5.2. Vísperas de mucho

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Vamos a asistir a unas elecciones emocionantes. Subsiste el convencimiento de que estas elecciones no van a solucionar el problema presidencial. Que solo van a preparar su solución. Pero no importa. Van a ser, de toda suerte, unas elecciones emocionantes.
         Todos los candidatos visibles acudirán a ellas. Todos los candidatos visibles y algunos de los candidatos invisibles. ¿Para qué? —nos preguntará el lector. ¿No hemos convenido en que la validez de esas elecciones será convencional? Y nosotros le responderemos que sí. Pero que, precisamente, por eso enciende más expectativas y crea más candidatos. No hay político que no piense en estos instantes en la posibilidad de un batacazo.
         Mañana y pasado mañana habrá en las ánforas receptoras más diversidad de votos que nunca. Los ciudadanos tendrán delante muchos candidatos. Podrán escoger el suyo en una lista larga y variada en la que habrá candidatos para todos los gustos, candidatos de todos los matices, candidatos de todas las fisonomías. Nadie hallará, pues, un pretexto para quedarse sin sufragio. Y, sobre todo, los candidatos se pintarán solos para llevar a sus amigos a las ánforas.
         Los candidatos visibles hasta ahora son cuatro. El señor Leguía, candidato revolucionario. El señor Aspíllaga, candidato civilista. El señor de Piérola, candidato demócrata. El señor Bernales, candidato a secas. Y los candidatos invisibles son tal vez más. Cuentan, por ejemplo, que existen personas encargadas de cuidar que mañana y pasado mañana haya votos para el señor Tudela. Que sean mil, que sean quinientos, que sean cien, que sean cincuenta, eso no importa. El número es lo de menos. Lo importante es que el nombre del señor Tudela y Varela figure en los escrutinios. Y puede ocurrir que otros personajes políticos tengan también sus votos. Puede ocurrir, verbigracia, que mucha gente, que mucha gente, aunque sea a trueque de enfadarlo, vote por nuestro ilustre señor don Javier Prado. Puede ocurrir que los liberales, en vista de que su partido no ha presentado candidato propio, voten espontáneamente por su amado jefe, el doctor Durand. Puede ocurrir que los admiradores del moderado y sagaz espíritu del doctor Antonio Miró Quesada voten, platónicamente, por él. Puede ocurrir tanto, tanto…
         Probablemente, pues, los electores serán más numerosos que en todas las elecciones pasadas. Es paradójico; pero es verdadero. La posibilidad de que en estas elecciones no se designe directamente al futuro mandatario, aviva el deseo de concurrir a ellas, de participar en ellas, de meterse en ellas. Es, sin duda alguna, que se siente ante ellas la misma tentación que ante una ruleta.
         Solo el partido nacional democrático no desea que sufraguen sus ciudadanos. Les ha recomendado la abstención. Y no en una pastoral de suntuosa retórica, sino en una lacónica orden del día. Pero esta recomendación es una ingenuidad de tan joven y bello partido de amables y verbosos teorizantes. El partido puede resolver la abstención de sus afiliados cuando no existen sino uno o dos candidatos y cuando este uno o dos candidatos merecen la misma repulsa de sus afiliados. Pero no puede resolver la abstención cuando existen tantos candidatos. Cuando los afiliados se hallan a merced de las sugestiones, lícitas naturalmente, de la amistad. Cuando la abstención es, por ende, impracticable. Y, sobre todo, cuando uno de los candidatos representa para los afiliados recuerdos comunes y glorias solidarias…cívicas.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 4, Lima, 17 de mayo de 1919. ↩︎