1.4. La generación literaria de hoy
- José Carlos Mariátegui
Conversación con don Manuel González Prada.1
Dijo don Manuel González Prada hace varios días, en una entrevista con un joven escritor, que la generación literaria de hoy era la más fuerte, fecunda y valiosa de cuantas generaciones había tenido esta tierra. La autoridad de quien emitía el juicio y el entusiasmo con que debíamos recibir lo cuantos tenemos la orgullosa persuasión de que es exacto, dieron motivo para que las palabras del ilustre maestro fueran citadas en un comentario de Abraham Valdelomar sobre varios libros recientes. Pero, la reproducción de un concepto tan trascendental, manifestado en repetidas ocasiones por don Manuel González Prada, ha sido origen de que un conocido literato de generación más adulta que la que hoy suena y triunfa crea lastimada la reputación de sus contemporáneos y considere conveniente no solo hacer elogio de su generación, sino también hacer censura de la nuestra.
Yo he encontrado interesante con este motivo visitar a don Manuel González Prada y demandar de él algunas opiniones. Me ha acompañado en esta entrevista Félix del Valle. Y, por conocer el interés con que el público asiste a estas controversias, he pensado al entrar a la Biblioteca que en esos momentos mi función era más de periodista que de literato.
González Prada trabajaba en uno de los salones de la Biblioteca cuando Félix del Valle y yo lo interrumpimos. Fuimos parcos en los preámbulos. Aunque sabemos que González Prada es amable y bondadoso, nos damos siempre cuenta de la gravedad de distraer en sus horas de trabajo a un gran hombre.
Félix del Valle hablaba a González Prada con la reverencia afectuosa de un discípulo asiduo. Yo le hablaba con la devoción respetuosa de un admirador que tiene el honor de conversar con él.
El coloquio se realizaba en un salón vasto y sonoro lleno de anaqueles y libros.
Yo le dije así al ilustre maestro:
—Usted ha pronunciado un concepto muy honroso para la juventud intelectual del Perú. La juventud intelectual, a quien sus palabras envanecen, quiere que Ud. amplíe y perfeccione su juicio. Yo vengo a solicitar de usted para mi diario algunas apreciaciones precisas sobre los literatos contemporáneos. Una generación, una juventud, un momento de la vida literaria del Perú, quieren que hable usted, señor.
González Prada respondió:
—Mi concepto es ya conocido. Pero no creo necesario precisarlo y detallarlo. Yo nunca he sido critico de mis contemporáneos del Perú. Cuando he hablado de escritores peruanos ha sido siempre para elogiarlos. Mis apreciaciones buscan para producirse discretas intimidades. Si han salido a la luz en esta ocasión no ha sido por voluntad mía.
El maestro con palabra persuasiva y amable nos convidaba a no arrancarle a su habitual apartamiento del terreno crítico. Nosotros comprendimos su resistencia. La crítica es ingrata. Dije una vez que mi sinceridad solo concebía la invectiva y el elogio y sigo sosteniéndolo.
Mi palabra insistió:
—En este caso, señor, sus opiniones no van a ser espontáneas. Las exige una generación que lo admira. Yo vengo a turbarle en su retiro de pensador para pedirle que hable. Si usted emite en este instante una apreciación, esa apreciación responde al requerimiento de la voluntad de la juventud literaria.
González Prada me contestó:
—Yo no rehúso ampliar y perfeccionar mi opinión. Rehúso únicamente personalizarla. Y lo hago por una razón fundamental. No conozco la totalidad de la obra de los literatos contemporáneos del Perú. Y yo no puedo juzgar una obra que no conozca completamente. Si nos concretamos a generalidades mi pensamiento no tiene reserva.
Comencé entonces a determinar los puntos que sometía a la consulta del maestro. Y sentí con satisfacción que este noble coloquio sobre tan altísimo tema se diferenciaba totalmente de los habituales reportajes. Yo he reporteado en mi vida periodística a políticos, bailarinas, escritores. Y declaro que mi entrevista con González Prada no ha sido un reportaje. Por eso la llamo conversación. No pudo ser reportaje. Hubo en ella sinceridad, sencillez, elevación, profundidad, galanura, pensamiento, buen gusto.
González Prada declaró enfáticamente la superioridad indiscutible de esta generación sobre todas las que le precedieron. Antes la literatura se desarrolló entre referencias a las revoluciones y a las pachamancas. La urdimbre de todas las incertidumbres y de todas las ignorancias impidió que la influencia de la literatura europea se dejara sentir en su buen gusto, en su estilo y en su pensamiento. Se limitaba con ramplonería y atraso. Unos literatos se distinguían por su absoluto apego al más frío clasicismo. Y otros se perdían en el romanticismo más exagerado. Nuestros poetas eran malos segundones de Zorrilla. En nuestra poesía dominaba una incipiente y burda estética. Y no era posible encontrar entre quienes la cultivaban un espíritu sutil y exquisito como el de Enrique Bustamante y Ballivián ahora.
Y tuvo también González Prada está muy interesante y atinada observación:
—Advierto que en la antigua literatura del Perú no se siente la influencia del movimiento científico y doctrinario de la época. El progreso no puso en esa literatura su marca cronológica. Es una literatura que no dice el momento de la civilización en que se produjo. Faltan en ella las ideas y las impresiones que podrían reflejarlo. Y es que se inspiraba en el romanticismo español. Era pesada y dura. Y era al mismo tiempo fofa y delicuescente.
Sabia nos pareció la observación de González Prada. En realidad, la antigua literatura peruana no indica el correlativo grado de progreso de la humanidad. En la actual se advierte saludable tendencia. Y es que hoy se vive menos de la imitación. Hay más originalidad, más arte, más audacia. Antes hubo timidez, gazmoñería y reticencia. Cuando no se sintió el atávico sentimiento del servilismo colonial, se sintió la desordenada y ramplona rebeldía del republicanismo desorientado y palurdo. Y, como dice don Manuel González Prada, por los literatos peruanos no era posible saber que existía Spencer, por ejemplo. El atraso español se dejaba sentir en toda producción. Y aun la obra erudita de Olavide padecía de vejez y esterilidad.
Interrogué a don Manuel González Prada sobre la forma como debían ser determinadas la generación literaria actual y la que la precedió. Y él me dijo:
—Creo que una generación no puede abarcar cinco ni diez años únicamente. Y más que años debe abarcar tendencia, estilo e ideas. Las generaciones deben ser definidas por la orientación. Un escritor viejo puede escribir como un escritor joven. Entonces es un escritor progresista y contemporáneo. Un escritor joven puede escribir como un escritor viejo. Entonces es un escritor atrasado. Hay viejos y hay avejentados. Y los avejentados son mucho más peligrosos que los viejos.
Félix del Valle tuvo una frase oportuna:
—Se podría decir de usted, señor, que está a la cabeza de la juventud y se estaría en lo justo.
González Prada sonrió ante la acertada lisonja y yo la celebré.
Expresó González Prada, contestando a mis interrogaciones, que a su juicio la literatura francesa es la que más influye en la actual generación literaria del Perú. También han influido Gabriel D’Annunzio y Ramón del Valle-Inclán. E igualmente varios de los grandes escritores americanos. A los escritores ingleses, a los mágicos cultores del humour, se les ignora. Y por lo mismo son casi sorprendentes las buenas muestras de humorismo fino y atildado que en nuestra literatura aparecen. Dijo González Prada, opinando de esta manera, que él no conocía humoristas entre los actuales escritores españoles. Había que suponerles mucho de espontaneidad a nuestros humoristas.
Y, en general, reconoció la sutileza, elegancia y exquisitez que constituían algunas de las excelencias de nuestra literatura contemporánea.
Quiso Félix del Valle, y lo apoyé yo, que González Prada emitiese algunas apreciaciones singulares sobre los nuevos literatos del Perú. Pero González Prada repitió que no podía hacerlo porque no los conocía completamente y porque se resistía a personalizar sus juicios. Interrogado por nosotros nos habló sin embargo de la originalidad de Valdelomar y de la equivocación con que aquí se interpretaban sus ironías y su humorística egolatría. Elogió a Percy Gibson por su extraña y personal visión de las cosas. Y por motivos símiles elogió a José María Eguren. Dijo que no sabía encontrar el origen del simbolismo de su poesía y que había que atribuirle la más rara espontaneidad. Y celebró los magníficos aciertos del poeta arequipeño César Rodríguez.
Yo le pregunté al maestro si había leído la notable novela de Augusto Aguirre Morales La Medusa. Y él me dijo que la había recibido y que se proponía leerla prontamente.
Tuve la satisfacción de saber que González Prada había leído cuanto yo tengo escrito en La Prensa y en este diario.
Y hablé con él de muchas otras cosas literarias que no tienen relación directa con el tema de esta entrevista cuya versión he hecho con la mayor exactitud y sencillez.
Al escribir esta versión de una entrevista tan noble siento el gran orgullo de ser el intérprete de los conceptos que le merece al gran maestro la generación literaria a la cual pertenezco.
Yo he encontrado interesante con este motivo visitar a don Manuel González Prada y demandar de él algunas opiniones. Me ha acompañado en esta entrevista Félix del Valle. Y, por conocer el interés con que el público asiste a estas controversias, he pensado al entrar a la Biblioteca que en esos momentos mi función era más de periodista que de literato.
González Prada trabajaba en uno de los salones de la Biblioteca cuando Félix del Valle y yo lo interrumpimos. Fuimos parcos en los preámbulos. Aunque sabemos que González Prada es amable y bondadoso, nos damos siempre cuenta de la gravedad de distraer en sus horas de trabajo a un gran hombre.
Félix del Valle hablaba a González Prada con la reverencia afectuosa de un discípulo asiduo. Yo le hablaba con la devoción respetuosa de un admirador que tiene el honor de conversar con él.
El coloquio se realizaba en un salón vasto y sonoro lleno de anaqueles y libros.
Yo le dije así al ilustre maestro:
—Usted ha pronunciado un concepto muy honroso para la juventud intelectual del Perú. La juventud intelectual, a quien sus palabras envanecen, quiere que Ud. amplíe y perfeccione su juicio. Yo vengo a solicitar de usted para mi diario algunas apreciaciones precisas sobre los literatos contemporáneos. Una generación, una juventud, un momento de la vida literaria del Perú, quieren que hable usted, señor.
González Prada respondió:
—Mi concepto es ya conocido. Pero no creo necesario precisarlo y detallarlo. Yo nunca he sido critico de mis contemporáneos del Perú. Cuando he hablado de escritores peruanos ha sido siempre para elogiarlos. Mis apreciaciones buscan para producirse discretas intimidades. Si han salido a la luz en esta ocasión no ha sido por voluntad mía.
El maestro con palabra persuasiva y amable nos convidaba a no arrancarle a su habitual apartamiento del terreno crítico. Nosotros comprendimos su resistencia. La crítica es ingrata. Dije una vez que mi sinceridad solo concebía la invectiva y el elogio y sigo sosteniéndolo.
Mi palabra insistió:
—En este caso, señor, sus opiniones no van a ser espontáneas. Las exige una generación que lo admira. Yo vengo a turbarle en su retiro de pensador para pedirle que hable. Si usted emite en este instante una apreciación, esa apreciación responde al requerimiento de la voluntad de la juventud literaria.
González Prada me contestó:
—Yo no rehúso ampliar y perfeccionar mi opinión. Rehúso únicamente personalizarla. Y lo hago por una razón fundamental. No conozco la totalidad de la obra de los literatos contemporáneos del Perú. Y yo no puedo juzgar una obra que no conozca completamente. Si nos concretamos a generalidades mi pensamiento no tiene reserva.
Comencé entonces a determinar los puntos que sometía a la consulta del maestro. Y sentí con satisfacción que este noble coloquio sobre tan altísimo tema se diferenciaba totalmente de los habituales reportajes. Yo he reporteado en mi vida periodística a políticos, bailarinas, escritores. Y declaro que mi entrevista con González Prada no ha sido un reportaje. Por eso la llamo conversación. No pudo ser reportaje. Hubo en ella sinceridad, sencillez, elevación, profundidad, galanura, pensamiento, buen gusto.
González Prada declaró enfáticamente la superioridad indiscutible de esta generación sobre todas las que le precedieron. Antes la literatura se desarrolló entre referencias a las revoluciones y a las pachamancas. La urdimbre de todas las incertidumbres y de todas las ignorancias impidió que la influencia de la literatura europea se dejara sentir en su buen gusto, en su estilo y en su pensamiento. Se limitaba con ramplonería y atraso. Unos literatos se distinguían por su absoluto apego al más frío clasicismo. Y otros se perdían en el romanticismo más exagerado. Nuestros poetas eran malos segundones de Zorrilla. En nuestra poesía dominaba una incipiente y burda estética. Y no era posible encontrar entre quienes la cultivaban un espíritu sutil y exquisito como el de Enrique Bustamante y Ballivián ahora.
Y tuvo también González Prada está muy interesante y atinada observación:
—Advierto que en la antigua literatura del Perú no se siente la influencia del movimiento científico y doctrinario de la época. El progreso no puso en esa literatura su marca cronológica. Es una literatura que no dice el momento de la civilización en que se produjo. Faltan en ella las ideas y las impresiones que podrían reflejarlo. Y es que se inspiraba en el romanticismo español. Era pesada y dura. Y era al mismo tiempo fofa y delicuescente.
Sabia nos pareció la observación de González Prada. En realidad, la antigua literatura peruana no indica el correlativo grado de progreso de la humanidad. En la actual se advierte saludable tendencia. Y es que hoy se vive menos de la imitación. Hay más originalidad, más arte, más audacia. Antes hubo timidez, gazmoñería y reticencia. Cuando no se sintió el atávico sentimiento del servilismo colonial, se sintió la desordenada y ramplona rebeldía del republicanismo desorientado y palurdo. Y, como dice don Manuel González Prada, por los literatos peruanos no era posible saber que existía Spencer, por ejemplo. El atraso español se dejaba sentir en toda producción. Y aun la obra erudita de Olavide padecía de vejez y esterilidad.
Interrogué a don Manuel González Prada sobre la forma como debían ser determinadas la generación literaria actual y la que la precedió. Y él me dijo:
—Creo que una generación no puede abarcar cinco ni diez años únicamente. Y más que años debe abarcar tendencia, estilo e ideas. Las generaciones deben ser definidas por la orientación. Un escritor viejo puede escribir como un escritor joven. Entonces es un escritor progresista y contemporáneo. Un escritor joven puede escribir como un escritor viejo. Entonces es un escritor atrasado. Hay viejos y hay avejentados. Y los avejentados son mucho más peligrosos que los viejos.
Félix del Valle tuvo una frase oportuna:
—Se podría decir de usted, señor, que está a la cabeza de la juventud y se estaría en lo justo.
González Prada sonrió ante la acertada lisonja y yo la celebré.
Expresó González Prada, contestando a mis interrogaciones, que a su juicio la literatura francesa es la que más influye en la actual generación literaria del Perú. También han influido Gabriel D’Annunzio y Ramón del Valle-Inclán. E igualmente varios de los grandes escritores americanos. A los escritores ingleses, a los mágicos cultores del humour, se les ignora. Y por lo mismo son casi sorprendentes las buenas muestras de humorismo fino y atildado que en nuestra literatura aparecen. Dijo González Prada, opinando de esta manera, que él no conocía humoristas entre los actuales escritores españoles. Había que suponerles mucho de espontaneidad a nuestros humoristas.
Y, en general, reconoció la sutileza, elegancia y exquisitez que constituían algunas de las excelencias de nuestra literatura contemporánea.
Quiso Félix del Valle, y lo apoyé yo, que González Prada emitiese algunas apreciaciones singulares sobre los nuevos literatos del Perú. Pero González Prada repitió que no podía hacerlo porque no los conocía completamente y porque se resistía a personalizar sus juicios. Interrogado por nosotros nos habló sin embargo de la originalidad de Valdelomar y de la equivocación con que aquí se interpretaban sus ironías y su humorística egolatría. Elogió a Percy Gibson por su extraña y personal visión de las cosas. Y por motivos símiles elogió a José María Eguren. Dijo que no sabía encontrar el origen del simbolismo de su poesía y que había que atribuirle la más rara espontaneidad. Y celebró los magníficos aciertos del poeta arequipeño César Rodríguez.
Yo le pregunté al maestro si había leído la notable novela de Augusto Aguirre Morales La Medusa. Y él me dijo que la había recibido y que se proponía leerla prontamente.
Tuve la satisfacción de saber que González Prada había leído cuanto yo tengo escrito en La Prensa y en este diario.
Y hablé con él de muchas otras cosas literarias que no tienen relación directa con el tema de esta entrevista cuya versión he hecho con la mayor exactitud y sencillez.
Al escribir esta versión de una entrevista tan noble siento el gran orgullo de ser el intérprete de los conceptos que le merece al gran maestro la generación literaria a la cual pertenezco.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de octubre de 1916.
En Páginas Literarias, seleccionadas por Edmundo Cornejo Ubillús, Lima, 1955, pp.111-119; y 3ra ed., Lima, 1985, pp. 183-187.
En “Mariátegui y su Tiempo”, apéndice 2, de Armando Bazán, Tomo 20, Edición Obras Completas.
En Manuel González Prada 6 entrevistas y un apunte, por Willy Pinto, Lima, 1985, pp. 59-64. ↩︎
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