7.7. El leader joven

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Una de las figuras sustantivas de la actualidad revolucionaria es, desde el mismo cuatro de julio, el señor don Jorge Prado, grande y buen amigo nuestro y de todo el mundo. El señor Prado ha reaparecido en la política activa. Y ha reaparecido como tenía que reaparecer: optimista, brioso y entusiasta.
         El señor don Jorge Prado, como se sabe, no ha podido actuar en la campaña electoral. Las consideraciones amistosas que en la casona del General La Fuente se guardan al señor Aspíllaga, lo alejan de la lucha. Frente a la beligerancia entre el señor Leguía, candidato de las izquierdas oposicionistas, y el señor Aspíllaga, candidato de las derechas gobiernistas, el señor Prado tuvo que ser neutral. Neutral a toda costa. Se contrapesaban en su espíritu su vinculación política con la oposición y su vinculación personal con el señor Aspíllaga.
         Naturalmente, el temperamento del señor Prado no se aviene con la neutralidad. No se aviene con la abstención. No se aviene con la inercia. El temperamento del señor Prado es un temperamento esencialmente combativo. El señor Prado manifiesta en todo instante una gran inquietud espiritual. La neutralidad, en un período de beligerancia universal debe, pues, haber sido terriblemente penosa para él. Debe haber sido —como dice el general Canevaro— el suplicio “del tártaro”.
         Pero este suplicio no ha durado.
         Muy pronto, antes de lo que se preveía, ha llegado para el señor Prado la oportunidad de resarcirse de sus vacaciones políticas. Una oportunidad idéntica a la que él anhelaba. Una oportunidad bulliciosa. Una oportunidad emocionante. El señor Prado es revolucionario por excelencia. Por consiguiente, dentro de este ambiente revolucionario, caldeado por la elocuencia fogosa del señor Cornejo, el señor Prado se siente muy a gusto. Esto del plebiscito, de la renovación parlamentaria, y de los diecinueve puntos constitucionales, le parece encantador. Don Jorge es partidario de la reforma instantánea y violenta. En lo que se diferencia de su ilustre hermano don Javier que, ecuánime y equilibrado en demasía, es partidario de la reforma gradual, ponderada y reflexiva.
         Es por esto que vemos al señor Prado entrar al despacho del presidente provisorio y al despacho del señor Cornejo. Es por esto únicamente. Al señor Prado se le ha comunicado el ardimiento reformista del señor Cornejo. La reforma tiene en él a uno de sus panegiristas más entusiastas. Y al más resuelto de sus heraldos.
         Nosotros le hemos expresado dudas pesimistas y risueñas:
         —¿La reforma? Bueno, pues, que venga la reforma. Pero, ¿vendrá, de veras? ¿O vendrá tan solo como un medio de vestir de idealismo el golpe de estado del cuatro de julio?
         Y el señor Prado se ha indignado contra nuestro escepticismo:
         —¡Hombres de poca fe! ¡Jóvenes sin juventud! ¿Desconfían ustedes de la reforma estando Cornejo en el Ministerio de Gobierno? ¿Desconfían ustedes? ¡Hombres de poca fe! ¡A ver! ¿Cuál de los diecinueve puntos consideran ustedes malo? ¡A ver!
         Nosotros hemos cambiado entonces de tema:
         —Bueno. Pongamos de lado la reforma. ¡Usted era diputado electo por Lima! ¡Usted había sido electo después de una campaña memorable! ¡Una campaña gloriosa en que usted derrotó al gobierno! ¡Una campaña que no ha tenido igual!
         Y el señor Prado nos ha respondido:
         —Perfectamente. ¡Quiere decir que debo prepararme para una segunda campaña!


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 57, Lima, 14 de julio de 1919. ↩︎