2.20.. Candidato augusto

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El doctor Durand está viviendo el período más intenso de su historia política. Probablemente ustedes lo ponen en duda. Pero es porque ustedes no ven al doctor Durand a la cabeza de una montonera emponchada y trasandina, ni en el trajín clandestino y sigiloso de una conspiración, ni en ninguna andanza parecida y sonora. Es porque ustedes no se fijan en el rol que tiene el doctor Durand en la actualidad nacional.
         Nosotros no nos engañamos. El momento es, efectivamente, muy emocionante para el doctor Durand y sus legionarios jacobinos. El semblante, el gesto, la mirada, la frase, la sonrisa y el paso del doctor Durand lo vienen revelando desde hace mucho rato.
         Observen ustedes la posición del partido liberal ante el problema de la sucesión del señor Pardo.
         El señor Pardo no necesita sino el “sí” del partido liberal para buscarle una solución cualquiera a ese problema. Una solución que no sería, probablemente, una solución buena. Pero que sería de todas maneras una solución.
         Cazurro, redomado y sagacísimo, el partido liberal no se niega, por supuesto, a colaborar con el señor Pardo en pro de una solución conveniente a los intereses del gobierno. Pero exige que sea una solución fuerte. Y que lo sea por sí sola, sin su concurso, sin su cooperación, sin su auspicio.
         El señor Pardo le presenta hoy una fórmula. Y le pondrá sus excelencias. Y le enaltece sus excelencias. Y le enaltece sus probabilidades de éxito venturoso. Y le sostiene que con el favor del partido liberal su victoria está asegurada.
         Pero el partido liberal mueve la cabeza:
         —Esa fórmula no. Es una fórmula anémica. Es una fórmula inconsistente. ¡A ver otra!
         Y mañana, en presencia de otra fórmula análoga, vuelve a mover la cabeza:
         —Esa fórmula no. Es una fórmula anémica. Es una fórmula inconsistente. ¡A ver otra!
         Murmuran los civilistas, espoleados por sordas ojerizas, que el partido liberal se imagina que de esta suerte el señor Pardo va a concluir proponiéndoles una fórmula póstuma y definitiva: la candidatura del doctor Durand a la Presidencia de la República. Y, alrededor de esta presunta esperanza del partido liberal, organizan un millón de comentarios malévolos.
         Pero el partido liberal se sonríe. Le basta con saber que es en estos momentos el partido del cual depende la concentración de las fuerzas políticas gubernamentales que el señor Pardo ambiciona. Que lo es por varios considerandos. Primero, porque la candidatura del señor Aspíllaga tiene totalmente neutralizada la acción del partido civil. Segundo, porque el señor Pardo no puede conseguir para esa candidatura la adhesión del partido nacional democrático.
         El doctor Durand piensa, por ende, que la llave de la política gubernamental está en sus manos. Y no le importa que no pueda usarla en su servicio. Se conforma con no ponerla al servicio de nadie.
         Mientras tanto sus parciales, ufanos y jocundos, circulan por las calles de la ciudad derramando afirmaciones y guiños optimistas.
         Y el señor don Juan Durand cuenta con tono de confidencia risueña:
         —El partido liberal no tiene candidato todavía. Pero tiene un “antojo”. El “antojo” de que su candidato se llame Augusto.
         Todo para que le pregunten:
         —¿Augusto Leguía, verbigracia?
         Y para contestar entonces:
         —¡Augusto Durand, más bien!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de noviembre de 1918. ↩︎