3.25. Candidato demócrata

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Parece que, aunque no lo confiese todavía, aunque lo niegue con la frase, aunque lo desmienta con el gesto, también el partido demócrata tiene su candidato a la Presidencia de la República. El partido demócrata, probablemente, no quiere que se diga que en estos instantes solemnes tuvieron candidato todos los partidos menos él. Y quiere poner, al lado del candidato civilista del partido civil, del candidato liberal del partido liberal y del candidato civilista del partido nacional democrático, el candidato demócrata del partido demócrata.
         El candidato del partido demócrata no es, por supuesto, el señor don Isaías de Piérola, ni el señor don Guillermo 2o. Billinghurst, herederos dinásticos del proselitismo de dos ilustres demócratas peruanos. Es un personaje de más larga figuración. Es un personaje de mayor “peso”. Es el señor don Pedro de Osma.
         Una voz persistente nos lo sopla:
         —El señor Osma, candidato.
         Y nos lo vuelve a soplar:
         —El señor Osma, candidato.
         Y nos lo sopla otra vez:
         —El señor Osma, candidato.
         Hasta que maquinalmente comenzamos a repetir la frase errante:
         —El señor Osma, candidato.
         Que así, en lenguas de la ociosidad metropolitana, es como suena el candidato demócrata. Es como suena desde hace mucho tiempo con intermitencia más o menos señalada y más o menos sintomática. Es como suena casi desde que se reorganizó el partido demócrata en la Alameda de los Descalzos al son de un tambor del noventaicinco.
         Ahora, naturalmente, suena más que nunca.
         Piensan los pierolistas, según las versiones callejeras, que la coyuntura es excelente para un candidato demócrata. Y es que creen, cual el señor Corbacho, que la historia se repite. La historia es para ellos en este caso la historia de las jornadas cívicas de 1912. Entonces, como ahora, era el señor Aspíllaga el candidato de los civilistas a la Presidencia de la República. Y entonces, como ahora, no era el candidato de todos los civilistas. ¿Y qué pasó entonces? Pasó que surgió intempestivamente un candidato demócrata. Un candidato plebiscitario. Un candidato de las muchedumbres. Un candidato cuyas legiones ciudadanas acaudilló, tumultuario y terrible, nuestro grande y buen amigo el Conde de Lemos.
         Los pierolistas se refocilan saboreando esos recuerdos.
         Y suelen exclamar:
         —¡La historia se repite! ¡Tenemos otra vez de candidato al señor Aspíllaga! ¡La historia se repite!
         Los asedia sutilmente, con semblante risueño e instancia sagaz, la curiosidad callejera:
         —Está bien. La historia se repite. Ya tenemos otra vez de candidato al señor Aspíllaga. Mas, ¿cuándo va a emerger el candidato demócrata? ¿Cuándo va a aparecer en las calles en hombros del pierolismo?
         Pero, con mucha discreción, los pierolistas se escurren de puntillas.
         Y solo de rato en rato sueltan prenda. Y dicen que el candidato demócrata contaría con una base firme, el apoyo de los partidos afines, demócrata y futurista. Y con otra base más: la popularidad histórica del grito de “viva Piérola”. Y con otra base más: la tradicional consanguinidad de los demócratas con los liberales.
         Y, ebrios de optimismo, se sonríen del señor Leguía…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 31 de diciembre de 1918. ↩︎