2.16. Sin candidato

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Continuamos sin candidato formal a la Presidencia de la República a pesar de que nos aproximamos al año nuevo, a pesar de que nos acercamos a las elecciones y a pesar de que tenemos mucha gana de que suenen de una vez en las calles y en las plazas los gritos de los tumultuosos clubes mestizos.
         El señor Aspíllaga tiene, indudablemente, figura, nombre, gesto, traza y virtualidad de candidato. Pero todavía no lo es oficialmente. Ninguna asamblea, ningunos comicios, ningún plebiscito lo ha consagrado. Es un candidato en ensayo. Es un candidato en gestación. Su periódico, por ejemplo, no lo llama candidato. Ni siquiera porque es su periódico.
         Ustedes nos preguntarán:
         —¿Y el señor Durand? ¿El señor Durand no es candidato también? ¿Por qué no declaramos candidato al señor Durand?
         Y tendrán que convenir con nosotros, enseguida, en que tampoco el señor Durand es candidato efectivamente. Sabemos que quiere serlo. Sabemos que puede serlo. Pero sabemos, asimismo, que esto no basta para que lo sea. Para titular candidato al señor Durand necesitamos que una asamblea del partido liberal consagre su candidatura en el Restaurant del Parque Zoológico, entre efusiones del champaña, tropas del señor Urquieta, ironías del señor Lorente y Patrón y trajines del señor Pinzás.
         Ustedes nos preguntarán luego:
         —¿Y el señor Miró Quesada? ¿El señor Miró Quesada no es candidato también? ¿No dicen que, en la sombra, con paso implícito, con voz confidencial y con palabra sigilosa se trabaja por él?
         Y tendrán que convenir con nosotros, enseguida, en que tampoco el señor Miró Quesada es candidato. Su candidatura no constituye sino un proyecto. Es una candidatura que no puede aparecer sino después de que le hayan abierto camino. Es una candidatura que no puede abrirse camino por sí misma. Es una candidatura que no puede correr los riesgos de una lucha azarosa. Y no porque al señor Miró Quesada no le guste mucho sino porque, como es cauto, redomado y prudentísimo, la quiere blanca, migada y en taza.
         Ustedes nos preguntarán entonces:
         —¿Y el señor Villarán? ¿El señor Villarán no es candidato también? ¿No anda por allí el partido nacional democrático recomendándolo, alabándolo y preconizándolo con todos los rimbombos de su retórica?
         Y tendrán que convenir con nosotros, enseguida, en que tampoco el señor Villarán es candidato. De la candidatura del señor Villarán, lo mismo que de la del señor don José Carlos Bernales, se habla como de una fórmula de transacción. Para que surja una de las dos es preciso que surjan previamente dos candidaturas de combate. Una candidatura de las derechas y otra candidatura de las izquierdas. Dos candidaturas fuertes que representen la inminencia de un choque terrible, cruento y desquiciador. No puede haber transacción sin que haya antes lucha.
         Ustedes nos preguntarán finalmente:
         —¿Y los otros señores? ¿Y los otros señores cuyos nombres suenan como nombres de candidatos?
         Y tendrán que convenir con nosotros, enseguida, en que tampoco los otros señores son candidatos. Se hallan más distantes de serlo que los cuatro señores que acabamos de nombrar. Más distantes que el señor Aspíllaga. Más distantes que el señor Durand. Más distantes que el señor Bernales. Más distantes que el señor Villarán.
         Se afirma que cualquiera de ellos puede eliminar de repente a los demás si el destino lo decreta. Pero eso, precisamente, es muy expresivo. Se afirma que “cualquiera” de ellos. No se afirma que “uno”, uno solo, uno determinado.
         No tenemos, pues, a quién denominar candidato. No tenemos, por ende, a quién vivar en la calle sin peligro y sin zozobra.
         El señor Pardo piensa, probablemente, que por eso no más es que los ciudadanos vivan al señor Leguía, aunque se los lleven presos…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de noviembre de 1918. ↩︎