determinación de buscar los votos de mis comprovincianos para mi reelección, me complazco en asegurarle que tengo el firmísimo propósito de luchar en todo momento, estrictamente dentro de la ley y de la más perfecta ecuanimidad, marcos amplios para los contendores de buena fe y que estoy seguro adoptará también Ud. como únicos limites, ya que, dentro de ellos, caben con holgura todas las aspiraciones cuando se ejercitan honradamente.
         De usted atto. y S. S.
 
Guillermo O. Dunstan

Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de enero de 1917. ↩︎